Alí Chumacero

Alí Chumacero fue un poeta y editor independiente mexicano nacido en Nayarit el 9 de julio de 1918. Sus orígenes humildes no sólo no lo avergonzaban, sino que hizo público su deseo de ser recordado en ese marco. Participó de la Academia Mexicana de la Lengua y colaboró a lo largo de varias décadas con la editorial pública Fondo de Cultura Económica, también conocida como FCE. En 1940, fundó la revista Tierra Nueva, publicación generalmente asociada con su nombre. También fue redactor del periódico El hijo pródigo y estuvo vinculado con el Centro Mexicano de Escritores, frecuentado por grandes personalidades de la Literatura. Falleció el 22 de octubre de 2010 a causa de una fuerte neumonía.
Su obra, aunque breve, fue objeto de admiración de críticos y escritores, y le mereció numerosos premios. Debutó en el año 1938 con "Poema de amorosa raíz" y editó su primer libro dos años después, bajo el título "Páramo de sueños". Éste no gozó de un gran éxito, lo cual fue adjudicado al perfil bajo del poeta. Fue además autor de un libro de ensayos, "Los momentos críticos" y de un CD en el que recita sus poemas. Como corrector, estuvo a cargo de cientos de obras, entre las que destaca "Pedro Páramo" de Juan Rulfo.

Poemas de Alí Chumacero

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Alí Chumacero:

Debate del cuerpo


Lamento que entre tumbas se consume
como época de sombra en una desatada tempestad,
mi corazón esparce su evidencia,
su dura flor de roca desolada
y al desbordarse forma
un cálido latir sobre la piel;
golpean más allá del cuerpo sus defendidos límites
prolongando su extrema vigilancia
contra un mundo al fin eco de mi sueño.

En ceniza y olvido ha de morir,
mas hoy insiste aquí como quien baña
con un lenguaje mudo sus palabras,
surgido de una voz que interminable se repite
acaso en sombra madurando,
a través de su luz dormida sobre los sentidos
para crear un mundo de armonía,
como un deshecho aliento que retoma a su origen
y vuelve a ser imagen de su fuente.

Y soy yo mismo su violento impulso
al anegarme entre mi propia carne,
viviendo en ella defendido,
cómplice de mi ser que contra el tiempo me levanta
con su voraz sentir la vida dentro,
y me abandona a cóleras y miedos,
me hunde en témpanos de espadas,
cuando al mover sus aguas con mis labios,
en lucha contra mi recuerdo,
frente a formas ajenas a mi imagen,
como un abismo ya sin nada cercano al corazón,
en ella me refugio, convencido
de que existo en la vida de mi piel,
habitando el sepulcro de mi cuerpo.

Aquí me encuentro oscuro e incorpóreo,
sin un viento que cambie mi identidad continua,
y luego me someto a su olvidado duelo
de lágrimas calladas,
como nace un olvido de otro olvido
y una roca es igual a su dureza.

Habito mi probable noche, mi laurel de adversario
sobre la arena trémulo abatido,
y viajo por mi cuerpo
en testimonio de que no existe un espejo
o simple fuente contra mí rebelde,
porque soy mi enemigo sentenciado,
mi propia víctima, la orilla
saciada entre sus límites, en un constante incesto
o presagio de mar que no requiere playa.

Mi amante


Desnuda, mi funesta amante
de piel vencida y casta como deshabitada,
sacudes sobre el lecho voces
y ternuras contrarias a mis manos,
y un crepúsculo escucho entre tu cuerpo
cuando al caer en ti agonizo
en un nacer marchito, sin el duelo
comparable al temor de tu agonía.

Contigo transparento la caída
de un alud o huracán de rosas:
suspiros de manzanas en tumulto
diciéndome que el hombre está vencido,
confuso en amarguras y vacías miradas.
En ti respondo al mundo, y en tu cuerpo
respiro ese sabor de los sepulcros;
una noche no más, y tu mirada
persiste, implora y vence entre mis ojos,
decidida a una lucha prolongada
donde el recuerdo se convierte
en esa área languidez del pensamiento,
como materia de tus ojos mismos.

Lloras a veces arrojando
fúnebres aguas de perfume ciego,
como si desprendida de una antigua idea
vinieras hasta mí, tan clara
como un ángel dormido en el espacio,
a dejar evidencia, luz y vida;
y en tus lágrimas miro surgir tu suave piel
como si en ellas prolongaras
o hicieras más probable tu existencia,
derramando el aroma de tu sueño
sobre esta soledad de tu desnudo.

Anestesia final


La muerte bajo el agua
y la noche navega lentamente.
Herida va mi sangre,
más ligera que el sueño
y el despertar sediento del inicial recuerdo.
Una mortal navegación a oscuras,
marítimo dolor, cristal amargo;
un estar descendiendo
sin encontrarse asido,
como un río que fuera de los pies a las manos
junto al sopor nocturno;
un tornar las cortinas de la sangre,
la boca atropellada de silencios,
como si labios húmedos
cayeran en mi huella
deletreando ausencia entre las manos.

¿Quién asciende hasta el último suspiro?
¿Quién bebe la cicuta del agua entre la muerte?
¿Quién destroza el silencio?
¿Quién en silencio vive?
Dejo flotar mi piel
a través del cristal en que me ahogo
como espejo en la noche,
más delgada mi sangre y mis nervios al aire:
esfuerzo que me hunde en lo destruido,
voraz calor que me devora.

El sonido, ah cómo sabe a río,
urdido como estrellas apenas presentidas,
resbala por la piel de mis espaldas
cuando descubro, trunco,
el tallo derrotado en que me creo;
su beso es el comienzo de la muerte,
el negro navegar
y la escala sin brazos.

Me hundo en un océano de yodo;
sabor de invierno lecho en selva de mi carne,
cazadora nocturna,
que herida ya en su forma
descúbrese en dolor adormecida.

Así me voy perdiendo cercado en mis contornos,
cercano a mi silencio
cuando navego en aguas de la muerte.

Entre mis manos


Entre mis manos vives
en confusión de nacimiento y corazón herido,
como desvanecerse o contemplar
un alto simulacro de ruinas;
sobre mis dedos mueres,
materia pensativa que se abate
bajo el murmullo de mi tacto,
y eres tristeza en mí,
suave como la forma de la nieve,
como cerrar la puerta
o mirar la inocencia de una pluma.

Nacida para mi caricia,
con un perdón que olvida y un comienzo
de éxtasis y aromas,
me acerco hacia tu aliento,
tu oído con mis labios toco y digo
que nuestro amor es agonía,
que escuches mi temor y mi palabra de humo
y que yo, como tú, de noche oigo
cómo se pierde el pensamiento,
confuso entre mi carne y tu recuerdo.

Mas retiro mi rostro de tus ojos
porque ya no podré pensar una palabra
que no habite tu nombre,
y porque surges hasta del silencio
como enemiga que desdeña el arma
y de improviso nace entre las sombras,
cuando sin ti yo no sería
sino un olvido abandonado
entre las ruinas de mi pensamiento.

Poema de amorosa raiz


Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.

Antes que luz, que sombra y que montaña
miraran levantarse las almas de sus cúspides;
primero que algo fuera flotando bajo el aire;
tiempo antes que el principio.

Cuando aún no nacía la esperanza
ni vagaban los ángeles en su firme blancura;
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios;
antes, antes, muy antes.

Cuando aún no había flores en las sendas
porque las sendas no eran ni las flores estaban;
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo.

Vencidos


Igual que roca o rosa, renacemos
y somos como aroma o sueño tumultuoso
en incesante amor por nuestro duelo;
fugitivos sin fin que el rostro guardan,
mudos cadáveres precipitados
a una impasible tempestad;
y morimos en nuestras propias manos,
sin saber de agonías,
caídos descuidados al abismo,
a través de catástrofes en nuestro corazón dormidas,
así tan simplemente, que al mirar un espejo
hallamos dentro sombras silenciosas
o una paloma destrozada.

Porque nada delata que existamos
en esta soledad del pensamiento,
y el olvido desciende hacia la tierra
como un equívoco de Dios,
dormida imagen donde en sueños
se martiriza por saberse bello;
porque es inútil la embriaguez
que nos cubre de olvidos contra el mundo
cuando es la lentitud
y el sentirse arrojados sobre el lecho,
como el cesar y el impedir,
lo que alimenta nuestro amor
y el incansable continuar entre los hombres,
del dolor de la carne enamorados.
Igual que rosa o roca:
crueles cadáveres sin agonía.

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