Aleksandar Hemon

Sarajevo es una ciudad que, lamentablemente, se asocia a la terrible guerra que se desarrolló en sus tierras entre 1992 y 1995. Sin embargo, es mucho más que un escenario de tragedia. Se trata de una localidad donde nacieron, por ejemplo, grandes artistas y deportistas. Como el escritor Aleksandar Hemon, que llegó a este mundo el 9 de septiembre de 1964, cuando la ciudad formaba parte de la ex Yugoslavia.

Aleksandar HemonEste autor bosnio, de padre con antecedentes ucranianos y madre serbia, estudió Literatura en la Universidad de Sarajevo y publicó sus primeros relatos cuando tenía 26 años de edad.

En 1992, Hemon se instaló en la ciudad estadounidense de Chicago sin tener grandes conocimientos de inglés. Mientras realizaba diferentes trabajos (fue cartero, vendedor en una librería y empleado de Greenpeace), perfeccionó sus conocimientos en la lengua de Shakespeare. Así pudo empezar a escribir y publicar cuentos en inglés desde 1995, cuando comenzó a colaborar primero con la revista literaria TriQuarterly y luego con Esquire, The New Yorker y otras publicaciones.

“La cuestión de Bruno”, aparecido en 2000, fue su primer libro de cuentos escrito en inglés. Dos años después, lanzó su primera novela en la misma lengua: “El hombre de ninguna parte”. A esta obra le siguió “El proyecto de Lázaro”, que fue finalista del National Book Critics Circle Award y del National Book Award.

El Premio John C. Zacharis (que se entrega a una obra debut), el Premio Literario del St. Francis College, el National Magazine Award for Fiction, el National Magazine Award for Essay and Criticism y el Premio Gregor von Rezzori-Ciudad de Florencia son algunos de los galardones que recibió a lo largo de su trayectoria.

Radicado en Chicago, Aleksandar Hemon vive con su segunda esposa Teri Boyd y sus hijas Ella y Esther. En 2010, el matrimonio sufrió la muerte de Isabel, una pequeña que falleció de un tumor cerebral cuando apenas tenía 1 año de edad. Dicha tragedia fue retratada por el propio Hemon en un ensayo que publicó en The New Yorker.



Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.