Escritores y vidas económicas difíciles

Escritores y vidas económicas difíciles

Si nos centramos en la biografía de la mayor parte de los escritores de renombre podemos encontrar que tienen una cosa en común: han sufrido penurias económicas. Muchos de ellos llegaron incluso a tener problemas de salud a causa de su mala alimentación, como fue el caso de Julio Verne.

¿Se puede vivir de la escritura? Esta pregunta no es común en el mundo de las finanzas o el derecho, pero en la literatura, sí. Y la explicación la encontramos al descubrir que el mundo no comprende el trabajo de los escritores y les exige entereza y humildad sin ofrecerles nada a cambio. Pese a todo,  en un mundo donde el dinero suele ser una promesa ausente, los escritores escriben.

De alguna forma se espera que los escritores colaboren con el bienestar social, asuman un compromiso que los mantenga al margen de los vicios y las ambiciones monetarias. De alguna forma, el mundo espera que un autor no pida mucho dinero (a ser posible, nada); como si fuera poco ético que un autor exigiera lo que considera apropiado por su trabajo. Es extraño cómo en ese mismo mundo no aparecen objeciones cuando se trata de pagar los honorarios de un médico o un abogado. Por lo visto, escribir no es trabajo.

Según lo expresa Mónica Maristain en un artículo publicado en sinembargo.mx, cuando un autor pide lo que el mundo cree que es mucho dinero por su trabajo se lo considera una persona sin ética. El dinero, ese elemento que en muchísimos aspectos de la vida aparece como algo inofensivo, cuando se trata de hablar de los escritores, se convierte en un asunto ético.

Si tienen sus dudas piensen en lo siguiente: aquellos autores a los que les ha ido muy bien con su escritura, que han alcanzado cierta popularidad y recogido un buen dinero, suelen ser criticados por ello; se suele decir que no escriben, sino que hacen negocios. Es cierto que en muchos casos es lo que ocurre, pero no es saludable medir a todas las personas con los mismos parámetros. Por otro lado, ¿qué hay de malo en querer hacer de la literatura un negocio? Que nosotros no lo hagamos no significa que los demás no puedan. Es un oficio, como cualquier otro.

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Autores que sólo querían escribir

La escritura es un oficio por el que se paga mal. Si nos fijamos en Roberto Bolaño, por ejemplo, veremos que siendo una de las grandes voces de la literatura hispanoaméricana de su generación, pasó muchas penurias para llegar a fin de mes y no fue reconocido como el genio que era, hasta después de su muerte. Roberto trabajó como vigilante en un camping durante unos años, también vendió bisutería, pero sólo quería escribir.

Podemos decir que el éxito en la escritura no está vinculado al buen hacer sino al buen conseguir,  y el azar muchas veces juega un papel importantísimo. Eso sí, si la suerte nos acompaña pero no trabajamos duro, lo más seguro es que fracasemos.

En un mundo donde el trabajo del escritor está tan poco valorado, en comparación con las artes audiovisuales, por ejemplo, escribir es una hazaña que muy pocos tienen la valentía de emprender con todas sus fuerzas, como si se les fuera la vida en ello.

Edgar Allan Poe es otro caso de escritor con una penosa situación económica. Poe es uno de los maestros del terror, pero mientras estuvo vivo no fue reconocido como tal. El precio cuando falleces asciende, como el de los productos agotados, o las reliquias. Cuando muere un escritor se convierte en una obra de coleccionista él y todo lo que haya producido.

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En el caso de Poe algunas de las criticas que recibió en vida lo caracterizaban como un charlátán, un mentiroso, un plagiario y un borracho. Después de una infancia atroz y solitaria, la juventud no fue un resguardo para sus miedos, y la muerte lo encontró desamparado en el banco de una plaza. Poe murió sin saber que sería uno de los autores más exitosos de la literatura anglosajona; referente indiscutible para todos aquellos que intentamos pisar el género del suspenso y el terror.

Otro autor pobre fue Herman Melville, cuya obra Moby Dick, una de las fundamentales para el entendimiento de la novela moderna, fue un rotundo fracaso. Melville vivió como un hombre sumamente pobre y que no fue alcanzado por el éxito. Escribía sin remedio y embargaba sus bienes para poder mantenerse; no obstante, la muerte le llegó cuando realizaba un trabajo de mala muerte y había caído irremediablemente en la bebida.

El caso de Julio Verne también vale señalarlo. Viajero en París, deseoso de conocer y aprender, se pasaba las tardes en la biblioteca, devorando libros y escribiendo. El poco dinero que le enviaba su familia lo gastaba en libros, postergando sus necesidades, entre las que se encontraba la alimentación. Esto lo llevó a sufrir diversos trastornos digestivos y nerviosos que serían determinantes en debilitar su salud al punto de provocarle una parálisis facial irreversible.

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¿Fueron mejores escritores por haber sido pobres y ninguneados por su época? No, no hay forma de justificar eso. Sólo quien ha pasado por serios problemas económicos sabe lo triste que puede ser esa situación; no se escribe mejor en ellas, créanme. Relacionar la ética con la pobreza o el buen hacer con la desesperación o los problemas me parece una forma muy reduccionista y amarillenta de entender el arte.

Todos estos autores sólo querían hacer una cosa: escribir. Pero posiblemente por ofrecer obras que se salían de lo pautado socialmente no destacaron; pasaron desapercibidos y murieron en la más triste soledad.

Y seguimos igual. Y pese a todo, elegimos escribir, aunque sabemos que el mundo continúa sin entender la escritura y el trabajo que ésta exige.

¿Y cómo aprender a disfrutar de la escritura, viendo cómo nuestras obras son rebotadas por editores o sintiendo que nunca despegamos? Cambiando nuestra perspectiva creativa: teniendo presente que el éxito o el fracaso no distinguen nuestro trabajo sino el goce de realizarlo. No podemos escribir pensando en la fortuna que amasaremos o en lo que gustará lo que estemos haciendo, sino en el placer que produce el encontrar el término exacto. Ahí reside la verdadera gloria de la escritura y estoy segura de que Bolaño, Melville, Verne y Poe también lo vieron así. Aunque el mundo les haya dado la espalda.

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Comentarios1

  • Rapsodico

    Tristísimo y real como la vida misma. La "sociedad", en general no entiende o valora lo duro y necesario que es el oficio de escribir. Podría hacer una tesis sobre el tema, pero me conformaré con el famoso dicho de "la esperanza es lo último que se pierde".
    Un abrazo, Tes.



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