José Antonio Mesa Toré: «Aunque tú sepas que no vas a alcanzarlo, sin embargo, merece la pena intentarlo»

Es una mañana de mucho sol y algo de frío. En un café de la Plaza de la Merced converso con José Antonio Mesa Toré acerca de su libro «Exceso de buen tiempo» (Visor). Cuando intento transcribir el audio no faltan las cotorras volviéndose eco de sus palabras y el cante de El Chamorras, que es más malagueño que la Victoria. Cuesta dar con las expresiones del poeta, sin embargo, me gusta la imagen que ha captado la grabación. Poesía, pájaros y música son tres elementos que aparecen en el libro de Mesa Toré, y también los que han iluminado el trabajo de los chicos del 27. Sobre la influencia que éstos y la simbología cristiana han tenido sobre la voz de José Antonio conversamos en esta segunda parte. Aquí puedes leer la primera.


P—Parece como si la paternidad te hubiera servido para volver a tu infancia y ordenar las cosas. Hay un poema en particular en el que hablas de tu madre y de tu hija en el que he notado esa necesidad de poner las cosas en orden.

R—Pájaros en el nido.

P—Exacto. Lo que me ha sorprendido es que a tu padre apenas lo mencionas. Apenas aparece en un poema con unos versos muy dolorosos. En este libro en el que la figura del padre es fundamental, tu padre prácticamente no aparece, ¿a qué se debe esa ausencia?

R—Mira, no porque yo sea poeta, yo creo que cualquier padre o madre cuando tiene un hijo, y sobre todo si es el primero, supongo, lo primero que provoca en ti tu hijo es que te devuelve a tu infancia, te hace recuperar el niño que hay dentro de ti, que quizás ya lo tenías olvidado. Y por eso es por lo que escribí el poema “Pájaros en el nido”, porque mi hija me estaba recuperando mi infancia. Lo que se cuenta en el poema es real. Ella desde pequeñita empieza a venirme con frutas, para que yo le prepare la fruta para comérsela. Y eso me llevó al recuerdo de cuando yo era niño y vivíamos en una casa en el campo que, como dice el poema, la casa tenía, como muchas otras de esa zona, unas escaleritas que subían a la terraza de la casa. Muchos días, mi madre se sentaba en las escaleritas y yo que, como dice ahí, era un niño pequeño y estaba siempre en el campo donde teníamos huertos, me iba con ella, me sentaba entre sus piernas y entonces, ella me pelaba la fruta y me la daba. De ahí fue la conexión. Y entonces el poema es decir: sí, mi madre está muerta pero de alguna manera mi hija es como la renovación de su alma puesto que además despierta en mí todo lo que yo sentí y viví con ella.
»Y la otra pregunta que me has hecho es muy interesante. Yo mismo me la he hecho también. Porque claro, si yo dijera «quiero matar al padre porque no me llevaba bien con mi padre o porque no soportaba a mi padre o mi padre era un sinvergüenza…», pero no, todo lo contrario. Sin embargo, efectivamente, la única vez que aparece él es ya en su declive, mi padre pasó 10 años sentado en un sillón con alzhéimer, y es eso lo que aparece en el poema, en el que yo estoy hablando de las maneras posibles de morir y digo que no quiero tener la muerte que tuvo mi padre. Cuando yo tenía el libro ya casi listo sí me di cuenta de lo que tú has dicho, dije ¡qué injusto, no está aquí la presencia de mi padre, salvo en ese momento dramático! Aunque también es cierto que mi madre aparece sólo dos veces. Y aparece además después de que ha muerto. En mi obra anterior se puede encontrar alguna alusión en vida, pero aquí ya sólo aparece la imagen de cuando está muerta. Y caí en la cuenta de por qué lo he hecho, ¿sabes por qué? Porque este es un libro que en realidad, sobre todo sobre todo, creo yo, habla de la maternidad más que de la paternidad. Y eso está muy claro en el poema del ángel. En ese hay una estrofa que es, yo estoy viendo a mi mujer durmiendo y es cuando yo hablo de lo que ella tiene que estar sintiendo como si fuera una mujer que va a dar a luz. Y es un libro de mucha naturaleza, de muchas geografías distintas, pero sobre todo naturales: los montes, los jardines, el mar, la madre tierra. Es la maternidad. Y por eso el símbolo está más en la mujer que en el hombre, y probablemente es por eso por lo que no ha salido la figura de mi padre más allá. Y sí sé de un sitio en el que tendría que haber salido pero que no ha salido, que es en el poema “Arena en los ojos”, cuando yo celebro mi cumpleaños, y obviamente mis padres han muerto ya los dos. Sin embargo, sólo hago alusión a ella, y el que no me conozca interpretará que ha muerto mi madre porque se dice al final que lo único que echa a perder la celebración es la memoria de la ceniza de mi madre que tizna esa noche. Y yo cuando lo escribí pensé ¿y por qué no digo de mis padres y no de mi madre? pero me di cuenta de que no era posible, porque el poema empieza con la imagen de, digamos, mis andanzas eróticas en la playa, y hay un momento en que se dice, cuando yo he vuelto y por la mañana mi madre entra en la habitación y ve en las sábanas la arena, dice:

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P—Y ahí tenemos otro ejemplo de superrealismo.

R—Pero es realista. Quiero decir, que la imagen nace de que yo me acuerdo perfectamente de que yo me levantaba por la mañana y la arena estaba en las sábanas y yo decía «hostias, mi madre se va a dar cuenta de lo que he estado haciendo». Bien. Entonces, claro, para el poema no funcionaba que yo luego dijera de mis padres, como funcionaba era que aquellos ojos vivos de mi madre, que veían que yo había hecho el amor, esos ojos ahora eran las cenizas.

P—Hablemos ahora de los personajes del 27. Ya que en todos estos años has tenido relación con ellos, ya sea por sus libros y por aquéllos que hayas podido conocer, ¿a cuál de ellos le tienes más cariño?

R—Bueno, ya de principio la sección se llama “Nómina incompleta”, que es otro juego porque en “Verso y prosa”, la revista murciana del 27, ahí publicó Juan Guerrero Ruiz una serie de artículos que se llamaba “Nómina incompleta de la joven poesía española”, donde fueron apareciendo muchos de los escritores jóvenes en ciernes de aquel momento, que luego serían la Generación del 27. De ahí el título. Cualquier hispanista sabe que el título es intencionado.

P—Y también puede entenderse como que te han quedado afuera algunos autores…

R—Sí, tiene doble significado. Sino tengo que hacer un libro entero y yo no quería hacer eso. Es cierto que me han faltado poemas ahí. Y en concreto hay uno que me da un dolor tremendo que no esté ahí el poema porque no lo llegué a terminar a tiempo. Lo que sí yo tenía muy claro es que mi poeta predilecto del 27 y de la poesía universal es Cernuda, y que Cernuda está muchas otras veces por el libro. Hay por ejemplo, en la elegía al poeta José Antonio Padilla, en un momento que habla de Lázaro y sus palabras son palabras textuales del maravilloso poema “Lázaro” de Luis Cernuda. Y en algún sitio más está por ahí Cernuda. Además yo quería dedicarle un poema, pero tenía un problema. Yo publiqué en la imprenta sur un cuaderno titulado “A Cernuda con unas violentas” que es una antología de poemas del siglo XX desde compañeros suyos del 27 en adelante dedicados a Cernuda, no de Cernuda, que hablen de Cernuda. Claro, ahí yo me di cuenta, haciendo ese trabajo que, imagínate, yo qué sé, Octavio Paz, Francisco Brines, o sea, una serie de poetas fantásticos han escrito unos poemas maravillosos sobre Luis Cernuda y mi problema era decir cómo voy a hacer yo ahora un poema de homenaje a Luis Cernuda sin caer en los tópicos. Y de repente tuve la idea de decir, el poema se lo tengo que hacer a través de Paco Brines, persona a la que yo admiro muchísimo también y del que soy muy amigo, porque además de alguna manera Cernuda me llevó a la poesía de Paco Brines y Paco me llevó a la de Cernuda. Y dije luego, «es un homenaje perfecto». Porque además es un doble homenaje. Yo estoy homenajeando en el fondo a Cernuda pero en primera plana, en el plano real, en el real, está Paco Brines que es quien recibe el libro, quien me llama por teléfono (todo eso es real), que hablamos, y luego en el plano onírico o de la memoria o literario está Cernuda, que es el que provoca que él me llame por teléfono. Luego fui todavía más enrevesado, y es que pensé, cuando estaba elaborando el poema que un elemento importante era el teléfono. Porque el poema empieza así, que yo estoy casi dormido, él llama muy tarde, como es Paco que sólo trabaja por la noche y nunca sabe la hora que es, y yo me levanto, cojo el teléfono y todo lo que ocurre después. Y entonces dije «¡Ah, el teléfono!» y me acordé de los versos de Manuel Altolaguirre, que están puestos como cita, que eran la imagen absoluta de lo que yo quería expresar. Pero además, dije “perfecto, porque qué mejor amigo de Cernuda que Manuel Altolaguirre, que vivió con él y con Concha Mendez durante casi toda su vida», con lo cual ya metí a Manuel Altolaguirre como otro homenaje. Y finalmente, cuando va avanzando el poema, hacia el final dice:

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«Corazón sin respuestas» es otro verso de ese mismo poema de Altolaguirre. Y otro más, que se ha dado cuenta por ejemplo, Antonio Jiménez Millán en lo que escribió,

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Ahí está Pablo García Baena en “como lámpara dulce”, un verso que yo ya utilicé en «La primavera nórdica» en un poema donde estoy hablando de Suecia y el poema termina con la imagen de la lámpara dulce.

P—¿Puede haber una alusión a cómo el contacto con esos personajes vino a socorrerte para que te pongas a escribir?

R—Sí, es posible. Yo, si se me permite la petulancia… Uno cuando lee sus libros y le gustan, piensa en versos que otro poeta puede poner como cita. Y esto que te voy a leer para mí tiene una fuerza tremenda, a lo mejor me equivoco. En el de Cernuda, el de Brines dice:

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Yo creo esa es la poesía y esa es la relación entre los poetas y no importa que el poeta esté muerto y el otro esté vivo; es el poeta muerto, es el poeta del futuro, y he tratado yo de decir cómo es la poesía y cuál es la relación entre sus autores. Y creo que eso tiene mucho sentido con lo que tú estabas diciendo de los poetas del 27.

P—Y en medio del poema citas el poema de “La mano del poeta” de Paco Brines, que podría relacionarse con eso que dices.

R—Claro. Y cómo termina. El poema termina que cuando él se retira vuelve a su cuarto, claro, es un quizás, yo digo, y ahora, mientras yo vuelvo a la cama, él, quizás, porque sé que es de noche cuando trabaja, buscará acomodo en la luz de sus libros y en este instante estará escribiendo, pero están escribiendo los dos por la misma mano. Y esa emoción que está en el poema de Brines que siente la mano del poeta sobre la suya que qué viene a decir: que yo estoy sintiendo la mano de los dos sobre la mía. Es como un juego de cajas chinas, o la matrioska. Claro, pero, acaba el poema. Claro, yo no puedo afirmarlo, entonces termina el poema como con una ensoñación:

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Es decir, puede ser que yo me haya quedado dormido y lo esté soñando. Y aunque no lo sé, porque evidentemente yo no estoy en casa de Paco, poéticamente eso es lo que tiene que estar pasando.

P—También te acuerdas de las Misiones Pedagógicas.

R—A pesar de que ya había escrito ese poema, me acordé de una foto de los niños en las Misiones Pedagógicas, los niños viendo una película… Se daban también circunstancias: había muerto Naigel Dennis, al que está dedicado el poema, un magnífico hispanista, además centrado en Luis Cernuda y, por otra parte, yo quería hacer un homenaje a las Misiones Pedagógicas como el gran proyecto educativo de España en el siglo XX y un homenaje a la República. El pensar en esas fotos que hacía Luis Cernuda de los niños cuando iba con las Misiones Pedagógicas y, claro, está el trasfondo de la guerra sobre el final del poema. Esos niños inocentes que van a terminar siendo asesinos, pero como se dice en el poema, la culpa es del país.

P—Y está también el poema a Moreno Villa.

R—Sí, Moreno Villa siempre me ha gustado mucho y el poema nació porque leí su biografía de Juan Pérez de Ayala que coincidió con una cosa que hace Unicaja a la que me invitaron, una cosa a la que invita a un poeta joven y otro más mayor y cada acto eligen un poeta ya muerto y le piden a cada uno de los invitados que escriban un poema sobre él. Es una cosa para centros escolares a la que van un montón de niños y les hablan del poeta. Y a mí me llamaron y me dijeron “Moreno Villa”, y aunque yo tenía ya la idea de escribir sobre él, a partir de ahí me puse, o sea que fue un poco por encargo. Pero se puede ver que ya quiero hacerle el homenaje a los poetas malagueños; porque está Moreno Villa pero aparecen también unos versos de Altolaguirre (las famosas barcas) y como está en la residencia aparece también Prados cazando nubes con el espejo, que se relaciona con el poema de Amelie y yo en el tejado de mi casa cazando nubes con el espejo, lógicamente. Pero con muchísimo dolor se me quedaron otros poetas que son de la segunda fila de los del 27, o sea que no son poetas conocidos, salvo Cernuda, son los malagueños.

P—Volviendo a Cernuda haces uso de la palabra “quimera”… Aparte de lo que tiene de importancia en la obra de Cernuda ¿qué te sugiere esta palabra?

R—Y ya lo dice todo la palabra. Una quimera es algo imposible de conseguir, pero lo importante no es que no lo vayas a conseguir, lo importante es que aunque tú sepas que no vas a alcanzarlo, sin embargo, merece la pena intentarlo.

P—¿Fue escribir “Exceso de buen tiempo” una quimera?

R—Sí, por supuesto. Tanto por un aspecto como por el otro. En su momento, porque muchas veces pensé que nunca más volvería a escribir, que ya no tenía el don de la poesía para poder construir otro libro. Y una quimera en el sentido de lo que te acabo de decir, y el último poema es lo que te estoy diciendo: merece la pena volver a intentarlo. Merece la pena haber escrito aunque uno sepa que es imposible recuperar lo que ya has vivido con la poesía. Pones en pie el recuerdo otra vez, pero recuperar ya no puedes. Sin embargo, no conozco ningún placer (y cuando digo ningún placer estoy por encima del sexo y de todo) que yo he tenido la fortuna de sentir y creo como tú lo sientes, de ese momento en que las palabras fluyen y vienen a tus manos. Y tú terminas de escribir, apagas la lámpara, porque ya te vas a acostar, y todavía tienes ese oro en tus dedos.



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