José Antonio Mesa Toré: «El tener sol es un exceso de buen tiempo, porque nuestra vida podría ser sólo lluvia»

El sol de Málaga. A quien le guste el sol, le gustará Málaga. Y aunque yo me peleo mucho con ella, y con sus terribles agostos, cuando llega diciembre, siempre nos amigamos. Pero el buen tiempo también tiene un punto negativo, y es que te lleva a dejar de escribir. Eso les pasó a los muchachos del 27 y también es lo que estuvo silenciando estos años a José Antonio Mesa Toré. Pero hay silencios fructíferos y éste sin duda ha sido uno de ellos. Su «Exceso de buen tiempo» (Visor) es un libro impresionante sobre las experiencias más transformadoras de la vida: la infancia, la paternidad, la pérdida, la amistad, la poesía. Sobre todo eso conversamos en esta primera parte de la entrevista.


P—Exceso de buen tiempo es un libro muy personal. ¿Es la vida el mejor material literario?

R—Eso depende de las poéticas. En mi caso, el material de todos mis libros siempre ha sido la experiencia personal, ha sido la vida. Porque, sobre todo, yo entiendo el hecho de escribir como autoconocimiento y, por lo tanto, lo que trato es de indagar y de reflexionar sobre las experiencias que me han pasado. Por otra parte, si escribo es por la necesidad de darle respuesta a todas esas preguntas y reflexiones que me hago. «Exceso de Buen tiempo» termina conformándose en los últimos cuatro años a raíz de la experiencia más impactante y más valiosa de mi vida, que fue el conocer a mi hija y traerla de Rusia. Cuando estaba en Rusia, sabía que era un momento tan trascendental en mi vida, y eso me hizo reflexionar mucho sobre quién había sido yo hasta aquel momento, por qué estaba allí y por qué quería dar ese paso tan importante junto a mi mujer, de tener una hija, y buscada además con mucho deseo en Rusia, a miles de kilómetros de nuestra casa. Entonces, en ese momento, una manera mía de escribir era, mentalmente. Sabía que todo lo que me estaba ocurriendo eran poemas, sin embargo, no los escribí, no los pasé al papel hasta ocho años después de la adopción. Pero yo ahí tenía la necesidad permanente de escribir esos poemas de una manera terapéutica, porque la cantidad de sensaciones tanto luminosas como sombrías que pasamos en Rusia necesitaba sacarlas fuera. Y luego hay otra cosa que me motivaba muchísimo… Si recuerdas el homenaje a José Moreno Villa, que es un monólogo donde es él el que habla. Moreno Villa escribió un precioso libro de memorias titulado “Vida en claro” y dice que ha escrito esas palabras para que su hijo sepa quién ha sido. Bueno, es ésto lo que yo mismo he pretendido con este libro. Quería contar sobre todo la parte de Rusia y la parte de su adaptación a España para que mi hija en el futuro sepa quién ha sido su padre.

P—Como un legado.

R—Sí. Exacto.

P—La parte de «Madre Rusia» me parece la más potente.

R—Es la más emotiva. Es donde más a flor de piel están los sentimientos.

P—¿Existe literatura en torno a la paternidad adoptiva?

R—Conozco varios casos. Uno que no es literario, que es del pintor granadino Juan Vila que tiene una hija de China y que ha hecho varias exposiciones sobre ese tema. Otro caso es el de Antonio Jiménez Millán que tiene dos hijas, y además adoptó por el mismo tiempo que nosotros, sólo que él en China y nosotros en Rusia, y tiene algunos poemas sueltos en sus libros donde habla de ese tema. Y luego, hay un chico de León que se llama Luis Artigué y que ha publicado un libro completo sobre esa experiencia. Pero en cualquier caso es raro. El Jurado de Melilla declaró que el libro lo habían elegido como el ganador por una parte por el aspecto formal, la calidad formal del libro, y por otra parte por tratar de un tema poco trillado en la literatura española, que es el de la paternidad. Y si a eso le añadimos que no es una paternidad cualquiera, entonces tiene una singularidad evidente el libro.

P—¿Cómo es abordar un tema tan personal desde una visión poética?

R—En primer lugar, yo tengo la conciencia siempre de que hay hechos que me suceden y digo “esto algún día será un poema”. A veces se han quedado en el tintero pero la mayoría de esas experiencias que son muy impactantes, muy deslumbrantes para mí han terminado siendo poemas.

P—¿Y cómo se guardan esas experiencias hasta convertirse efectivamente en poemas?

R—Por supuesto que tiene que ver la memoria, pero es que cuando te suceden cosas así son huellas que se te quedan dentro. Y eso es inolvidable; un poco como un fósil debajo del sedimento hasta que llega un momento que por una serie de circunstancias aquello puede emerger y cristalizar en un texto escrito.

P—Hablabas antes de esa necesidad de escribirlo para ti y para tu hija, ¿qué ha supuesto compartir con los lectores esas experiencias y emociones?

R—Aunque mi poesía ya era autobiográfica, en este caso lo que ocurre es, como tú lo has dicho, que yo esto lo quería escribir para mi hija; luego que lo lean otras personas y que haya muchos lectores, eso es independiente para mí. Esto era un legado que yo le quería dejar a mi hija. Mi hija ahora mismo conoce los poemas, se los he leído, pero ella no alcanza a comprender su significado, pero llegará un día en que sí, evidentemente. Un poco como cuando José Agustín Goytisolo escribió “Palabras para Julia” (pues ese es un poco el modelo), yo quería escribir esto para dejárselo a mi hija, para que ella siempre tenga un documento, en este caso poético, sobre lo que supuso la experiencia de que fuera nuestra hija. Y eso qué conlleva, que dejé el pudor. Mucho más que en toda mi obra anterior. Puesto que yo estaba escribiendo para una sola persona, y que además era mi hija; entonces me olvidé del pudor. Yo ahí di rienda suelta a lo que sentía. A todo lo que yo sentí en aquellos momentos, tanto positivo como negativo, y de hecho de ahí que la geografía del país, la propia ciudad, yo no he querido contarle un cuento de hadas sino que he descrito lo que vi y cómo lo sentí. Entonces fue un viaje con doble cara: una cara triste, penosa dolorosa, de penurias, porque nosotros pasamos frío, calor, hambre, de todo. Experiencias muy fuertes como el hecho que aparece en el poema largo, en el del “Grito hacia Roma”, el momento más decisivo, que es que tú tienes un juicio donde hay un fiscal y un juez, además vestidos de militares, y durante una hora te interrogan sobre la vida que llevas y demás. Hay un momento en el “Grito hacia Roma” donde se habla del ángel de flamígera espada y mano extendida y no sé cuánto que es el momento del juicio. Tú sabes ahí que te lo estás jugando todo porque todo depende de que esos señores digan «bueno, esta gente, con el nivel de vida que tienen, con la casa que tienen, con cómo son, con lo que han hecho hasta ahora, sus profesiones, no sé qué, pues sí, o no». O no.

P—Evidencias ese juego de poderes en varios poemas sobre todo en esa parte de Rusia.

R—Sí. Fíjate que en Astracán hay cerca de treinta etnias distintas, y los que mandan en la sociedad son los rusos blancos, que no son precisamente los originarios de allí, claro. Son una minoría, pero ellos son los que mandan. Y ten en cuenta. Tú has sido la única que ha dicho esto y me hiciste recapacitar y creo que llevas razón. Y es que todo el mundo cuando ha leído el libro habla del simbolismo del libro, que es un libro simbolista, a la manera del simbolismo francés. Ciertamente. Pero sin embargo tú has apuntado que quizá por el contacto con los poetas del veintisiete hay toques surrealistas en algunos poemas, y es cierto eso, y en donde más los hay es en la parte de Rusia. Y quizás sea, sí, efectivamente por el contacto con los del ’27 pero también porque la situación era tan paradójica, ambigua, de sufrimiento pero al mismo tiempo de felicidad, y entonces eso parece que involuntariamente ha sacado en mí una serie de imágenes más oníricas que reales.

P—El “Elogio de la erosión” es un poema para mí muy superrealista.

R—Sí, pero ese ya es de otra parte del libro. Pero sí, llevas razón. Pero en el poema ese del gallo, sólo como empieza el poema… Se llama “A un río le llamaban madre Volga”. El título se acompaña con una cita de Dámaso Alonso, que tiene un poema titulado “A un río le llamaban Carlos”. Hay muchos otros poemas que tienen guiños así, y muchos algo más raros que seguramente mucha gente no se dará cuenta. Además las citas están puestas para que la gente caiga. Por ejemplo, los versos de Dámaso Alonso

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son de ese poema. Entonces, “A un río le llamaban madre Volga”. Pero mira ese principio:

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Eso parece Buñuel. Yo me daba cuenta también cuando me iban saliendo esas imágenes. O, una imagen muy surrealista que también podría ser de una película de Buñuel, cuando más abajo hablando del gallo otra vez dice

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La cresta como una mano que te asfixia en la cama. Son ciertamente muy evidentes esos rasgos surrealistas. Pero ahora, en lo que tú dices sobre “Elogio de la erosión”…

P—Sí, pero me ido de tema…

R—No, no, pero también llevas razón, porque verás, pasa igual, cuando tú lo estás escribiendo, yo no lo hago voluntariamente pero en ese poema no sé por qué aparecen muchos símbolos religiosos. Es decir, pese a ser un poema de amor aparecen muchos símbolos religiosos. Eso tiene que ver, y en mi obra hay algún poema… yo no soy practicante, soy católico por herencia pero sí, lógicamente, tuve una formación, aunque no estuve nunca en un colegio religioso. Pero estamos hablando de los tiempos del franquismo, entonces, mi formación, como la de todos, fue muy adoctrinada por la Iglesia Católica del momento en España, que era una iglesia absolutamente ultra católica. Y todo eso yo lo mamé en la infancia y eso me ha quedado grabado. Y muchas veces se me aparecen esas imágenes que más que nada tienen que ver con la estética y con el teatro de la doctrina católica, no con el espíritu sino con la estética. Eso aparte, lógicamente porque mi madre era muy beata. Yo tengo un poema en «La primavera nórdica» que habla de mi madre, cuando ella me lleva todos los días a la Iglesia de los Mártires. Se titula “La promesa” porque mi madre cada vez que pasaba algo malo en casa echaba una promesa. Con lo cual estaba la pobre…, tenía seis hijos, así que imagínate, estuvo de promesa toda su vida; ya no podía ir sólo la semana santa. Ella decía “si se pone bueno, te prometo que estaré yendo durante seis meses todas las tardes a la iglesia” y lo hacía. Como yo era el pequeño y no tenía dónde dejarme, me llevaba. Y yo cuento ahí esa sensación de cuando ella me llevaba, el miedo que a mí me causaba siendo pequeño ver esas imágenes llenas de sangre, de espinas, de puñales, de todo esto. Y en ese libro yo lo hago porque ese poema está en la parte de España, y luego aparece una iglesia en la parte de Suecia, donde es justo todo lo contrario. Es una iglesia donde sólo hay una cruz y algo maravilloso para un niño y para cualquiera, que son barcos, puesto que es una ciudad marinera, barcos en miniatura colgando del techo. Y yo contrapongo lo que se llama los exvotos de las iglesias barrocas andaluzas (los mechones de pelo, los ojos, las piernas, todo esto tan tétrico) con la desnudez y la pureza de unos barcos colgando en el techo para pedir a Dios por los marineros. Pero es como te digo, esa estética barroca de Andalucía. Pero volviendo, yo no me daba cuenta cuando estaba escribiendo el poema de todo esto. En “Elogio de la erosión” yo quería hablar de eso, del paso del tiempo sobre el amor pero incluso sobre el amor físico. Y el poema está conectado con el primero de la serie. Es un libro para leer con mucha atención porque tiene mucha relación todo. Tú vas a estar pasando hojas y poemas nuevos y esos nuevos poemas te pueden estar remitiendo hacia atrás otra vez. Mira. “Del amor ebrio”. Dice:

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Arriésgate. ¿Tú qué entiendes ahí?

P—Entiendo que quien habla (tú) quiso absorber a pleno toda la experiencia para en el futuro poder recordársela a la persona amada, y que el amor se mantuviera vivo.

R—Vale. Esa es la lectura simbólica y está muy bien, pero la idea viene de algo real. Tanto mi novia anterior, que era sueca, como mi mujer, que es alemana, son, y a mí me han convertido en un fanático de las velas. Y si ves mis libros de poemas, velas aparecen siempre. Mi amigo José Luis González Vera me dice siempre “tú eres el poeta de las velas. Todos tus poemas están llenos de velas”. Y es verdad. ¿Por qué? Pasa igual dentro del catolicismo, la vela es un símbolo muy potente, todas las iglesias están llenas de velas. De pequeño, mi madre me daba dinero y yo iba al lampadario para encender las velitas. Si a eso le sumo que cuando ya soy mayor conozco el mundo nórdico donde las velas son importantes, aunque de otra manera… ellos, ante la oscuridad y tal, quieren alumbrarse de la manera natural, con las velas, y sus casas están siempre llenas de velas. Bien. Nuestra casa ha estado siempre llena de velas y muchas veces apagamos las luces y nos iluminamos con velas, nada más.

P—Entonces ya he entendido, creo: te bebes el vino para poner la vela en la botella.

R—Algo tan simple como eso. Pero claro, no quiere quedarse ahí, quiere ser una lectura más profunda como tú has dicho, la lectura simbólica. Pero no es más que eso, que cuando nosotros nos bebemos una botella de vino, entonces, le colocamos la vela y nos sirve de lámpara. Es eso. Bien. Eso dice el haiku y en “Elogio de la erosión” termina diciendo:

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El poema surge de esa idea ¡qué bonita sería la imagen de decir que dos cuerpos que se aman son como la cera abrazada al cristal de una botella! Y a partir de ahí nace el poema. Bien. Tengo eso. Y entonces digo y se va a llamar “Elogio de la erosión”. Entonces lo que voy a hacer es poner antes, es decir, que el poema arranque con varios ejemplos de la erosión. Y por eso empieza con la caverna, donde la gota de agua va haciendo una concavidad que termina llena de agua y de luz y tal…

P—Y ahí tienes más elementos superrealistas, porque te permite hacer una lectura del acto sexual desde el simbolismo. Es como si dibujases de una forma muy abstracta las distintas etapas de un encuentro amoroso.

R—Sí, es que es realista pero tiene un trasfondo absolutamente simbólico, claro. Y es que sólo las imágenes que aparecen: la caverna, por ejemplo, ¿no? Y de ahí pasa a la otra imagen que es la de las huellas de los peregrinos. Estoy pensando en ese momento en Santiago de Compostela y en cómo van dejando su mano sobre la columna y que, después de siglos de poner las manos, se va quedando la huella de todos los peregrinos en la columna. Pero ahí surge algo que ya si me preguntaras no sabría explicar por qué. Aparece esa calavera con las cuencas vacías de los ojos y que dice que estarán aguardando la hora de la resurrección. Pero bueno, eso puede tener conexión con el hecho de que amarse es una resurrección.

P—¿Por qué no nos cansamos de escribir sobre el amor, el deseo, la primavera, el ciclo de la vida..?

R—Porque nunca le puedes dar la respuesta exacta y total. Siempre hay matices nuevos. Y siempre evoluciona de una manera diferente, imprevisible, aunque lo conozcas ya. Porque no hay un amor igual a otros, ningún deseo es igual a otro. Eso es lo que ocurre. Así que podríamos estar escribiendo siglos, afortunadamente por otra parte.

P—En el libro además de haber mucho dolor hay esperanza, hay humor, y otros elementos que lo convierten en una obra llena de luz y de ilusión.

R—Sí. Hay cierta ironía con lo de exceso de buen tiempo. El haiku con el que comienza el libro.

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viene a sugerirte que el tener sol es un exceso de buen tiempo, porque nuestra vida podría ser sólo lluvia y nada más que lluvia. Decir que sólo es sol sería mentira. Luego, es un día de sol en el que llueve. Así que podemos estar contentos de que por los menos hay horas del día en que son sol y no lluvia.

P—Aunque después te contradices al decir eso de “los días de sol en los que siempre llueve”…

R—No, pero es la misma idea. Lo que no puede ser es creer que todo será color de rosas. Porque una vez que uno es maduro entiende que la vida tiene su lado luminoso y su lado oscuro. Y que la vida te va abriendo muchas heridas, lo que ocurre es que esas heridas te hacen crecer como persona. Te hacen más sabio. Y lo que yo intento con la literatura es restañar esas heridas, aplicarles un bálsamo. Un bálsamo que, con la edad que ya tengo, y eso está en ese poema en el que yo me desdoblo en dos que dice que “yo fui otro”. Fíjate en estos versos. Es el momento en que el joven se acerca a la ventana porque ve al intruso que está fuera, y que somos los dos el mismo, y entonces digo yo:

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Esa es la lección de la vida para mí. Los años lo que me han dado es poder vivir serenamente vivo, sin rencor por lo que haya pasado antes, con capacidad de perdonar a los otros y de perdonarme a mí mismo también por lo que yo he hecho mal.

¡Lee aquí la segunda parte de la entrevista con José Antonio Mesa Toré!



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