Las cartas como artefactos de la memoria histórica

Las cartas como artefactos de la memoria histórica

Cuando era niña uno de mis pasatiempos favoritos era escribir cartas. Entonces, sin saberlo, estaba dando mis primeros pasos a trompicones en el oficio de escribir; aprendiendo acerca del estilo y de lo diferente que era escribir una carta a una amiga de Entre Ríos que sentarme frente a un poema o un relato.

En mis superficiales cartas iba construyendo lazos que atravesaban el espacio geográfico y que me permitía estar en dos sitios a la vez —escribir cartas también es una forma de volar en el tiempo y el espacio—.

Hoy, sin embargo, sé que existen diferentes tipos de misivas: aquellas que nos permiten a las personas comunes acercarnos a aquellos que queremos y las que sirven a las sociedades para estudiar y comprender los secretos detrás de un determinado periódico histórico. Sobre la relevancia de estas últimas quiero escribir hoy.

Hace unos días hablé sobre la relación entre Hannah Arendt y Mary Mc Carthy de la cual casi todo lo que sabemos se lo debemos a esa vasta correspondencia que compartieron estas dos magníficas mujeres; correspondencia que también ayudó a comprender el pensamiento y las costumbres de la época e incluso desvelar misterios en torno a la vida de otros intelectuales también residentes en New York.

La práctica de la escritura

A lo largo de mi vida me he encontrado con muchas personas aficionadas a la escritura de cartas. Se trata de una práctica tan antigua como la escritura. De hecho, se tienen registros de misivas provenientes del Antiguo Egipto y la Antigua Grecia, y también del período en el que el Imperio Romano arrasó con todo. Es como si desde temprano el ser humano se hubiera dado cuenta de que las cartas nos permiten alzar ese vuelo que viola los límites del tiempo y el espacio, y se hubiera fascinado con ello. Quizás, en el fondo todos nos parecemos en que somos criaturas a las que les habría gustado poder volar, como lo expresa Andrés Neuman.

Las cartas comenzaron a adquirir importancia en los pergaminos, los rollos y las tablillas, llegando a abrazar los papeles y otros formatos modernos. Ahora cada vez es más raro que alguien escriba cartas en papel, aunque todavía quedamos algunos fetichistas. De todas formas lejos está la decadencia y desaparición del género; no podemos decir que un mensaje privado por Facebook o un email no tenga la misma importancia o función. Después de todo, el punto de partida del acto de escribir es el mismo: el deseo de compartir un diálogo indirecto con alguien, un intercambio sobre ciertos asuntos o simplemente la tentativa de ponernos al día sobre cómo le va a esa persona en la vida.

Pero a diferencia de nuestra correspondencia, que sólo nos sirve a nosotros para compartir nuestra cotidianidad con los que amamos, el intercambio postal de dos personas relevantes en un período histórico puede servir como una fotografía escrita de la sociedad en la que viven. Del mismo modo, la ausencia de correspondencia de esos personajes significativos en la historia puede ser una triste noticia para los que desean profundizar en torno a esa época.

Por eso, así como hoy llegamos a comprender a fondo las emociones de Virginia Woolf al leer las memorias de Vita Sackville-West (creo que los diarios exigen también esa escritura dialógica de las cartas), si pudiéramos conservar las cartas que escribió Juana de Castilla, la mal llamada loca, podríamos profundizar muchísimo más en torno a su vida y a su encierro en Tordesillas. La ausencia de cartas también determina la memoria histórica, haciendo posible esos baches que por mucho que los historiadores intenten llenar, quedan siempre difusos e imprecisos.

Las cartas como artefactos de la memoria histórica

Elementos de las cartas

Para que una carta pueda existir es imprescindible que se den dos elementos fundamentales: un lazo entre dos o más personas y la ausencia de alguna de ellas. Esto pone a nuestro alcance un sinfín de posibilidades; podemos escribirle a alguien que hemos perdido para siempre, aunque esa carta nunca le llegue puede servirnos para exteriorizar nuestras emociones en torno a esa ausencia.

La ausencia es seguramente uno de los elementos ineludibles para escribir una carta. Siempre la misiva se escribe en ausencia del otro; lo cual indica que sin ausencia no hay carta.

Quizás escribir una carta es poner un pequeño parche a esa ausencia que nos daña, y posibilitarnos el conversar con esa ausencia, con el fantasma del otro (como decía Kafka); y más aún, con su fantasma y con el nuestro porque cuando escribimos nos vamos desnudando y por eso, la escritura puede servir como una forma de poner en palabras nuestras emociones, de ordenarlas, de entender lo que aquella ausencia nos causa.

Las cartas como artefactos de la memoria histórica

Fluir desde dentro

El fluir de nuestra conciencia en aquella carta implica un fascinante proceso de escritura, donde la ficción puede abrirse camino y donde tenemos que controlar que no se cuele tanto, para que la carta sea lo más fiel a la realidad, a nuestra forma de ver la realidad, claro. En esa ausencia nos construimos mientras intentamos mantener o construir esa relación. En esa construcción textual no sólo ejercemos la escritura sino también la meditación y la introspección y, posiblemente, también nos dejemos un espacio para estetizar. Pero las misivas no dejan de ser ficción porque el otro tiene acceso a lo que nosotros queremos que vea, no a lo que somos en realidad, por eso sólo es posible en la ausencia del otro.

Y en este punto mal no vendría pensar en ese tener y no al otro; esa ausencia que se vuelve presencia a través del recuerdo y que nos ayuda a construir una compañía en la soledad, porque en el fondo eso es lo único que nos preocupa a los humanos, romper con la soledad de la que sabemos no hay forma de escapar.

En lo que respecta a la estética, gracias a esa actividad de introspección podemos dar lugar a la belleza en la comunicación y construir una realidad textual donde nuestras emociones e ideas se plasmen de una forma clara y bella. Construimos un espacio de conversación, una realidad que es fiel a nuestras emociones pero que se estructura de una forma similar a la ficción: estableciendo un lazo entre el que somos (queremos ser y mostrar) y el que es el destinatario (el que creemos que es).

La escritura de cartas nos brinda la posibilidad de pensarnos y pensar al otro de una forma ágil y viva lo que nos ayuda a explorar nuestra capacidad comunicativa de una forma reflexiva y ordenada, donde la oralidad adquiere otros matices.

La historia se construye de hechos pero también de la forma en la que interpretamos los hechos. Al leer la correspondencia entre dos personas podemos comprender ese mundo en el cual vivieron y cómo les afectó esa realidad. De ahí la importancia histórica que tienen estos atractivos objetos en la construcción de la memoria histórica.

A lo largo de la historia de la humanidad muchísimos hechos se han ido aclarando a partir de las misivas que se conservan de la época; pudiendo llegar a comprender las razones entre personajes ineludibles de la historia de la humanidad para así llegar a comprender, (porque en el fondo es lo que todos buscamos) la esencia de nuestra especie y de la forma en la que construimos la memoria, nos pensamos, pensamos a los otros. En definitiva, la manera en la que vivimos esos pájaros terrestres que somos.

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