
Hace poco hablamos sobre los acentos en español; fue una breve introducción para este artículo sobre las nuevas (ya no tanto) modificaciones de la RAE, en torno a la pérdida del acento en los demostrativos y en el término solo cuando funciona como adverbio.
Desde que salió la resolución me he inclinado por eliminar este acento (habrán podido comprobarlo en mis textos); no obstante, este último mes me he pasado mucho tiempo leyendo artículos sobre el tema para formar mi propia opinión respecto a él. El lenguaje no es de unos pocos que se sientan en un trono y nos dicen cómo debemos hablar o escribir; es imprescindible que todos nos manchemos e intentemos interiorizar las propiedades que la lengua nos ofrece y utilizarlas de la forma más clara posible.
El acento es uno de los signos que nos permite expresarnos con claridad, por tanto creo fundamental analizar con delicadeza el tema. Incluso después de escribir este texto seguiré pensándolo y puede que algún día cambie de opinión. Nos equivocamos porque estamos vivos y ésa debe ser una de las cosas más maravillosas de la existencia: el ser conscientes de que detrás de cada decisión y cada argumento se esconden uno o miles de fallos.
Antes de continuar quiero recomendarles una serie de artículos que me han parecido maravillosos y que, seguramente, los ayudarán a formular su propia opinión respecto a este tema. Pueden encontrarlos en los siguientes sitios web:
1) RAE (de la Real Academia Española)
2) Microrréplicas (de Andrés Neuman)
3) El desaguadero (de Fernando G. Toledo)
4) Horografías (de Zazil-Ha Troncoso)
Vamos por parte
Los cambios propuestos por la RAE a finales del 2010, en torno a la supresión de las tildes diacríticas (aquellas que sirven para evitar la confusión entre dos términos que suenan igual pero significan cosas diferentes), han suscitado múltiples debates, a los que quiero sumarme.
Entiendo la supresión del acento en los monosílabos. Pero no me convence que cada vez que quiera mencionar el sustantivo aquel (antes, aquél) mi cabeza intente buscar otras formas de expresarlo para evitar que se confunda con el adjetivo (aquel coche). No obstante, dado que en este caso la ambigüedad no es tan latente, podría tolerar el cambio.
Pero en el caso del término solo (antes, sólo) me parece un poco más peligroso. Según la RAE tanto si queremos referirnos a la soledad de un individuo como a la única opción que existe de algo escribiremos la misma palabra, sin diferencias en la grafía, como ocurría hasta que se estableciera este cambio. Confuso ¿no creen?

Ambigüedades sin solución
Posiblemente una de las cosas más atractivas del lenguaje es la existencia de matices. Y me parece que distinguir el adverbio sólo del adjetivo con una simple rayita sobre la «o» es una de las curiosidades y sutilezas de nuestro idioma que lo vuelven más rico. Entonces, ¿por qué anularla?
Teniendo en nuestro lenguaje esa bonita cosa llamada tilde ¿por qué no utilizarla? Parece como si le tuviéramos miedo a la equivocación. Si no tenemos que recordar cuándo lleva acento ortográfico y cuándo, no, entonces las posibilidades de error se reducen. ¿Por qué ese miedo brutal a equivocarnos? En mi caso, prefiero sumarme a la clase de personas que, como Roth, reconocen su existencia en tanto y en cuanto se equivocan y vuelven a repensarlo todo, y a corregirse, y a resignificarse. Me gustaría que los miembros de la RAE pudieran hacerlo en este caso.
Cabe señalar que, según la RAE, hay dos razones fundamentales por las que es necesario anular el acento ortográfico:
1) El sentido puede entenderse por contexto. La RAE nos pide que intentemos comprender lo que leemos analizando lo que rodea a la palabra solo. Ocurre que a veces «por contexto» no podemos entender las cosas. Por algo, nuestra lengua ha inventado la virgulilla en la ñ para decir ñoño (por cierto, ¡qué palabra más bonita y cuán diferente a nono!) y los acentos ortográficos, sobre todo, las tildes diacríticas. Éstas existen porque si no, el contexto no nos permitiría entender las cosas.
2) Su uso representa una violación de la regla de acentuación. Este argumento primero me pareció certero; no obstante, tras revisarlo varias veces llegué a la conclusión de que es una tontería. Eliminar las excepciones para simplificar el lenguaje escrito es privar al lenguaje de una de las cosas más auténticas y que lo vuelven más interesante (los matices). Por otro lado, lo que me asusta de esto es pensar que la próxima modificación será la eliminación de la tilde en el «cómo» o el «cuándo» con uso interrogativo o exclamativo.
No somos los narradores, poetas y periodistas los únicos que nos oponemos a esta nueva normativa (por algo no tuvo mucho éxito), también algunas academias de la lengua española, de otros países, se han mostrado reticentes. Tal es así que la Academia Mexicana de la Lengua se ha opuesto de forma oficial y terminante a aceptar este cambio. Expresaron:

No es por el cambio…
No es el primer cambio que presenta la RAE. En 1925 una nueva edición del diccionario proponía el uso de la tilde diacrítica en los demostrativos y el término solo, cuando significara “lo mismo que solamente”. Entonces cabe preguntarse: ¿Nos oponemos porque nos dan miedo los cambios?
No, los cambios a veces son buenos y apostamos por ellos. En este caso nos oponemos (y debemos hacerlo porque somos también constructores del lenguaje) por entender que las modificaciones no se están haciendo a favor del lenguaje sino de una estúpida simplificación.
¿La diferencia entre ambas reformas? En 1925 se tomó una buenísima decisión, que permitía que nuestro lenguaje escrito respondiera con mayor fidelidad a nuestra forma de emplearlo. Ahora, en cambio, la vuelta atrás reducirá nuestras posibilidades de comunicación. No, no es sólo por resistirnos, es que realmente necesitamos esa mínima rayita para que nuestra comunicación no se torne confusa.
La RAE también argumenta que el uso de esa tilde responde a una justificación de tradición; sin embargo, ¿no hemos ya puesto sobre la mesa varias cuestiones que no están relacionadas con la tradición sino con la funcionalidad del lenguaje? A decir verdad (y quienes me conocen lo saben) tradición es una palabra que me da cierta grima, por lo que jamás la usaría como argumento frente a NADA; quizás por eso necesité bastante tiempo y cavilaciones para oponerme a este cambio.

La poesía frente a los cambios
La RAE no habla de poesía, parece dedicada a escuchar la plegaria de los que envían mensajes de texto y prefieren el uso de kiero a quiero (no les extrañe que pronto también se arremeta contra la preciosa fusión «qu»).
Entonces, para los poetas la solución ¿cuál sería? ¿establecer un giro verbal? No, eso no podemos contemplarlo porque rompería con el ritmo del poema (¿habrá pensado en ello el equipo ortográfico de la RAE?) No, la única opción es aceptar que nuestro mensaje no sea claro.
En poesía una tilde puede hacer la diferencia. No es lo mismo decir sólo que solamente o únicamente. La poesía siempre se ha caracterizado por saber aprovechar las sutilezas del lenguaje y apropiarse de esas excepciones para crear formas nuevas. ¿Por qué arrebatarle algo que le ha servido como herramienta desde tiempos antiguos?
El uso de «solo» en lugar de «sólo» deparará ambigüedad para la poesía. Es cierto que algunos autores disfrutan de ofrecer mensajes difusos; no obstante, tienen la posibilidad de escogerlo. Es fundamental que el autor tenga la libertad de amasar el lenguaje y establecer las condiciones de la relación entre las palabras y sus significados; pero si es el lenguaje el que condiciona al autor ¿a dónde irá a parar esa necesaria libertad?
Me gustaría cerrar el artículo citando a Andrés Neuman, que supo dar en el clavo, una vez más.
Los cambios son buenos ¡qué duda cabe! Si no cambiáramos, la vida sería anodina y más innecesaria de lo que ya es. No obstante, a veces cambiamos para dirigirnos a un buen puerto, y en otras muchas ocasiones, para hundirnos en un fango cenagoso. Lo maravilloso es saber que siempre estamos a tiempo de mejorar y abogar por un lenguaje más claro y funcional.
Estamos vivos y equivocarnos, como expresó Roth, nos permite ser más conscientes de ello.
