«Quién te cerrará los ojos», de Virginia Mendoza —Libros del K.O.—

«Quién te cerrará los ojos» de Virginia Mendoza (Libros del K.O.) es un ensayo que toma recursos del monólogo, de la narrativa breve y de las leyendas para construir una memoria colectiva sobre el éxodo rural. Un libro fascinante y escrito con oficio.

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Todo lo que amamos desaparece. Lo sabemos. Y sin embargo nos sacudimos la tristeza e intentamos convencernos de que esta vez será distinto. Esa capacidad para seguir adelante, para reconstruir lo que sabemos que se desmoronará lo queramos nosotros o no, es una de las cosas que más nos asombran de nuestra naturaleza. Sobre esa necesidad de sobreponernos a la muerte, ese deseo animal de conservar la vida, se apoyan casi todos los actos heroicos de nuestra especie, y también los fracasos más grandes. En «Quién te cerrará los ojos», Virginia Mendoza (Libros del K.O.) reconstruye un relato sobre la resistencia rural donde encontramos buenas razones para creer que lo que la vida tiene de auténtico, lo que hay de natural en ella, es idéntico independientemente del lugar en el que vivamos. Todos queremos vivir aunque la realidad nos recuerde cada día, a tantas horas, que todo lo que amamos desaparece. Sobre la vida y la muerte, la pasión por la tierra y la pérdida de espejos que nos quedan en el campo va este libro fascinante que nadie debería perderse.

La España despoblada

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Esta es la realidad de miles de localidades en el interior de España. Y es el caso de Los Rubios, en la provincia de Badajoz. Una aldea pequeñita que puede recorrerse rápidamente usando Googlemaps, pero que no puede olerse, ni oírse a través de la pantalla. Quien no tenga recuerdos allí pensará que simplemente es un punto más que desaparecerá pronto del mapa, pero quien todavía pueda volver a su infancia al oír las palabras que son tierra de antaño, quizá se plantee la posibilidad de hacer algo para sostener la memoria de su pueblo antes de que sea demasiado tarde. Como ha hecho Antonio Carrizosa, que abandonó su vida urbana para volver a esa aldea olvidada y devolverle la vida de sus tiempos dorados. Él y otros personajes en los que la resistencia ha echado raíces, son los que sostienen este maravilloso libro de Mendoza.

Terrinches (Ciudad Real), Deleitosa (Cáceres), Espierba (Cantabria), Tierras Altas (Soria), La Estrella (Teruel), Ballabriga (Huesca), Foncebadón (Astorga), Cerro El Cano (Jaén), Jaramillo Quemado (Burgos), Azuaga (Badajóz), Los Rubios (Badajoz), por todos esos lugares pasó Mendoza, reconstruyendo la memoria de los que se quedaron y plasmándolo en un libro difícil de catalogar en tanto y en cuanto parece un reportaje de estudio de campo y por otro una obra de ficción que se te pega en la piel con intensidad. Nombrarlos, para que no desaparezcan. Nombrarlos, para que la memoria que los forma permanezca. Y construir así un registro antropológico fascinante donde podemos entender cómo la vida urbana se ha comido la existencia rural y ha procurado ponerles nombres nuevos a las cosas y a las voces, que ya tenían sus propios sonidos.

Es éste un libro lleno de preguntas en torno a la forma en la que nos contamos, a las razones por las que nos vamos olvidando de la herencia y una búsqueda interior que circula de forma paralela a la reconstrucción sociológica. A medida que avanza sobre la experiencia vital de los personajes, Mendoza se va reencontrando con su propio pasado, y a través de la escritura recupera la voz y la memoria de su abuelo, y el huerto donde de pequeña aprendió a mirar el mundo en perspectiva. Vida y literatura como espacios de resistencia, como caminos de búsqueda personal y colectiva. Una metáfora preciosa construida desde la memoria y para la posteridad. Es gracias a esa mirada bifocal que la autora ha sabido construir un texto necesario, que ojalá tuviera más visibilidad, más publicidad, más lectores, porque es realmente fabuloso.

Quienes narran el campo no lo aman

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El punto de partida es el reportaje fotográfico «Spanish Village», publicado en la revista Life en 1951, en el que podemos ver a algunos habitantes del pueblo de Deleitosa, en un momento crucial de la historia de España, de cara a la transición, cuando la escena rural comenzaba a sufrir los ajustes con el mundo industrializado. Aquel trabajo de Eugene Smith dio mucho de qué hablar, y aún al día de hoy despierta devoción e ira a partes iguales. «Enseñó lo peor del pueblo», dicen Maximiliano y Herminia entrevistados por El Mundo acerca de este proyecto que volvió famosa a la aldea. Apoyarse en la mirada de Smith le sirve a Mendoza para dejar al descubierto los mecanismos a través de los cuales el mundo ha cobrado forma: desde las eruditas esferas del mundo urbano, donde lo que roza lo animal es despreciable, donde la artificialidad se antepone para reconducir nuestras emociones y nuestras prácticas y anular el sentir ajeno.

Pero lejos de posicionarse políticamente en esta dicotomía sensorial, lo que hace Mendoza es llevarnos a la pregunta acerca de la identidad y de la otredad, así se para en diversas esquinas y trata de construir un discurso diverso y completo. El campo narrado desde la ciudad, pero también desde el campo. Y en este punto se detiene –y esta es una de las cosas más interesantes del libro y de nuestra forma de relacionarnos con el afuera– en cómo el discurso de los intelectuales y de la gente de la ciudad ha socavado la autopercepción de mucha gente del campo; que adopta las mismas frases peyorativas para nombrar lo propio, y se avergüenza de lo que es porque ha interiorizado el discurso de identidad desde el ángulo opuesto. Y esto está estrechamente vinculado a la pérdida de las palabras conocidas –y de lenguajes completos y complejos–, aplastadas por el lenguaje culto que imponen quienes parecen tener la luz suficiente para describirlo todo.

Quienes narran el campo no saben cómo pega la luz sobre el cristal de la ventana cuando aún la penumbra es todo lo que existe. Quienes narran el campo se han cultivado en aulas de mármol y todo lo que saben lo han leído. Quienes narran el campo se creen con la autoridad para explicarles a los que lo viven en él cómo es el campo, cómo debe ser, cuál es su futuro. Contra todo eso se rebela Mendoza y nos ofrece una imagen llena de sombras pero en la que pervive la luz de la resistencia, de los que se quedan, de los que no aceptan que otros narren su propia historia, de los que se resisten a que den por cerrada su aldea, de los que no aceptan que se lleven el campanario porque todavía hay vida, hay soles que mirar.

La tierra callada que nadie nombra

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Mendoza combina en este libro el saber popular con la investigación rigurosa. Toma para el título un fragmento de la bellísima canción del cantautor José Antonio Labordeta, y construye una oda ensayística –¿podemos llamarla así? Me gusta pensar que todas las reflexiones filosóficas parten de la lírica– a favor del respeto por la naturaleza y por una explicación teórica que sirva para entender la problemática del campo abandonado. Con un discurso cercano que bebe de la tradición literaria en torno a la vida y al éxodo rural, Mendoza se lanza a conquistarnos con un libro que no nos deja indiferentes. Si a esto le sumamos las ilustraciones de Buba Viedma, llenas de sentido, de sombras y melancolía, sin duda tenemos una obra perfecta donde imagen y palabra se funden de identidad y mensaje.

«Quién te cerrará los ojos» comienza con un relato que te atrapa desde la primera línea. Un americano llega a Deleitosa, y a Primitiva, aquel suceso le parece el comienzo de un cuento. De cuentos estamos hechos y son ellos los que nos enseñan a entender y explicar la vida. Aquí tenemos el primer gran acierto del libro. Mendoza nos avisa que va de cuentos, y se apoya en un discurso que está a medio camino entre el tono ensayístico y las memorias, con elementos de la narración popular, pero con una distancia científica y reflexiva que vuelven más contundente la lectura. Su narración se halla invadida y atravesada de reflexiones de otros autores de la literatura que han explorado el sentido del campo desierto; tenemos así algunas imágenes e ideas de Delibes, Llamazares, Thoreau, Azorín y Dillard, combinados con la experiencia de campo de la propia autora, lo que deviene en una reflexión magnífica sobre la realidad de la España que va quedándose vacía.

He echado en falta una mayor presencia de referentes femeninos en la bibliografía. De hecho, he pensado en Pardo García Bazán, Carson Mc Cullers y María Barbal, que creo habrían dado perfectamente con el tono y el discurso que busca aquí Mendoza; ¡y me habría encantado cruzarme con ellas a lo largo del texto! No obstante, y ahora que parece que el mundo rural se ha vuelto popular con algunas novelas que dejan mucho que desear a nivel estético –y apunto que sería importante y necesario volver a repensar este tema y crear una genealogía de mujeres que trabajen este discurso–, reivindico la voz de Mendoza y la maravilla que habita en este libro. Es definitivamente muy superior a muchos de los que se han publicado en el último año sobre este tema. Lo que hace aquí Mendoza es escribir con amor y oficio, dos cosas que no se pueden conseguir a la fuerza. Por eso debemos leerla.

Algunas de las inquietudes sobre las que trabaja Mendoza me atraviesan de forma muy cercana. Lo que se sabe del campo es una imagen construida desde el territorio urbano. Y aquí habría que abrir otro paréntesis sobre un tema que también atraviesa el discurso de Mendoza. La literatura, que siempre ha dado más cabida al pensamiento masculino, no sabe de emociones de mujeres por la tierra, y sobre todo no tiene idea lo que rodea al arraigo que se convierte en desarraigo ante la idea de ser lo que otros esperan de ti… Dice Mendoza que su alma nómada la ha llevado a fijarse en los que han decidido quedarse, es una forma interesantísima de entender la cercanía con el entorno rural, con la naturaleza desde una mirada universal, sin embargo cabe –y sigue en mí– la pregunta de si hubiéramos sido nómadas, en caso de haber podido elegir esa vida que queríamos y no nos estuvo permitida.

Todo lo que amamos desaparece. Lo sabemos. Y sin embargo nos sacudimos la tristeza e intentamos convencernos de que esta vez será distinto. Leer «Quién te cerrará los ojos» creo que puede ser una hermosa forma de pensarnos y de levantarnos para vivir, que es de lo que se trata esto, de lo que nos habla esa necesidad animal de supervivencia. Volver a las voces y al paisaje y encontrarnos con el otro desde su lugar, no desde el nuestro. El interés genuino por la vida de los otros es seguramente la mejor intención y el regalo más bonito que nos ha hecho Mendoza con este libro.

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QUIÉN TE CERRARÁ LOS OJOS
Virginia Mendoza
Ilustraciones de Buba Viedma
Libros del K.O.
978-84-16001-70-5
184 páginas
Papel: 15,90 €
Digital: 6,99 €



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