Qué leer después de Simone de Beauvoir

Lo que ha pasado en España la semana pasada es para alucinar. Que guerreras y brujas hayan salido a la calle para exigir que se respeten nuestros derechos es algo que me llena de emoción. Porque eso nos confirma una cosa que ya sabíamos de sobra, que somos muchas. Pero sobre todo nos (y les) avisa que estamos juntas. Estar juntas va a asegurarnos que no nos arrebaten aquéllo que vayamos conquistando. Por eso es importante. Estar juntas nos va a dar seguridad y le dará sentido a nuestra lucha. Estar juntas, pero no como una piña de gritonas sino como lo que somos, un grupo de mujeres pensantes y sintientes que han despertado y no están dispuestas a retroceder.

La violencia y la precariedad

El día en que Simone de Beauvoir sea una autora que pronunciemos y citemos no sólo las lectoras empedernidas, será el día en el que podamos cobijar alguna esperanza. Eso he creído siempre. Y ahora sé que ese día está llegando. Pero la lucha recién empieza, y para ganarla tenemos que seguir leyendo y cultivando en nosotros la crítica y la empatía. Para ello, nada mejor que recordar que contamos no sólo con una fabulosa genealogía de mujeres que nos han enseñado lo que vale (y exige) la valentía en tiempos revueltos, sino también que compartimos época con voces fascinantes, rebeldes y lúcidas. Es decir, que no estamos solas. Es decir, que somos muchas y estamos juntas. Sobre algunas mujeres para leer después de Simone escribo a continuación.

Despertarse siendo mujer es algo que nos ocurre sólo una vez en la vida y no siempre cuando nacemos. Eso dice María Fernanda Ampuero, una autora deslumbrante que en su libro «Pelea de gallos» (Páginas de Espuma) construye historias que tienen como hilo conector la violencia y la precariedad, y lo hace dejando fuera los clichés y con una valentía narrativa impresionante.

«V y V. Violación y venganza» de Pilar Bellver (Dos Bigotes) es un libro que me ha fascinado desde el primer párrafo, donde también hay interesantísimas reflexiones en torno a la tradición y cómo se encuentra rajada de punta a punta por la violencia. Sobre esta novela escribiré muy pronto. Creo que la forma en la que Bellver consigue trabajar y combinar mito y ficción es por lo menos alabable. La señalan como una novela transgresora, pero a mí me gusta más decir de ella que es inclusiva y que intenta mirar en esos huecos que damos por sentado y que igual no deberíamos.

También sobre precariedad trata «El entusiasmo» de Remedios Zafra (Anagrama), haciéndose eco de la situación de pobreza de muchísimas personas que realizan trabajos artísticos cobrando poco o nada por ello. Un ensayo profundo y cercano en el que Zafra nos propone la lucha diaria y decisiva en favor de nuestras necesidades reales y nuestros derechos invisibilizados. Sobre él ha escrito esta belleza Carmen G. de la Cueva.

«Mamá quiero ser feminista» de Carmen G. de la Cueva (Lumen) es otra buena forma de conocer el pensamiento de esta autora sevillana y, al mismo tiempo, acercarnos a los aspectos fundamentales de la lucha feminista. Este libro nos impulsa a reflexionar en torno a los roles y mandatos que se nos imponen desde que nacemos y nos invita a tomar las armas para hacer de nuestra vida aquéllo que nosotras decidamos.

Y al hilo de esta lectura puede venir de maravilla el poemario «Los sonidos del barro» de Olalla Castro Hernández (Agua Clara) donde también encontramos una extensa reflexión en torno a lo que implica ser mujer en este mundo de hombres. Con una poética musical Olalla nos atraviesa con contundentes inquietudes que nos hablan de nosotras, de las que vinieron antes, y de lo que nos queda por conquistar. Un poemario delicioso que les recomiendo muchísimo.

La vida de las otras

Despertarse siendo mujer, no importa la época, ha sido y es duro. Entender que lo que tienen preparado para ti no es lo que tú habrías deseado. Tenemos la libertad de elegir, lo peligroso es que la educación pesa tanto que, en ocasiones, cuando asumimos esa libertad es ya demasiado tarde. Así le ocurre a algunos de las personajes de «Desmembrado» de Carol Joyce Oates (Gatopardo) un libro desgarrador sobre la culpa, la traición y la madurez, sobre el que escribiré esta semana. Carol es una ácida narradora que sabe encontrar las palabras exactas para nombrar lo que en general no podemos nombrar.

Y la lectura de esta nueva Maravilla Oates me ha llevado por momentos o otro libro exquisito que es «El libro de los americanos sin nombre» de Cristina Henríquez (Malpaso). En él encontramos una serie de vidas cruzadas que se asemejan en la extrañeza. Es un libro que se centra en ese instante en que la vida de pronto se pone en modo pausa y todo lo que comienzas a vivir parece ser lo que le sucede a otra persona. El mejor libro que he leído jamás sobre la experiencia de la extranjería, con una visión amplia y el roce imprescindible de la ternura.

Pero ese disociar nuestra vida cuando vivimos experiencias fuertes con el objetivo de sufrir menos no es algo exclusivo de la experiencia apátrida, como mujeres también hemos tenido que enfrentarnos mucho a esa dualidad. Porque cuando todo lo que ha sido creado para ti no te satisface necesitas crearte un universo propio que sirva de consuelo. Por eso Jane Austen escribía en su cocina. Y también por eso la fabulosa Mary Shelley creó a esa criatura fascinante que es «Frankenstein», un monstruo que no sabía de qué estaba hecho hasta que se descubrió a sí mismo, observando la realidad de los otros, y observándose a través de los ojos de los otros. Eso también es algo que hemos aprendido a hacer las mujeres. A leer novelones donde la descripción que se hace de los personajes femeninos no representa cómo nos sentimos. Hemos aprendido a mirar el mundo desde la visión masculina, porque a ellos sí se les ha permitido nombrarnos.

Por suerte también hemos tenido mujeres rebeldes. Y a propósito de ese nombrar masculino puede servir como contramirada la que nos ofrece en «El erotismo» Lou Andreas Salomé, donde la autora escribe sobre el sexo y el deseo poniendo sobre la mesa un abanico de nuevas necesidades y de búsquedas que nada tienen que ver con la mirada de la mujer a través de la lupa heteropatriarcal.

Y en ese construir mundo también se nos ha impuesto una forma de entender la maternidad que la aleja de la realidad, o al menos no la nombra al completo. Y se quedan fuera no sólo muchas otras formas de experimentarla sino también la posibilidad de no convertirse en madre, que sigue siendo un tabú en nuestros días. Para conciliar o interpretar estas visiones puede servir «Quédate conmigo» de Ayòbámi Adébáyò (Gatopardo), un libro sobre el que comenzaré a hablarles muy pronto y que, pienso, será una de esas lecturas que dan mucho de qué hablar.

También sobre estas cuestiones que nos atañen escribe en su libro «Chocar con algo» Erika Martínez (Pre-textos). Erika es una poeta asombrosa con la capacidad para noquearnos y zambullirnos en una espiral donde se pone patas arriba lo conocido y se nos invita a ponerle nombre propio a aquéllo a lo que nos hemos acostumbrado a nombrar según la experiencia de la masculinadad. Reapropiarnos de lo que siempre ha sido nuestro es uno de los desafíos del feminismo, sobre el que encontramos interesantísimos poemas en este libro.

¿Y cómo olvidarse de la Didion, la Pym y la Gordon, que también tienen su huequecito en Gatopardo, una de mis editoriales independientes favoritas?

Lo que ha pasado en España es alucinante. Y me llena de alegría saber que somos muchas las que estamos cansadas (las que han estado en las plazas y las que no) y, sobre todo, saber que las políticas y los discursos machistas o (peor) paternalistas, no van a conseguir dividirnos. Podría haberse quedado ahí mi alegría, pero no. Que en mi pueblo de niña con tufillo a oligarquía y tradición las mujeres se hayan organizado y movilizado. Que nuestras hermanas de Arabia Saudí y de Emiratos Árabes se hayan juntado en las plazas pese al veto. Que se haya parado la producción en todo el globo. En pocas palabras, que el feminismo por una vez haya sido UNA (pese a las mil diferencias)… ¡Eso, queridas, queridos, es un paso definitivo hacia ese cuarto propio que tanto defendió nuestra adoradísima Virginia Woolf! ¡Sigamos leyendo y construyendo mundo!



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