«La mecánica del agua», de Silvana Vogt —Entre Ambos—

«La mecánica del agua», de Silvana Vogt (Entre Ambos) es un libro sobre el desapego que surge ante la imposibilidad de cumplir los sueños en el suelo que pisamos. Una novela que cruza los mares y donde el agua transforma e ilumina.

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Quizá sea una de las dedicatorias más hermosas que he leído. Qué sería de nosotros los lectores sin esos autores y autoras que escriben los libros que deseamos leer. Y qué sería sin esos libros que nos recuerdan lo que fuimos. Viajamos para olvidar, y en el camino descubrimos que la escritura exige de la memoria para formarse.

Sobre esas ideas trabaja Silvana Vogt en La mecánica del agua (Entre Ambos) donde la tensión entre vivir y recordar mantienen a raya la melancolía expatriada. Una novela que me ha hecho pensar en la poesía de María Negroni, en su constante ir en busca del asombro y de la luz cotidiana.
 
 

Cuando la memoria duele

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Vera, que a veces se presenta como Kantiana, y vive con un tekel al que también llama de esta forma, huye del pasado. Quiere creer que hay luz después del horizonte y parece ir desesperadamente hacia ella. Ésta es la idea fundamental de La mecánica del agua. Y Silvana Vogt trabaja esta búsqueda desde el deseo y el aislamiento: sólo a través de esa experiencia de soledad y burbuja, Vera es capaz de atisbar un poco de tranquilidad y por un momento, creer en otra realidad posible.

Una de las primeras cosas que llama nuestra atención es el desapego producto del desencanto que experimenta la protagonista. Vera se resiste a involucrarse en los cambios políticos y sociales que la rodean en aquella Buenos Aires que ha enloquecido de pronto. Esa sensación de desprendimiento parece el reflejo de toda una generación, la nuestra, que huyó de la patria como si la historia común no nos perteneciera, algo que no forzamos y que seguramente deviene de una tradición de pueblo migrante, pero que nos ha valido mucho rencor por parte de los que se decían «nuestros». Vera se va y se desprende totalmente. Humana sola con amigo perro cruzando el charco.

Y es que quizás Vera no cree en el futuro de los otros pero no está dispuesta a renunciar al propio. O igual entendió que la patria es algo muy subjetivo, y cree en una que se construye de libros. Sea como sea, Vogt trabaja muy bien esa idea del desapego. Y lo hace usando como vínculo el deseo, que es ilusión que se estira hasta que no puede más de sí y le deja a Vera sólo dos opciones: envejecer como una uva que llega a pasa gritando por un pueblo que ni es pueblo ni es nada o echar raíces en una certeza que permite la supervivencia, y que irónicamente exige soltarse. Escoge este segundo camino, es decir, emigra, aunque el futuro que le espera no es del todo color de rosas.

Del otro lado tenemos a Eliseo Mussol, que carga con un pasado doloroso y huye del afecto para no perder a más gente. Ha contado una a una sus pérdidas, le acompañan, le duelen, y se ha quedado amarrado a las experiencias con estas personas, incapaz de avanzar emocionalmente. Y aunque hay otros personajes interesantes en la novela, no quiero desvelar el encuentro feliz de los lectores, pero no podía dejarme fuera a Mussol, porque él y Vera son los pilares que sostienen toda la trama. Y en ambos casos tenemos a criaturas dolidas y con una mirada teñida de melancolía, supervivientes que han sido marcados por el pasado para poner en marcha el desapego. Al encontrarse, se da entre ellos una relación conflictiva, de atracción rechazo, y ésto le brinda a la historia un lúcido punto de amarre.

Entre las cosas más interesantes del libro tendría que destacar la revisión de la extranjería desde las voces, el lenguaje y la cultura que se estrena. Seguramente son las características de la migración que más afectan a aquellos que amasamos el lenguaje. El reconocimiento de la propia voz verbal y escrita es uno de los grandes desafíos de este viaje. Y en medio de todo ese trabajo, la incomodidad. ¿Hace mucho que vivís acá? ¿Por qué te fuiste de Argentina? ¿Cuánto hace que no viajás para allá? Estas preguntas que todos los migrantes enfrentamos y que a veces no sabemos cómo responder, quizá porque nunca nos las hicimos tan en profundidad, también tiene que oírlas Vera, y le hacen subir el ácido estomacal (aunque a los argentinos esto nos sucede muchas veces al día).

Y aquí no viene mal extendernos un poco sobre la idea del desarraigo. Migrar no es algo que pueda hacerse con una gran planificación, sobre todo cuando vives en un país donde la moneda engorda para la bolsa y enflaquece en el bolsillo de los ciudadanos. Simplemente surge la oportunidad y la ves como una tabla a la que aferrarte. Pero hay mucho más. Lo que se presenta como una oportunidad económica siempre es producido por una experiencia mucho más honda; sino todos los que pueden emigrar lo harían, y no sucede así. Nunca nos vamos por la falta de guita, ni siquiera porque no encontramos el libro de nuestro escritor favorito en las librerías de Buenos Aires, el viaje es el resultado de un montón de experiencias individuales que nos van provocando el desapego, hasta que tomamos la decisión. En este punto el libro me sabe a poco: me habría gustado un mayor ahondamiento en el perfil psicológico, en los anhelos y en el pasado de Vera. Ya que el conflicto principal es el desapego, entonces me habría gustado arribar a las preguntas importantes que lo han provocado.

Lo que perdimos en el fuego

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El mundo se quebró para siempre en aquel 2001 para los argentinos. La mecánica del agua nos permite un viaje a esa Buenos Aires, a la sucesión de presidentes, al cacerolazo, a las calles invadidas por la gente harta de ser estafada. Nos devuelve a ese infierno que no ha dejado de salir para los argentinos, a ese país usurpado por los aristócratas, a ese país vendido a firmas extranjeras. Y nos devuelve a la pregunta de por qué nos fuimos; como si el movimiento siempre tuviera que ser causado por la incomodidad o la frustración. Caben muchas ideas en esta novela sobre el deseo de volverse invisible para no tener que darle explicaciones a nadie sobre lo que somos o hemos hecho.

En este punto hay otro elemento del libro que me ha gustado mucho y es el enfrentamiento de las ideas sobre patria y patriotismo (y algo de patrioterismo también) que perfila Vogt. La idea de la traición es algo que seguramente todos hemos tenido que enfrentar, una acusación que seguramente hemos recibido alguna vez. Traidores a la patria. Argentinos migrantes. Noargentinos que buscamos la vida en una tierra que no nos parió, para ser extranjeros para siempre, en cualquier tierra. Sobre este tema hay interesantes reflexiones. Y aquí quienes hayan leído y quienes amenn al filósofo prusiano, Immanuel Kant, se sentirán en su salsa. Hay valiosas conexiones entre la vida y experiencia de Vera y las inquietudes y temas sobre los que se obsesionó este pensador.

Vogt no se olvida de este detalle y en Vera podemos sentirnos identificados: en su fuego pero también en su desánimo. En lo fácil que parece la vida de alguien cuando es otro el que la describe y en lo tedioso que puede resultar el proceso de migración al toparnos con la burocracia, que nos exige que hagamos trámites antes de viajar, trámites que por retorcido que resulte (es realmente así, como lo cuenta Vogt) sólo podemos hacer si ya hemos llegado a la nueva residencia. Esta contradicción desesperante de la burocracia también está muy bien plantleada y es imposible no sentir el nudo en la boca del estómago por lo vivido y lo que viven otros.

Y otra cosa a destacar: algo hermoso con olor a pérdida pero con luz: la ilusión de aquel primer momento en el que topamos con la realidad extranjera. Cuando llegamos a Barcelona y el cielo era distinto, y sentimos que la vida era hacia delante. Esos primeros pasos de Vera y Kantiano me han gustado mucho, y me han hecho volver sobre los míos, a esa misma Barcelona, con ese mar que nos dijo algo esa primera vez y que se nos quedó para siempre en el cuerpo. Pero el universo emocional no se interrumpe del todo ante el viaje, algunas cosas no cambian, se extienden y nos sirven de anclaje para formar esta nueva identidad. Así, en la vida de Vera, Pink Floyd, The Doors, Kant y Rodrigo Fresán serán esa burbuja que así como la asistió en Buenos Aires le sirva en Barcelona para volver a su propio deseo y entenderlo.

Una voz auténtica y musical

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Esta idea se repite a lo largo de toda la novela, como si contarnos fuera siempre un volver al origen. La reiteración de esta imagen, como si fuese una remembranza constante que la memoria no puede dejar atrás es una manera muy visual de explicar el intrincado camino que ha transitado Vera; algo así como revisar constantemente el mismo punto, la misma imagen, para entender el todo: la historia, el desarraigo, el por qué de la melancolía que se queda para siempre en nosotros desde que subimos a aquel avión, y que no lo sabíamos. Sobre estas sensaciones y la relación entre memoria y relato también trabaja con destreza Vogt. No obstante, tengo la sensación de que el ritmo a veces se dilata. El tono y la extensión de la historia se hallan más cerca del terreno del relato que de la novela, y sin embargo, parece no avanzar a la velocidad que exige lo breve, y esto le quita un poco de fuerza a la narración.

Y aquí viene mi contradicción. Porque a pesar de lo que acabo de decir la narración desde el tono está muy pero muy bien lograda. Es un discurso limpio, cerca del registro coloquial y el monólogo –audazmente, Vogt construye un monólogo en el que hay un oyente, Kantiano, y la dinámica que se da en estas conversaciones donde Vera es la única interlocutora parlante es muy interesante–. Ligado a esto habría que señalar el exquisito trabajo en los diálogos que resultan absolutamente creíbles y naturales. Silvana Vogt parece construir a través de la memoria de Vera su propio andamiaje de recuerdos, y viceversa, es decir, consigue que el relato, su relato y el de Vera sean casi una misma cosa. Y el vehículo que utiliza es la música. Esa que sale de los cascos y que a Vera la invita a creerse en otro espacio, menos hostil, que invade todas sus neuronas y sus músculos y le permite respirar. Así, aferrándose al movimiento de la música, Vogt nos regala una especie de canción en la que ocurren cosas, en las que pasa toda la vida de Vera y Kantiano.

La mecánica del agua ha sido una lectura que me ha atravesado olímpicamente. Me ha hecho llorar, me ha hecho regresar a la rabia, a la incomprensión y al deseo irrefrenable de volver sobre el propio relato. La forma en la que se transforma nuestro lenguaje tiene consecuencias profundas en nuestra escritura. Y con lo fácil o lo sencillo que resulta la escritura para muchos nativos, de pronto, ser extranjera de todos los lugares te pone en un lugar en el que no sabes cuál es tu voz. Silvana Vogt encuentra una voz poderosa, que se nota trabajada al detalle, y que permite entender que hay en ella una narradora de oficio: éste, que es uno de los rasgos más difíciles de lograr desde la escritura fronteriza, ella lo presenta casi como si fuera fácil.

La idea de que la vida es algo tangible y limitado es falsa. Quizá contra ella haya escrito Silvana Vogt esta novela. Desde ya, su lectura nos anima a que lo poco que tenemos no se nos escape. Por otro lado, pienso que es una muy buena lectura para entender esa extranjería que se arrastra y que intenta florecer, pese a las burocracias, pese al miedo, pese a la frustración que intenta apropiarse de nuestros sentidos y que nos invita a diario a pegar la vuelta. Estamos ante una novela preciosa donde caben nuestros miedos y nuestras frustraciones, pero también nuestra ilusión. Una novela intimista pero cuya ejecución la convierte en una obra trascendente. Y ésto no lo digo yo, lo dijo Jorge Carrión, pero lo comparto de principio a fin. Una novela de resistencia y de esperanza que les deseo a todos.


 
 
LA MECÁNICA DEL AGUA
Silvana Vogt
Entre Ambos
978-84-16379-14-9
208 páginas
17,00 €
 
 
 
 
 
 
 
  


 
 
 
[Otro libro de Entre Ambos: «Salsa», de Clara Obligado]



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