María Zambrano en «Entrevistas para el Recuerdo»

Hace un tiempo que no les traigo entregas a nuestra sección de Entrevistas para el Recuerdo, pero aquí estamos de nuevo. Ya han pasado por este ciclo autoras maravillosas como Gloria Fuertes, Silvina Ocampo y Doris Lessing.

Esta vez la protagonista es María Zambrano. Y he escogido en particular una entrevista que le hizo Pilar Trenas para el programa «Muy personal», en la que tocan varios puntos interesantes y que nos permite acercarnos al pensamiento pero sobre todo a las emociones de esta impresionante autora.

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María Zambrano nació en Vélez-Málaga el 22 de abril de 1904. De aquella infancia, conservó para siempre imágenes y profundas sensaciones que fue compartiendo con el mundo a través de su extensa y sensitiva obra. Dice que lo que más ha quedado grabado en su memoria es el limonero del huerto. Su aroma y su aspereza, el perfume de la tarde, esas cosas continuaron acompañándola. Primero a Madrid y más tarde al exilio. Y es posible que fueran en gran parte los que la ayudaron a sostenerse a lo largo de los años.

Otro elemento que menciona como inolvidable es la caña de azúcar, esos trocitos que les daban a los niños de su tierra para mantenerlos sanos y fuertes. Cuenta que durante mucho tiempo pudo sentir ese dulce rozando su paladar.

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Zambrano tuvo claro desde temprano que quería pensar. Le pedía a su padre que le enseñara geometría para poder entender. Y su vida se fue encaminando hacia un pensamiento profundo, y la filosofía se le entregó como una fruta. Sin embargo, también tuvo dudas. Porque toda vocación si es auténtica llega un punto en el que se tambalea un poco, dice.

A ella le tocó cuando al ingresar en la universidad se dio cuenta que la claridad de Ortega y el rigor de Zubiri eran demasiado para ella, que nunca podría disciplinarse y conseguir pensar y plasmar sus ideas de forma tan cristalina. Y se dijo que se había terminado. Vinieron los meses de vacaciones en los que se abocó a la lectura de la tercera «Enéada» de Plotino y la «Ética» de Esquilo, y al ser consciente de aquello en lo que estaba pensando y dedicando su tiempo se echó a reír y entendió que lo suyo era la filosofía y que nada podría alejarla de aquel camino. Como toda vocación intensa, la filosofía le daba miedo, pero tampoco podía desprenderse de ella.

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Aunque en esta entrevista, ya tenía más de ochenta, Zambrano seguía lúcida y se expresaba con la claridad que podemos encontrar en sus libros, donde la inocencia y el lirismo ocupan un lugar primordial. Respecto a su línea de pensamiento y ante la pregunta que muchos le han hecho a lo largo de su vida de si se consideraba orteguiana, dice Zambrano que no, porque de ser así se habría convertido en una secuaz, y no habría tenido un pensamiento propio; sin embargo, sí se consideraba discípula de Ortega, con quien había llegado a entablar una buena y cercana relación.

Acerca del sufrimiento
, Zambrano dice que pese a lo que se suele decir sobre el dolor, no se aprende mucho de él. Y se apoya en las palabras de su padre que decía que tanto maestro no sirve (parafraseando la frase: «el dolor es un gran maestro»). El dolor de España, cuando ella estaba exiliada, le dolía en lo más hondo, y asegura que no le enseñó mucho más allá de su propia resistencia y de lo miserable que puede ser el corazón humano.

Una buena forma de comprender su pensamiento, su sensibilidad y su vitalidad es leyéndola. Algunas de sus obras imprescindibles son «Delirio y destino», «Persona y Democracia; Una historia sacrificial» «Claros del bosque» y «El reposo de la luz». Es imposible vivir y comprender nuestro tiempo sin leer a Zambrano, una de las intelectuales más brillantes que ha dado España.



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