Breve acercamiento a la poesía de Claudio Rodríguez

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Si hablamos de la poesía española del siglo XX no podemos olvidarnos de Claudio Rodríguez. El autor de «Don de la ebriedad», que para muchos es una de las obras cumbres de nuestro tiempo, nació un día como hoy en Zamora. No creo que sea un mal momento para dedicarle un pequeño artículo; una lectura a vuela pluma, que sintetice, con mis humildes capacidades, lo que implicó su obra poética, y lo que ha sembrado en mí el haberlo descubierto y leído con tanta curiosidad.
 
 

De los simbolistas y el campo

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Una de las cosas que llamó mi atención cuando conocí a Claudio Rodríguez fue su capacidad para aunar en un mismo poema elementos aparentemente antagónicos. Así, al leerlo podemos encontrarnos deliciosos objetos simbólicos mezclados con otros bien cotidianos: lo rutinario fusionado con una visión estética de la vida y del lenguaje. Esto hace que sus poemas produzcan en nosotros esa mezcla de sentimientos encontrados; que se iluminan en ese punto donde extrañeza y experiencia se rozan.

Encontramos en su poesía una fuerte influencia de los poetas vanguardistas franceses pero también una nueva forma de mirar su propio mundo, de alumbrar las mismas imágenes que habitan en la poesía de otros autores de una forma más cercana, pero no menos rica. Esto le sirvió para convertirse en uno de los poetas fundamentales de la Generación del 50.

El trabajo estético de Rodríguez consistió en explicar la vida a través de una alianza entre lo cotidiano con ciertos elementos simbólicos, valiéndose para ello del lenguaje. Como si escribir poesía fuese una forma de desvelar lo que se esconde, aquello que habita en lo Maravilloso, que diría Bretón. En Rodríguez la mirada poética está puesta sobre lo tangible, en una alabanza a los instantes, al cuerpo con sus mañas, pero los ojos se elevan, porque la claridad no está a la altura de la visa, como dijo el poeta. Gracias a esa mirada consiguió ofrecer una poética que puede leerse como una celebración de la experiencia, sin olvidarse de aquello que tiñe y vuelve turbia la mirada, el dolor, la pérdida, la culpa, y el vivir en un mundo que no entiende, ni quiere entender, lo que nos salva.

Por otro lado, su poesía se encuentra llena de preguntas filosóficas: muchas de ellas exploradas desde la visión de la propia naturaleza, desde la sencillez de la luz, el canto de los pájaros: esa vida instantánea que sucede mientras nos preocupamos por construir nuestros pequeños castillos. Y allí, donde nacen las preguntas, es donde la poesía se gesta, dice el poeta. La capacidad de entender no, de decir lo que no se entiende; quizá así podríamos resumir el trabajo poético del escritor zamorano.

Del instante eterno

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Sobre lo que hay de materia en la existencia escribió Rodríguez deliciosos poemas. Donde la posibilidad de la pérdida, o incluso la mismísima desazón de la ausencia, no parecen razón suficiente para desfallecer. Aunque toda la serenidad tenga cuerpo de dolor, aunque la verdad que portamos sea una caída libre a un vacío desconocido que ya ni siquiera nos da miedo, vivir a través de los sentidos, no puede denominarse sinsentido; ¿será esto lo que viene a decirnos? Algo así como que vivir radica en la experiencia de tocar con nuestros músculos el mundo ajeno.

El instante, como una cosa que no muere, como una posibilidad que no nos conviene desperdiciar, como un mundo en el que anidar y sentirnos plenos. ¡Ahí reside lo más auténtico y bello de la poesía de Claudio! Y aunque tiene mucho de angustia y de tristeza –porque la vida no puede escapar de sus oscuros–, también irradia luz, la que matizan esos instantes en los que todo parece perdido, en ese de pronto en el una chispa nos sirve para mirar el mundo con otros ojos.

Estoy segura de que leer a Claudio Rodríguez puede servirnos para mirar mejor el mundo y nuestra propia experiencia vital. Su poesía puede ser un faro que ilumine y corra el tupido velo que ciega nuestros ojos. Su poesía, para entender que todo lo que vivimos puede ser a simple vista idéntico con lo que experimentan los otros, y sin embargo… Hay en esa capacidad para sentir piel con piel, la dulzura de un instante único.

A ese instante que nos define le escribió Rodríguez, de ese instante que nos permite sentirnos vivos se encuentra llena su poesía. Termino con este extracto que define de forma muy escueta el luminoso y necesario trabajo de este poeta zamorano. ¡No dejes de leerlo!

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