José Carlos Becerra

José Carlos Becerra fue un poeta oriundo de México, nacido en Tabasco el 21 de mayo del año 1936 y fallecido trágicamente en Italia el 27 de mayo de 1970. Desde muy joven fue vencedor de diversos concursos de relativa importancia en su país, y se esforzó por dar a conocer sus obras a través de los medios de comunicación. Cabe mencionar que antes de cultivar la poesía se concentró en el cuento y el periodismo. La beca Guggenheim lo llevó a Norteamérica y más tarde se dirigió al continente europeo, donde pasaría sus últimos años, aunque muy productivos a nivel literario. Luego de haber vivido en varios países, y cuando aún tenía mucho camino por recorrer, la muerte lo sorprendió a los 34 años.
Sus tres obras inéditas, "La Venta", "Fiestas de inviernos" y "Cómo retrasar la aparición de las hormigas" fueron rescatadas por los allegados del escritor y actualmente es posible hallar toda su producción poética bajo el título "El otoño recorre las islas". Como siempre, para conocer a un poeta no existe mejor manera que a través de sus propios versos; con ese propósito, ofrecemos una completa selección de poemas de su autoría, entre los que encontramos "El deseo concluido" y "Relación de los hechos".

Poemas de José Carlos Becerra

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de José Carlos Becerra:

El deseo concluido

Las imágenes que emergen de tu cuerpo desembocan en esta noche que no eres tú ni soy yo quienes conversan en el cuarto de al lado y a quienes escucho completamente solo.
Concibiendo esta noche como algo inmóvil, bien podríamos ser tú y yo los que están al otro lado,
tu voz es un receptáculo indeterminado que no ha terminado nunca,
aunque en última instancia este espacio nos haya suprimido juntos y estemos allá hablando, esperándote yo rendido en la cama tibia
mientras tú regresas del baño quejándote del frío.

Porque el amor lleva consigo su propio espacio,
porque el muerto no sentirá nunca su desaparición;
la fosforescencia que se mueve sobre la superficie del deseo que ha concluido.

Épica

Me duele esta ciudad,
me duele esta ciudad cuyo progreso se me viene encima
como un muerto invencible,
como las espaldas de la eternidad dormida sobre cada una de mis preguntas.
Me duelen todos ustedes que tienen por hombro izquierdo una lágrima,
ese llanto es una aventura fatigada,
una mala razón para exhibir las mejillas.

En estas palabras hay un poco de polvo egipcio,
hay unas cuantas vendas, hay un olor de pirámides adormecidas en el algodón del pasado,
y hay también esa nostalgia que nos invade en ciertas tardes,
cuando la lluvia se enreda en nuestro corazón como los cabellos húmedos y largos
de una mujer desconocida.

Estuve atento a la edificación de los templos, al trazo de las grandes avenidas,
a la proclamación de los hospitales, a la frase secreta de los enfermos,
vi morir los antiguos guerreros,
sentí cómo ardían los ángeles por el olor a vuelo quemado.

Me duele, pues, esta convocatoria inofensiva, esta novia de blanco,
esta mirada que cruzo con mi madre muerta,
esta espina que corre por la voz, estas ganas de reír y llorar a mansalva,
y el trabajo de ustedes, los constructores de la nueva ciudad,
los sacerdotes de las nuevas costumbres, los muertos del futuro.

Me duele la pulcritud inútil, la voluntad académica,
la cortesía de los ciegos,
la caricia torva como una virgen insatisfecha.

Mirad las excavaciones de la noche,
escuchen a Lázaro conversando con sus sepultureros,
mostrándoles su anillo de compromiso con la Divinidad.
Vean a Lázaro en el restaurant y en el tranvía,
en el ataúd y en el puente, en el animal y en su plato de carne.

Sí, me duele este atardecer,
esta boca de sol y de verano.

La mujer del cuadro

Lo empiezas a saber,
tu amor va enseñando sus sales de baño, sus fiestas de guardar, sus cenas sin nadie;
a veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda
baila en tus ojos,
ciertas avecillas silvestres amanecen temblando en tus manos,
ya el tufo de la crucifixión
no te hace taparte la nariz de niña

el ahogado

un gancho de hierro
y se jala,
su expansión lo desmiente al subir
el agua que lo chorrea
lo
mueve
de
los
hilos
de su salida al escenario

en el muelle los curiosos
miraban ese bulto
donde los ojos de todos esperaban
el pasadizo extraviado del cuerpo

gota a gota el cuerpo caía
en el charco de Dios,
alguien pidió un gancho de hierro
para subirlo,
cuidado -dijo uno de los curiosos -
la marea lo está metiendo debajo
del muelle,
un gancho de hierro
había que sujetarlo con un gancho
había que decirle algo con un gancho
mientras el sucio bulto
flotante
caía
gota
por
gota
desde la altura donde lo desaparecido
iba a despeñar una piedra sobre nosotros.

Por el tiempo pasas

Por el tiempo pasas, lo cruzas, sales de él,
rozas la superficie de la muerte
y distraída sigues hacia donde no sé si sigues.

Eres tú la que cruzas el tiempo,
la que aparta a la muerte como si se tratara de una cortina,
la que se destapa el espejo como si se tratara de una lata de cerveza que luego te bebes y la arrojas vacía sobre el asfalto.

Esta noche yo te siento apoyada en la luz...

Esta noche yo te siento apoyada en la luz de mi lámpara,
yo te siento acodada en mi corazón;
un ligero temblor del lado de la noche,
un silencio traído sin esfuerzo al despertar de los labios.

Siento tus ojos cerrados formando parte de esta luz;
yo sé que no duermes como no duermen los que se han perdido en el mar,
los que se hallan tendidos en un claro de la selva más profunda
sin buscar la estrella polar.
Esta noche hay algo tuyo sin mí aquí presente,
y tus manos están abiertas conde no me conoces.

Y eso me pertenece ahora;
la visión de esa mano tendida como se deja el mundo que la noche no tuvo.
Tu mano entregada a mí como una
adopción de las sombras.


20 de septiembre de 1964, México