Javier Alvarado

Javier Alvarado es un joven poeta nacido en Panamá el 28 de agosto de 1982, Licenciado en Lengua y Literatura Españolas. En su corta trayectoria, ha sido premiado en numerosas ocasiones y ha recitado sus poemas por muchas partes del mundo como Cuba, México, Chile, Inglaterra, Escocia, Canadá, entre otros.
Entre los premios recibidos más destacados podemos enumerar el Premio Nacional de Poesía Joven de Panamá, Premio de Poesía Pablo Neruda, Primer Premio de los X Juegos Florales Belice y Panamá y Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua.
Desde el año 2001, Alvarado ha publicado ya más de una decena de poemarios, entre los que se encuentran "Tiempos de vida y muerte", "Poemas para caminar bajo un paraguas" y "El mar que me habita".

Poemas de Javier Alvarado

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Javier Alvarado:

Enterradero de El Ciprián

En este enterradero todos tenemos epitafio
Una oscura canción que nos persigue desde el pasado hasta el presente
Como una guirnalda de pobres vegetales,
Estos muertos que me habitan a veces, que tanto cargo
Que corrijo en sus posturas, en sus gestos, en sus hábitos,
Que corren detrás de mí como el niño tras el llanto amargo del agua
Se van navegando junto a mi sangre
Como se va escapando el invierno en su fragata.

¿A dónde se fue quedando el ropaje de nuestros primeros abuelos
Y el disfraz de loca y pordiosera de mi abuela
Con su legajo estival después de pasar por los chamuscados
Telares del viento, si eso dicen que la locura entra por el aire
A su viento, donde todos hemos de ir con el primer himno o la campanada
Terrena de esta suerte, de ser huérfano en la luz,
En la territorialidad y en el polvo?

¿A dónde está ella y el cruel abuelo
Que fue dispersando sus hijos por la tierra
(Vitervo, Bredio, Janeth)
Como las cuentas prófugas de un collar
Que halamos con la rabia del tiempo, con esa sacudida
De los animales que vuelven del espasmo
Cuando la noche se posa sobre nosotros
Como un gigantesco amaranto o como un pulpo
Que se ha sacado partituras con el orgasmo pétreo de su tinta?

Oh, mis primeros muertos que el chubasco del invierno
Me trae en desordenadas imágenes
Donde se contemplan el bestiario de las musas
Si no he podido contemplar la levadura de sus huesos
¿Dónde está su tumba, abuela inmemorial de maíz y greda
Marcaria Espinoza la que se fue sin ataúd
Sólo con la mortaja de llanto de sus hijos ausentes
En su humildad y en su locura?

Nosotros abandonaremos estos cuerpos, habitaremos estas burbujas
Que el invierno escupe.
Habrá tumbas desde el cielo a la fragata,
Nos hospedaremos en tu casa y seremos todos tan reales y desconocidos.
Éste es tu enterradero de El Ciprián, donde todos tendremos epitafio.

Poemas para caminar bajo un paraguas

36

La mortal lluvia se propaga; no puedo detener el lenguaje sangriento de las aguas, un patriarca muy viejo introduce su bastón en el cuenco del destino; hay asfixia en los boscajes de la roca, un animalillo estrangulado yace con los ojos primaverales hacia el cielo, el filo de la nube corta el sistema nervioso de los soles. estoy resfriado, de mi nariz llueve una gran cantidad de mentiras, huesos polvorientos, peces sonámbulos que caminan por las bahías escupiendo naufragios y piratas con patas de palo y parches eclipsados que cubren otro negro mar como el de las encanecidas barbas de los labriegos, leñadores, amigos proletarios que piden limosnas en las puertas del gobierno, en los ministerios episcopales y en lugares donde se pasea algún desconocido con un cancerbero que vende boletos para la entrada a los infiernos. Amo tanto esta ciudad prolija, odio tanto sus edificios como puedo odiar las cosas que amo y a todos los seres que me miran con cierta indiferencia. Muchas cosas pueden acontecer en una pregunta sin signos de interrogación, es la hora de cortar sombrillas y sembrar hongos en cualquier sitio de donde dispararemos brumas y enfermedades, alimentos eternos que a nadie sacian y algún tipo de espiritualidad que diferencie sexos, religiones y maneras de vestir a las horas rutinarias de hacer el amor o de dar un beso en el lugar equivocado. Nadie interroga, sólo hay mundos que convergen con la boca ensangrentada. La sensación del invierno es como una casa deshabitada en las entrañas, una hora falsa de amor por alquiler, una mirada lujuriosa de un desconocido y una caricia arrebatada a aquellos seres que se fueron sin amar a una mujer o tocar las paredes del útero de una infeliz madre. Muchos han jugado con mis nervios, antes he comido la misma ración de inclemencia antes de acostarme. La miserable ausencia compartida con las ratas y con las palomas deja mensajes de humanos despojos en los hombros. La celda de meditación está a oscuras, las oraciones del claustro dan vueltas y sueño una muerte imaginada; preparo la mesa, enciendo un dedo, sobre la erosión de la tierra está la rosa, instrumento general para el cultivo de los grandes poemas y piezas clásicas. Ahora mismo llueve y de mi nariz siguen lloviendo vestigios de un mundo despertado. Sueño? Pesadilla? Traedme el abrigo, el paraguas y que lluevan poemas por doquier...!

La muerte y su barco

La muerte regresa a tientas con su barco
Escupe sus negros esclavos, sus piezas de mercadería
Regresa desde los sueños en forma de galeón o de canoa
Es en nosotros que vive con su llanto sumergido

A veces me pregunto a quien llaman mis padres
Desde la senilidad con sus tantas voces;
Por qué se repiten mis abuelos en los mismos hábitos
De hablar con la nada
O de esparcir sus fotografías
En el garabato de la niebla?

Aún no se esconden las cosas presentes y los veo
Jugar con los nietos, que permanecerán cantando para siempre
Cuando hay brea sobre estos puertos
O gaviotas confusas que se posan en los mástiles y en las cuerdas
A diatribar con los gallotes.

No hay más misterios nivelados que observar el mar
Y su llanto sumergido,
Esos dioses gemebundos
Que bostezan despacio o que se llenan la boca con fabulaciones
De foca o de ballena.

Es este miedo a respirar las sales que ya conozco
A visitar esos puertos donde se quedó mi cuerpo de tritón
O de almirante,
Escribir los mismos poemas
Que circularon con las estrellas de la espuma, o recordar
Esa balada que va en la boca de los longorongos
Que gritan sus orgasmos repletos de fiebre;

Vegetar en mi espejo que se vuelve un caracol henchido
O una furia oceánica que se repite como un triste maremoto.

Por eso atestiguo el recolectar con mi caña de pescar estas imágenes.
Estas verdades que tiemblan y se agitan en el fondo
De todas las nadas como peces que resguardan la tranquilidad del aire
O como burbujas secas que se quedan vacilando
En mis manos como medusas.

La muerte me llevará a todos los puertos
E irá doblando mis pantalones y mis restos de equipaje.

Seré más oscuro o luminoso cuando recorra
Las huestes y las epopeyas de otros mares, seré joven o viejo
O quizás oblicuo como todo resplandor que nace.
A veces creo que cada día
La muerte nos prepara para entrar en su barco.

El fotoálbum

Me pongo a mirar las fotos al fondo
Donde se erige el álbum de la nada
Mujeres antiguas con vestimentas
Que hoy se apolillan en baúles de caoba,
Caballeros de sombrero y corbata que van y vienen
A una boda que siempre asisten.
Los abuelos que se fueron de uno en uno
Hasta desperdigar sus genes y la sangre de sus hijos.
Leonardo con su ropa caqui deambulando
Con su caballo colorado
Por un potrero de maderamen y ceniza,
Lucila con su pollera o pedaleando la máquina de coser
Motivando la aguja que ha de coser los trajes
Inolvidables del invierno,
Marcaria la loca que busca el refugio materno
De las aguas,
Celestino con su sombrero ensimismado
Y el rostro de la vejez tan denso
Como arboladuras animales,
Ahora Reyes que se ha ido
Dejando una blanca cola de estrellas
Y un perfume perpetuo.
La tierra se los tragó como el trabajo
Como el agua de la lluvia, el pan y el sacrificio
Hoy ojeo estas fotos y me persigue
El canto de un gallo fantasma.
Todos los recuerdos están como un guijarro
En la palma de la mano,
Como una oración de un desconocido detrás del muro.
Todas las abuelas me dan sus bendiciones.
Hay algo que busco y se ensombrece.
Es mi foto de muerto, que tarde o temprano, se ha de iluminar.

Por ti no pasa nunca el tiempo

II

Cierto, no estarás desnuda por ruinas y hospitales, ni dejarás que se lleven al mar tus revelaciones en el espejo de tu carne, mortalmente edificada por arquitectos dantescos o por guerreros y ancianos egregios, que quemaron sus barbas y alzaron las naves para huir de su pueblo y dar saltos de eclosión o de miserableza, tanto fuego reunido sirvió para consumar un cadáver, es decir un cuerpo,
una sangre una noche o un aullido no fue suficiente,
para tanta moral escrita, para tanto orgasmo petrificado en los esqueletos de la ciudad, que aún se alzan como dentelladas,
como saxofones viejos, actos de fe, pianos rotos, poemas inválidos y ciegos que murmuran frases delante de los semáforos.
He llorado por cada clavo que crucifica la generación,
la violación de la rosa, los párpados de Cristo y las imágenes obscenas de los figurines, el hambriento alucinado, la tez del vidrio y las canciones semienterradas. He llorado aquí,
junto a ti he llorado
grandes desiertos, sabanas, montañas, colinas, volcanes, penínsulas, cabos, golfos, cayos, islas, océanos, mares vivos o muertos, cantidades de accidentes geográficos no fueron los tantos para mi llanto accidental de tierra! Diríase mi llanto poético,
mi llanto prosaico, cuando lo habla con su lengua muerta el tesalonicense, o con los dialectos ocultos de las cerámicas que recibirán mis huesos, la estrella colocada,
tú, la constelación que ofrezcas, el rebaño limpio de las probetas de luz, el racimo de meteoros que colocarás cada año en aniversario de mi nacimiento o en el aborto de mi muerte.
Tanta sangre fue necesaria para que colocaras tus ríos en las tierras y dejaras fecundar tus ovarios con la lluvia de polen y de otros insectos incendiarios que plantaron un bosque y se dejaron llevar por los sonidos y las onomatopeyas de la creación, tanto nombre pusiste a las cosas creadas y te faltó nombrar a los males que saldrían de tu centro-mundo, de tu centro-alma, de tu centro-carne.

Panamá, ya sea en el Pacífico o en el Atlántico

Panamá en esta calle y en este tiempo que nos falta,
Antes de mis días y mis noches
(Y del poema) fluctuando entre los lirios como el agua,
Con sus gruesas murallas y sus edificios
Que le dan color de tacto a los espejos,
A las criaturas del mar que se advienen a mi fondo,
A mi lámpara de niño y a mi mano afiebrada de poeta.

Nunca antes por siglos volví a ver el mismo día
En que abrí los ojos tanteando la tierra
Y el polvo del lugar donde ocurrió mi nacimiento,
Donde me convertía en talingo y en estatua
Con peces de aire entrando por el mármol.

Panamá fue una musa entrando
-vena a vena-
Un arcoíris en la boca,
El tamaño de una brújula en el eros y en la gnosis.
Una ciudad en mi piel, como algo corpóreo
Como la música en una temporada de lluvia
O como un tamborito en una oleada de calor.

Siempre llego a ella aunque por otros caminos vaya
Dejando fuego, dejando amor, coloquios,
Algo de poesía. Mi talón siempre regresa al milagro
De su musgo, a sus piedras temerarias,
A su selva donde nunca he ido, donde nunca vuelvo,
Donde respiro la verdad del mundo
Ensalinada al borde de sus playas.

¿A dónde dejar el muro, el trapecio
Y las marcas de la reniñez como una mariposa en el sombrero,
El desnudo campo
Por donde persigo duendes y espejismos de luciérnaga,
Imágenes de Dios o de un caballo que atesora
Las caminatas imaginadas por el tucán en la tormenta?

Panamá
En el Pacifico, en el Atlántico,
¿En dónde está?, ¿en dónde estuvo?,
¿En dónde me encuentra el mar con su Canal
Y su memorial dolido? Panamá la que siempre
Encuentro aunque por otros caminos vaya
Donde silbo a las criaturas que se advienen a mi fondo,
Con mi lámpara de niño y mi mano afiebrada de poeta.