Vaqueros rotos.

 

Con su piel
a tiras. 

 

 

 

 

 

 

 

Son bonitos tus vaqueros,
arqueros son mis ojos
desde la atalaya de mis hombros.
Desde ahí te los miro atento,
miro su tela y lo que no es su tela,
cualquiera se niega a mirar tal emporio,
sobrio pero insistente, que cuenta
no se dé, por favor. Fervor es el que tengo,
fervor temo de tus brazos, de tenerte
entre este recipiente vano que te ofrezco,
carezco de lo que me pides, te doy algo,
solo tengo eso, una minucia, unas monedas
sin cara ni cruz, sin precio, solo eso.
Tieso estoy en lo que toca al dinero 
pero no niego tener otras cosas, más valiosas,
tengo la intención, una voluntad que montañas
mueve; no te engañas, no, son montañas 
las que muevo con el rabillo de este ojo,
piojos que crecen en la cabeza a falta de pelo,
pero quiero que sepas que el corazón,
mi corazón de guerrero te ofrece una espada,
una herrada lumbre que de calor te llene, 
que estrenes en la ensenada de mi semblante,
de una mirada palpitante, limpia, repleta
de intención, de quererte, y de hacerte valer,
de recrearte en el galopante caballo de mi piel,
de imaginarte tu melena al viento, espeluznante.
No miento, sí, me gustaría pero no miento.
No te ofrezco veinte primaveras, las tuyas; 
te ofrezco cincuenta para que de sobras tengas
para contar margaritas y preguntar al acaso
si te quiero o te dejo de querer, el buen vino
debe cumplir su espera en bodega, pruébame
y no querrás jamás un vino joven, insulso 
y de poco cuerpo, inconcluso, yo, en cambio,
concluso y recluso en el margen de tu sonrisa,
¡qué prisa hace falta para instalarse en tu alma..!
Créeme, prueba mi elixir, si eternidad anhelas,
si el hoy es más importante que el mañana.
Quién sabe del mañana. Ahora, yo soy ahora o nunca.