«Curso de Literatura Rusa», de Vladimir Nabokov —Ediciones B—

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«Curso de Literatura Rusa», de Vladimir Nabokov —Ediciones B—La historia de la literatura se encuentra dividida por grandes hitos: momentos brillantes que la concatenan y la vuelven materia; y la literatura rusa del siglo XIX es sin duda uno de las inflexiones decisivas en la gran línea del tiempo que la conforman. A través de la lectura de «Curso de literatura rusa» de Vladimir Nabokov (Ediciones B) podemos encontrarnos con algunos de los autores más importantes de ese momento lúcido en la historia de la literatura y entender sus intenciones creativas e ideológicas.

Vladimir Nabokov ve a Nikolai Gógol como el gran escritor intraducible (imposible de comprender fuera del idioma ruso) y a Iván Turguéniev como un escritor agradable (pero no como el gran escritor del que muchos hemos sabido disfrutar). Fiódor Dostoyesvki es un escritor mediocre (un aficionado dramaturgo que quiso escribir novelas) y Lev Tolstoi, el mejor prosista de la literatura rusa. Por último, Antón Chéjov es un artista de verdad, frente a Maksim Gorki que es un artista didáctico.

Este libro destila buen gusto, una gran riqueza lingüística y una pasión literaria a flor de piel. Y aunque muchas de las ideas planteadas por Nabokov podrían considerarse cerradas y prejuiciosas, no podemos negar la fluidez y la maestría con la que ha escrito estas páginas. Estoy segura de que es una lectura imprescindible para comprender por qué no hay literatura rusa más allá del siglo XIX.

La Literatura Rusa antes y después del Siglo de Oro

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El libro se abre con un prólogo magnífico que intenta responder a una pregunta que muchos nos hemos hecho alguna vez: ¿es que no había literatura antes de Dostoyevski o Tolstoi, más allá de Pushkin? Nuestra mirada sobre la literatura rusa se detiene en una docena de autores, como si se tratase de algo completo y «definitivamente concluido», como lo expresa Nabokov. La respuesta es clara: antes del siglo XIX no existía una tradición literaria, que viene a ser una forma propia de usar el lenguaje escrito para expresar las costumbres, los paisajes y todos aquellos elementos que vuelven única la vida de un pueblo. No obstante, el pensamiento liberal ruso es más viejo que el comunismo, y permitió que en este siglo surgieran un conjunto de autores valientes capaces de introducir la rutina en la literatura.

Los hitos históricos ciertamente suelen oscurecer los logros conseguidos con esfuerzo, la evolución interna de las sociedades. Así como no podemos pensar en la Alemania de mediados del siglo XX sin horrorizarnos, difícilmente podamos pensar en Rusia como país libre sin que venga a nuestra mente la propaganda comunista. Pero ahí estaba, la Rusia libre del siglo XIX, en la que el arte había cobrado un impulso inverosímil, en muchas de sus ramas posibles (literatura, música, pintura). Una libertad con un pequeño matiz: había opresión y esclavitud pero los artistas no tenían que engañarse ni engañar. Podían escribir acerca de esa miseria y protestar a través de su escritura sobre la realidad; esa realidad miserable que pese a todo les permitía pintar a través de la literatura completísimas estampas de la vida cotidiana en aquella Rusia.

Después vendría el siglo XX con interesantísimos escritores, como Bieli, (que ha sido pobrememte traducido, según Nabokov). Y poco tiempo después llegaría el Régimen Soviético, y con él la literatura sería sometida al escrutinio político, y el dogmatismo acamparía en sus orillas. No obstante, hay literatura rusa más allá de aquel siglo floreciente; sin embargo, la mirada extranjera ya no se posa en aquel país helado, porque se cree que ya lo ha dado todo. Según Nabokov, la prueba de ello es que las traducciones del último siglo son bastante mediocres y que no existe en el extranjero un interés genuino por saber lo que se está haciendo en la Rusia actual.

En este punto cabe introducir uno de los fundamentos de este libro; para Nabokov la literatura no debe mirarse como la integridad de un pueblo, sino como la expresión del genio individual de cada autor. De este modo debemos centrar nuestra mirada sobre la obra y no sobre el marco que la contiene, ni tampoco juzgarla por la forma en la que los otros la han juzgado. Para Nabokov la única forma posible de mirar la literatura es con unos ojos vivos capaces de entender y establecer su propio punto de vista frente a las cosas. Por eso, quedarnos con un par de autores no nos permite hacernos una idea completa de lo que reúnen en su andamiaje las letras rusas.

«Curso de Literatura Rusa», de Vladimir Nabokov —Ediciones B—

Hacer pedazos la literatura

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Y eso precisamente es lo que hace Nabokov con las creaciones de estos seis autores; buscando prolongar el genio de cada uno a través de sus palabras y ofreciéndonos una explicación material de algo intangible como es el talento artístico. Su objetivo fundamental, sin embargo, no parece ser ayudarnos a entenderlos sino más bien aclararnos que no debemos leerlos buscando conocer el alma rusa a través de sus textos; el único fin de la literatura es personal y (casi) intransferible.

Gógol y Turguéniev son los que abren las clases. Y la cierran Chéjov y Gorki. En el medio conviven los dos portadores del sueño infantil ruso: Tolstoi y Dostoyevski. Y van pasando también, a través de ellos otros nombres ineludibles como Pushkin, Nekrasov, Korolenko, Nemirovich-Dánchenko y Grigoróvich, entre muchos otros.

De Chéjov, Nabokov, rescata la pureza; ya que habiendo sido un hombre comprometido con su tiempo, no compuso una obra ideológica acorde a esa forma de pensar, cosa que sí hicieron sus compatriotas. En Chéjov hay pureza y muchísimas ventanas que obligan a reflexionar sobre el mundo, pero sin decirnos de qué forma tenemos que verlo. La mirada que ofrece Nabokov sobre Chéjov, el gran maestro del cuento, es sumamente interesante. Lo presenta como el primer escritor en apoyarse en las corrientes subterráneas de la sugerencia para comunicar un contenido concreto. Y nos recomuenda leerlo cuantas veces nos sea posible y hacerlo soñando a su través. ¿A que resulta una forma bellísima de entender la lectura: leer-soñar-vivir?

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Gorki, al igual que Dostoyevski, no merece el espacio conquistado en el mundo de la literatura. Para plasmar la pasión literaria y la lógica de una narración, dice, se requiere un caudal intelectual del que Gorki carecía. No obstante señala algo sumamente importante: la pobreza y la indigencia le permitieron al revolucionario unirse a los más desvalidos y mostrar una Rusia sucia y olvidada; esto hace que aunque como creador Gorki no tenga ninguna relevancia, sí que la tiene como fenómeno, como observador de la estructura social Rusa.

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«Curso de Literatura Rusa», de Vladimir Nabokov —Ediciones B—

Dostoyevski y Tolstoi

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Estos dos monstruos y lo que Nabokov escribe sobre ellos se merecen un capítulo aparte. Uno de sus objetivos, que explica claramente en el prólogo del libro, es desenmascarar a Fiódor Dostoyevski, bajarlo del pedestal en el que el mundo de las letras lo ha colocado. Al mismo tiempo desea proclamar la genialidad de Tolstoi, a quien considera el mejor prosista que ha dado Rusia.

Entré a la literatura rusa a través de Dostoyevski, a quien en poco tiempo comencé a llamar Dosto, con cariño, como si de un amigo se tratase. Comencé con «Crimen y castigo» que tuvo en mí un efecto hipnótico. Desde aquella lectura nunca pude dejar de leerle y releerle. La mirada de Nabokov me caló en lo más hondo: no comparto casi ninguno de sus argumentos, y creo tener también tantas buenas razones para recomendarlo, como él considera tenerlas para desecharlo con despotismo y cierta ironía que roza el cinismo.

¿Por qué mata Raskólnikov?, se pregunta Nabokov. Y sostiene que su motivación es absolutamente confusa y que no se encuentra bien aferrada a la estructura de la novela. En este punto noto uno de los grandes errores de su lectura. A Dostoyevski no le preocupan tanto las razones reales de los personajes para obrar de tal o cual manera sino el camino que debieron recorrer para tomar una decisión que puede afectar sus vidas para siempre.

En lo único que comparto línea con él es respecto a las cualidades de dramaturgo que señala de Fiódor; aunque, en mi caso, justamente esa es una de las cosas que me conquistó desde el primer instante que le leí.

Ciertamente su lectura es muy interesante y enriquecedora, digna de un lector exigente. Su análisis detallado de los personajes de algunas de las obras cumbre de Fiódor me parece muy perspicaz. Pero vuelvo a enemistarme con él cuando concluye el capítulo señalando que Dostoyevski es un escritor sin espíritu artístico. «Abandonado por el espíritu del arte», son sus palabras. Sin duda, no hemos leído al mismo ruso.

Lev Tolstoi es para Nabokov el mayor escritor ruso de ficción en prosa; un hombre que se pasó toda la vida desgarrado entre dos temperamentos yuxtapuestos: el sensual y la conciencia hipersensible, y que supo crear algunas de las obras mejor estructuradas y más emocionantes de la historia de la literatura.

Es sumamente interesante la forma en la que Nabokov desgarra-desentraña-deshace Ana Karénina; y aunque algunos aspectos de la crítica me parecen absolutamente subjetivos (¿acaso existe lectura que no lo sea?) pienso que su visión del universo tolstoiano y en particular de ese libro es sumamente enriquecedor. La forma en la que Tolstoi trabaja el paso del tiempo, los emparejamientos y las poses de los personajes y los escenarios otorgan a la obra veracidad y le sirven a Nabokov para explorar la estructura y sentenciar que estamos frente a una de las novelas rusas más impresionantes de la literatura universal.

Me he visto inmersa muchas veces en discusiones en torno a la narrativa de estos dos artistas. Fui de las que en su momento defendió a raja tabla al escritor de cuna humilde frente el burgués. He tenido que escuchar muchas veces que Dostoyevski es muy confuso y que se lía demasiado en la trama, mientras que Tolstoi presenta una prosa limpia. Y pienso que todos tienen razón. Todos tenemos razón cuando observamos la narrativa de un escritor y somos capaces de emitir un juicio. Pero la perdemos cuando negamos la importancia de los genios diferentes e imperfectos. Ni la rusa ni la literatura universal serían lo mismo sin uno de estos dos monstruos, así que no hay necesidad de seguir enfrentándolos. No existiría literatura sin «Guerra y Paz» y la (mal leída) «Ana Karénina», como tampoco existiría sin «Los hermanos Karamázov» o «Noches blancas».

La crueldad con la que Nabokov trata a Dosto deja en mí un enojo silencioso. Su mirada detallista y entusiasta respecto a la narrativa de Tolstoi hace que me reconcilie con él. Pero ninguna de las sentencias del genio de «Lolita» puede borrar la única gran certeza que conservo de mis primeros años lectores: «Crimen y castigo» es responsable de que yo sea lectora y por eso mi pasión y mi fervor por Fiódor son irrevocables.

«Curso de Literatura Rusa», de Vladimir Nabokov —Ediciones B—

Mirar la literatura con ojos de extranjero

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Nabokov era un neurótico y un pedante. Hay que decirlo. Y sólo aceptando que nos encontraremos con un tipo que cree que su opinión es la más valiosa en el mundo, es posible continuar esta lectura. Ser ruso, según él, lo pone en un espacio de consideración superior al de cualquier lector de otra nacionalidad. Esa mirada despótica en torno a los traductores, que se extiende a lo largo de todo el libro tiene dos caras: por un lado resulta sumamente enriquecedora (porque comparte constantemente matices propios del bellísimo idioma ruso); por el otro, llega a ser cansina cuando Nabokov desprecia con tanta soltura el trabajo de traducción de numerosos especialistas, en los que muchos hemos confiado y deseamos confiar. En ese punto la mirada de Nabokov nos llena de incertidumbre, aunque puede también a animarnos al aprendizaje de este idioma.

Pero, también hay que decirlo, esa repugnancia, ese desprecio que tanto se desprende de la narrativa de Nabokov es sin duda el sello que lo convierte en una de las mentes brillantes y necesarias de la literatura del siglo XX.

Como lector, la forma en la que Nabokov se acerca a estos autores para estudiar a fondo cada recoveco de sus mentes, nos permite estar frente a un libro lleno de imperfecciones (¡qué bellas resultan éstas en el arte!) y a la vez, de certezas. Pero sobre todo nos permite disfrutar de una lectura capaz de inspirarnos una profunda pasión literaria. La inteligencia y sensibilidad que se perciben en sus palabras y la devoción que manifiesta por el mundo de los libros es impactante y potencian muchísimo el valor de este curso.

Desde ya, los apasionados de la literatura rusa no tienen que dejar de leer estas paginas porque aprenderán muchísimo y, al mismo tiempo, la lectura les servirá para repensar y reafirmar (o rechazar) sus ideas previas en torno a las obras que aquí se dan cita.

Resumiendo. «Curso de literatura rusa» nos ofrece una mirada profunda sobre la obra de estos seis escritores sin los cuales no existiría el oro de la literatura rusa. Y enriquecer nuestro punto de vista en torno a ellos.

Por último, la mirada prepotente y despótica con la que analiza Nabokov las obras deja en evidencia esa tristeza tan presente en su obra y que podríamos atribuírsela a su impuesta extranjería. Quizás, si hubiera podido escribir estos textos desde esa Rusia querida (en aquel tiempo de la Rusia Libre), su forma de mirar el trabajo de sus conpatriotas no habría sido tan exagerada y subjetiva. Pero no escojemos dónde ni quiénes nos quieren, y pienso que es entendible ese fuego abrasivo que condensa-aviva-impulsa la escritura de este libro.

¡Lean, por favor, este «Curso de literatura rusa» porque aprenderán con él mucho más que en cualquier taller de narrativa sobre lo que los gnomos rusos han hecho por nosotros!

«Curso de Literatura Rusa», de Vladimir Nabokov —Ediciones B—

 
 
 

CURSO DE LITERATURA RUSA
Vladimir Nabokov
María Luisa Valseiro (Trad.)
Ediciones B
978-84-9070-192-8
568 páginas
14 €

Comentarios1

  • oscar perdomo marin

    Es una interesante lectura este enfoque sobre el libro de Novakov. Evidentemente la viciosa parcialidad que casi desecha al autor inmortal de "Crimen y Castigo" me parece mezquina como si reflejara cierta "envidia post mortem" al gran escritor, que rescató para la literatura universal, el subsuelo de la sociedad rusa urbana de su tiempo.



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