Antonia Álvarez Álvarez

Antonia Álvarez Álvarez es una poetisa absolutamente entregada a su trabajo, el cual le ha valido importantes reconocimientos y premios. En el año 2005, obtuvo el Premio Poemas sin Rostro, certamen de cuyo jurado forma parte en la actualidad.
Antonia nació en Pinos (León) hace poco más de cincuenta años. Transcurrió gran parte de su infancia en un pueblo, vecino a Pinos; allí tuvo un acercamiento con la naturaleza y las cosas fundamentales de la vida, lo cual posiblemente haya favorecido el desarrollo de su poesía, absolutamente única y llena de colores.
Entre sus obras publicadas se encuentran "Cuentos y poemas desde Internet", "La mirada del aire" y "Almas"; además participa de la web Canal Literatura, donde ha colgado varios de sus poemas para que los lectores podamos disfrutar de su arte.
Su estilo se encuentra ligado a los tiempos modernos, con un lenguaje coloquial y sencillo de comprender y una constante alusión a sensaciones que se viven en un instante y luego se vuelan, como el aliento al respirar. Queremos recomendarte dos de sus poesías presentes en nuestra web: "Respiro" y "La guerra". Estamos convencidos de que seguramente, luego de leerlos, querrás saber mucho más acerca de esta poetisa entrañable.

Poemas de Antonia Álvarez Álvarez

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Antonia Álvarez Álvarez:

La guerra

La guerra tiene labios azulados,
ojos de soledad, carne de frío,
campos de noche eterna, gesto airado,
inviernos sin otoño y sin estío,
la guerra...
tiene niños asombrados,
manitas de miseria y extravío,
cierzos que cortan vidas y sembrados,
grises atardeceres, sol sombrío,
la guerra...
tiene dientes afilados,
cuchillos de acerado desafío,
boquitas de hambre triste y rostro helado,
inmensa podredumbre hacia el vacío,
la guerra...
tiene el ceño ensangrentado,
harapos y negrura de atavío,
alaridos sin nombre y sin soldado,
desbordadas las venas, turbios ríos.

La guerra...,
sal en la herida abierta de la tierra

Tu nombre

Voy perdiendo tu nombre
por caminos y plazas,
por cristales sin vidrios,
por resquicios
sin sol;
hace frío en mis ojos
-era hoguera tu nombre-,
y una lluvia de olvido,
sin querer,
lo apagó.
Todo lo era tu nombre:
los sabores, la fruta,
el color de la tarde,
la caricia,
la flor...
Sólo quedan dos letras
que tiritan, perdidas,
en desvanes sin dueño,
esperando
el adiós.

A medida

Cada vivir ha de tener su espacio,
su dolor y su fiebre,
su ramo de congojas.
También su propio aire hecho a medida,
aunque a mares le sobre, porque encoge,
aunque a trozos le falte, si tallece.
Pero es la vestimenta que lo tapa
y la caricia fresca que lo aroma.
No debemos robar aires ajenos
ni pisarles la sombra que les duele,
más bien dejar que pasen,
y en su mano
poner en flor abierta nuestros dedos
para sembrar la paz en los rastrojos:
unánimes al canto y a la pena.
Dejemos respirar, y respiremos,
y así cada respiro tenga un hueco
y una estancia feliz donde posarse.

Entonces ya podremos perdonarnos
la inconsolable culpa de estar vivos.

Así me voy

Así me voy de ti,
como el estío,
deslizando su mansa inmensidad de siesta
hacia la tibia umbría del otoño
de colores maduros y aromados,
y sabor a olvidanza.
Así,
después del sol a mediodía
-plenilunio de luz y de latido-,
hacia el rubor más núbil de las hojas.
Con el tiempo en las manos:
lentamente a la ausencia.

Sólo allí

Salpiqué los rincones de gotas de esperanza,
y a la alcándara muda
encadené los trinos del pájaro encantado.
Sólo allí renacía,
allí sólo, en silencio,
la mágica certeza de la vida que canta.

Emborroné las horas de luces y de espigas,
y en los huecos del aire
dejé escurrir la lava del oro del poniente.
Sólo allí se resume,
allí sólo, albergada,
la lasitud que expira sobre el sur de la noche.

Despegué de los ojos la flor de las aliagas,
y en un campo espinado
quise enredar las almas errantes del poema.
Sólo allí quedé ciega.
Allí sólo, asombrada,
pude ver desde dentro la luz de los tesoros.

Respiro

Pero la vida, ¡ah!,
pero la vida...,
tacto del tiempo, túmulo de instantes:
un respiro,
una muerte,
otro respiro.
Qué saberse, sin más, sobre la tarde.
Ni lágrimas ni risas hacen falta.
Para la vida, el aire.
Sólo el aire.