Françoise Roy

Françoise Roy nació en 1959 en Québec (Canadá). Pese a licenciarse en Geografía, su verdadera pasión siempre fueron las letras. Es una importante escritora y traductora y además trabaja como representante en diversas ferias del libro.
La labor de Françoise ha sido premiada en reiteradas ocasiones; sin ir más lejos, en 1997 recibió el Premio Nacional de Traducción, que entrega cada año el Instituto Mexicano de Bellas Artes. Entre sus obras publicadas hay tres novelas, numerosos poemarios y un libro de cuentos.
Seguramente, Roy es una figura imprescindible de la poesía latinoamericana. Esto es lo que la ha llevado a viajar por los diferentes puntos del continente, compartiendo su poesía y su arte con cada país que visita y recibiendo en cada lugar, calurosas bienvenidas.
Su estilo directo, sus verdades gritadas a las cuatro vientos y sin adornos, son las características más resaltables de toda su trayectoria.
Actualmente reside en Guadalajara (México) y continúa sus labores de traductora y escritora. En nuestra web podrás leer algunas de sus creaciones, tales como "Votos de silencio", "La caja de pandora", "Fiereza acuática" y "Desbarrancarse".

Poemas de Françoise Roy

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Françoise Roy:

El tragafuego

A veces, se pegan en la faringe y forman una costra, telaraña gigante que taparía la entrada de anchísimo sendero. Las oigo subir en espiral con un zumbido insectil, arremolinarse, enjambre, estamento de la luz que busca el pasadizo exterior. Entre sus manos callosas jalan un cordel que me forzaron a detener, y henos aquí, cada quien tirando de su lado como cipreses inclinados en una tormenta. Oigo crujir el sisal, nada se rompe, sólo esos puntos cardinales que dentro de mí se apartan de su opuesto. Oh pestaña en el iris. Llave rota en el ojo de la cerradura. Fermento de ese limbo de vocablos que estallan en un disparo. Oh palabras que ostentan su diminuto pabellón como pavesa del fuego mayor.




Tomado de A flor de labios (plaqueta), Universidad San Nicolás de Hidalgo, Morelia, México, 2002.

El girasol

a Laura Solórzano


El girasol me habita, inocente criatura cuya cara de pétalos sigue sin saber un sol oscuro, mancha gangrenada en el cielo. Cada noche se alza en las rutas estelares la luna negra sobre el erial sembrado de mala hierba donde crece la flor solitaria, descabellada de azafrán, con sus ínfulas de luz. Lamparería de mi alma que nunca quiso ver tu bramante ahogador, oh espejo mágico que dice mentiras, oscuridad cenagosa, oh verdugo, amante que me arroja un puño de tierra en los ojos. Mano que escribe: con tus propias armas te habr?de cercenar. Los astros de luz invertida habrán de confundir tus cinco dedos abiertos con un girasol marchito.




Tomado de A flor de labios (plaqueta), Universidad San Nicolás de Hidalgo, Morelia, México, 2002.

Eternidad III

          Yo, expectativa de trazo, animal invisible aullando sigiloso en la paciente mirada de la eternidad, inclino la tiara hasta comer y borrar su luz.
          Fracturándose su dolor, los muertos caen como esos pájaros del antes. ¿Qué atuendo espera la noche en su sorbo, su fragor, su frente caída en el polvo? ¿Tomarán el pasado en sus manos equivocadas? ¿Qué viento, qué piedra tragarán? ¿Cómo reducirán ellos el trazo sobre el lienzo, con el viento de aquí, del hoyo, equivocando el solemne ahora?
          Llénenme, que muertos, de paisajes de ahora.
          ¡Qué extraviados! ¡Qué detenidos! ¡Qué esmeril les desvanece el paciente rostro con su atuendo de pañoleta?
          Habrá cómo: lo que pase recorrerá su boca, detenido.

Pozo vertical de crecimiento

Tú, comulgando bajo las dos especies
de la claridad de lo opaco
Jean-Clarence Lambert


Crecí tanto dentro del pozo que puedo tocar al mismo tiempo el fondo y el boquete que da claridad. El sol luce en lo alto, brillo de verano, fácula rodeada de azul. Hacia abajo, la centella negra se derrumba en el foso y cae al fondo. Se mueve empujada por el peso de las cosas que gravitan en mi alrededor.
Recuerdo cómo llegué a tocar los dos extremos: desde arriba de la coronilla, jalaron un hilván dentro de mi cabeza, una canilla enrollando hilacha de luz. Debajo de los pies, donde antes se desfondaba la oquedad de la fosa, un espiritu tutelar encargado de cuidar la oscuridad me estiró las piernas hacia la hondura. Bien en medio, mis manos tocan la circularidad del hueco, como si en una extraña auscultación, le diera yo forma a lo que une claro y oscuro.
La mariposa negra se detiene en el calado luminoso de las nubes.




Tomado de A flor de labios (plaqueta), Universidad San Nicolás de Hidalgo, Morelia, México, 2002.

Cuerdas de Falopio

                                                  Quien tiene un alma novel es señor de su señorío
                                                                                                                              Séneca





          Con el fuego que respiré el día cero, te hice un rostro que comió mis entrañas, incendiando de paso las cuerdas de Falopio, alambres de un circo en llamas.
          Aquel rostro empezó la ruta de la quemadura por el corazón. Pero no se comió mi dolor (pesar que germina en la centésima de milímetro que nos aparta del eje de coincidir empalmados en nuestra materia e inmateria). Lo dejaste intacto, virgen, páramo, rayo que al mar cayera, sin testigos, y la danza fúnebre es en mí oración nupcial.
          No invoques más al daemon que me dice “vive” al matarme lento, ese reo encarcelado en la botella de mi cuerpo.
          Cada segundo sin pensarte cerca es un líquido envenenado: circula de víscera en víscera, viajero en órbita interestelar, seguidor de caravanas secretas, caminante en la bruma de tu aliento cortado por nuestro destino.
          Más allá del sonido, me late un alma nueva a partir del corazón que comiste. Ella palpita, yo me doy, y tú esperas la seña.

Fiereza acuática

          El guerrero hiende el agua con su espada como una gran libélula que ameriza y no puede volver a levantar su vuelo parecido al nupcial. Crea violáceas salpicaduras que recaen con lancinante elegancia sobre la superficie dúctil del charco
          Tienes un felino en la garganta: sabe nadar, es criatura anfibia. ¿Cómo se llama la habilidad de habitar a la vez el agua y el fuego, como es anfibio él que sabe morar en tierra firme y no firme? Nadie le ha puesto adjetivo, si te conociera nacería la necesidad de ese vocablo nuevo. Al felino, le pondremos tigre. Sus bigotes te sirven de cuerdas vocales. Guarda los embriones de felix pardo en la voz, la voz escrita de los versos. Atraviesa los aros de fuego que le tiendes como pájaro en desplome.
          La cólera mueve las manecillas de tu reloj, tu clepsidra, tu calendario de números, boca abajo, al revés como los peces del último poema, el tictac de las aves que golpean contra los muros invisibles que constelan el aire.
          Las lágrimas son igual de saladas que el mar, un mar muerto donde flotaría tu alma como nenúfar recién florecido con una boca de varios labios de terciopelo blanco.


Tomado de Si acaso hubiera, Ed. El Cálamo, Guadalajara, México, 2003.