Habitantes del río

Al leer «Curuvica de Río«, del poeta paraguayo Iván González, he tenido la sensación de que los versos están íntimamente ligados a la conciencia del autor. Se nota el profundo humanismo de González en este libro que a veinte años de su primera edición (1992), ve la segunda luz, vale decir la reedición, mediante la publicación del Grupo Editorial Atlas.

Es casi una constante el río en su obra. Y es que él es el agua que el amor y el desamor lleva en sus adentros y que busca la boca del mar para comulgar con aguas diferentes.

En sus poemas convergen los habitantes del río.

Los animales y las flores, es decir la naturaleza en su conjunto está presente a lo largo de este hermoso texto literario. Acontece que a Iván le gusta convocar a la naturaleza, ya para despojarla de sus ornamentos o para arroparla, según como le vienen los sentimientos al ánimo y las ideas a la mente. Así, por ejemplo, escribe: Les doy mi habla lisa / oidores de cedro/ plumas de colibrí azul/ cordillera del kaninde.

Su poesía es distinta, buena y se justifica verso a verso. Estamos ante la cosecha de un artista que va trazando líneas que deben ser leídas más de una vez pues sus poemas no se revelan fácilmente al entendimiento del lector. No digo de ningún modo que sus poemas sean abstractos, pero sí digo que ellos traen dentro de sí una verdad (bella, por cierto) que hay que buscarla con paciencia.

Hay obras en el mundo que son de manifiesto mensaje social. Admiro particularmente a los poetas que a través del lenguaje muestran las escaras, la purulencia de una sociedad manipulada a lo largo de la historia por sus malos gobernantes. González nos acerca su interpretación de la llamada literatura de denuncia, desde su humanidad rasgada por el dolor de los demás, de sus semejantes.

Así, por ejemplo, escribe estas líneas: Vuelvo de la calle/ vi/ gente apresurada, lapachos en flor basura/ en la acera propaganda smog indiferencia/ la triste soledad de los mendigos/ niños rotos: marionetas gastadas/ un paisaje descolocado pero cierto/ mi paisaje.

El autor va retratando a Asunción. Se fija en todos los detalles, en lo florido, en lo hermoso a los sentidos, en el abandono, en la indecencia. Con paciencia de orfebre consigue entregarnos un óleo de la capital del Paraguay.

Estos párpados
pesados como edificios céntricos
que buscan caer apoyarse
sobre los lindes rasgados al agua
sellarse en un descanso de ciénaga
estos párpados
rabiosamente disgustados a veces
o quizás halagüeños y entornados
como para conquistar el duro hueso
que de tiempo en tiempo se vuelve corazón
no caen porque no se los deja
solos con su humana miseria
con su desgarrado cansancio
de vigilia obligada
estos párpados
pesados cansados adormecidos
-párpados de muelle
de bahía crecida-
pueden acabar de golpe
con el correr del río
con los ojos abiertos
para que no haya una sola palabra
grabada en la retina
que pueda convertirse luego
muy luego
en fogata.

Iván González

Fuente: ABC Color



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