La paradójica relación entre filosofía y literatura

La paradójica relación entre filosofía y literatura

La filosofía me persigue. En las últimas semanas ha acampado a mis afueras y me instiga a que me acerque a ella. No hace mucho la Editorial Plaza y Valdés me hizo llegar un texto fabuloso que se titula «Giros narrativos e historias del saber» (un libro para beber despacio). Mientras degustaba su lectura y por esas casualidades de la vida me topé con otro texto maravilloso:
«La filosofía y la literatura como formas de conocimiento«, de Manuela Castro Santiago.

¿Casualidades? A esta altura me resulta difícil creer en ellas. Digamos que se ha dado así porque posiblemente haya estado más espabilada al respecto y he podido interesarme por el tema de la relación entre filosofía y narrativa. Y estos textos han conseguido llegarme de una forma voluntaria involuntaria, o algo así. Sea como sea, este texto de Manuela Castro creo que podría servir como una excelente introducción al otro, sobre el que profundizaré muy pronto.

Amor y odio entre filosofía y literatura

La relación entre filosofía y literatura es tan antigua como contradictoria: el propio Platón se manifestó contra los poetas echándolos de la ciudad en su República para después expresar que la filosofía era la literatura del conocimiento. ¿No estaba de alguna forma asumiendo el carácter imprescindible de la escritura en su asistencia al saber filosófico?

Podría decirse que la filosofía es literatura de conocimiento porque, si bien su trabajo es descubrir o buscar la verdad de las cosas, lo hace valiéndose de la belleza estilística que le otorga el lenguaje literario. Sin embargo, desde los comienzos de la filosofía como ciencia del saber, se trabó entre ella y la literatura una relación en la que la exclusión recíprocas se impuso como una de sus fundamentales características.

Si nos acercamos profundamente a una y otra, sin embargo, nos encontraremos en situaciones en las cuales no podremos pararnos rotundamente en una sin la asistencia de la otra. Cuando intentamos hacer un exhaustivo análisis en torno a la significación cultural de la literatura nos encontramos con que existen una serie de problemas que deberemos abordar desde una perspectiva filosófica. Esto se debe en gran parte a que la teoría de la literatura se ha creado para colaborar con la estética del campo de la filosofía. Por otro lado, la filosofía tampoco puede comprenderse plenamente separada del saber literario.

Esto significa que todo hecho literario fue acompañado por una teoría filosófica, a la vez que las ideas filosóficas se han alimentado de intuiciones poéticas y han producido cambios en el mundo literario. Y es que lo que las nutre y las hace posibles es el mismo universo: el lenguaje. Por eso, pese a que puedan haberse excluido recíprocamente a lo largo de la historia; cada tanto surgen épocas (de crisis fundamentalmente) en las que ambas vuelven a revisar sus argumentos y sus debilidades y vuelven al punto de encuentro: donde el lenguaje no tiene los vicios de una y de la otra, el punto en el que ambas se reconcilian.

La paradójica relación entre filosofía y literatura

La filosofía en las primeras narraciones

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En sus orígenes, la filosofía surgió como una forma de hacer literatura, intentando interpretar la realidad y de dar significado a los acontecimientos. Las primeras narraciones ponían de manifiesto leyendas y mitos que tenían un mensaje, que traían encriptada una verdad. Podría decirse que entonces hablar de literatura y filosofía era prácticamente lo mismo. Sobre todo porque la filosofía surgía de esta otra tomando de ella sus formas, temas y funciones. Posteriormente la línea divisoria entre ambas se fue asentando, pese a todo, nunca se las ha podido separar completamente porque ambas surgen de la misma inquietud humana de conocer, de aprender, de poner en palabras la existencia.

La poesía surge en un punto de oscuridad. Se produce como el camino de aprendizaje o de reflexión para darle sentido a algo. Como es evidente, y como ocurre en toda búsqueda, la oscuridad, la incredulidad y las dudas son constantes compañeros del poeta.

Del mismo modo, o en el mismo punto, surge la filosofía: de las sombras, de la oscuridad. Hay un espacio común en el que ambos discursos se complementan y cada uno alcanza su propio cometido. Cuando la filosofía y el discurso racional alcanzan un tope o llegan a un espacio difuso en el que los argumentos se contradicen o no sirven para clarificar la situación, la literatura asiste a la búsqueda y es capaz de romper el velo de la razón y arrastrarnos a un espacio nuevo en el que podemos ver las cosas desde otra perspectiva.

Ese punto en el que filosofía y poesía se abrazan y caminan juntas podría entenderse como un nexo de revelación. Así, la poesía sirve como método de conocimiento, de acercamiento a la verdad (como si de una aparición se tratara) y la filosofía encuentra respuestas, donde la razón no llega. Se trata de una nueva forma de conocimiento, que se encuentra fuera del tiempo y el espacio.

En el caso de la poesía ese procedimiento consiste en acercarse al estudio a través de la creación (la experiencia se produce en el momento en el que se desarrolla la creación). Y en eso se parece, porque aunque la filosofía parte de la experiencia, la forma de analizarla y de alcanzar una verdad es vertiendo lo que se ha experimentado en palabras. Esto significa que en ambos casos esta búsqueda es posible a través del lenguaje.

La paradójica relación entre filosofía y literatura

La filosofía como literatura de conocimiento

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Si estudiamos la obra de filósofos que han marcado un antes y un después en la conocimiento nos encontramos con que todos, en mayor o menor medida, se han sentido abrazados por la misma pasión que gobierna a los escritores: la necesidad de entender el grado cero de las palabras y de escoger aquellas que sirvan para expresar con mayor exactitud las propias ideas.

Podemos decir, por lo tanto que la filosofía se encarna en la literatura, y sin ella carece de forja y destilado, dice Manuela Castro. Del mismo modo, si la literatura no sirve para revelar un mundo velado y ofrecer una apertura filosófica no puede considerarse auténtica, o incluso, necesaria.

No puede haber una verdadera filosofía si no hay pasión y compromiso con el lenguaje; del mismo modo que no puede haberla sin una forja conceptual que sirva para exponer la búsqueda del conocimiento.
Decir que la filosofía es ajena a la literatura o argumentar lo contrario es una forma de negarlas a ambas: a la que se denigra y a la que se desea enaltecer. Los límites entre ambas son borrosos y absolutamente permeables, por lo que mejor sería tomar de cada uno lo que nos ofrece para que nuestra búsqueda nos lleve por buen camino.

Creo que la mejor forma de concretizar y resumir lo expuesto es citando a Manuela Castro y recomendándoles nuevamente este texto fantástico.

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La paradójica relación entre filosofía y literatura

Comentarios2

  • Pedro Estrada Vega

    Siempre leída Nes Tehuén,: tu profundo artículo refleja muy bien la hermosa dialéctica existente entre ambas formas de conocimiento, efectivamente inseparables en la buena literatura y en la filosofía profunda; de tal manera que como lectores nos emociona encontrar en una novela, en una obra poética o en una obra filosófica esa conexión intrínseca entre ambas formas de creación... ¡Felicidades!

  • Rapsodico

    Felicidades por tan fantástico artículo, Tes. Estoy totalmente de acuerdo con Manuela Castro. Creo que ambos mundos comparten mucho de su esencia.



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