«La niña gorda», de Mercedes Abad

«La niña gorda», de Mercedes Abad

Una de las cosas más maravillosas que nos ofrece la lectura es la posibilidad de escribir mientras leemos. De este modo, cada libro se vuelve único y nos permite construir una historia que se complementa con la nuestra y madura con nosotros. Por eso hay que leer y leer y leer, impidiendo que las buenas o malas opiniones que hayamos oído en torno a una obra nos condicionen; porque, al fin y al cabo, la única lectura verdadera es la que escriba cada lector para sí mismo.

Ante la posibilidad de una historia que tratara el problema de la obesidad infantil, no lo dudé; me zambullí de cabeza en la última obra de Mercedes Abad, «La niña gorda», publicada por Páginas de Espuma.

Aquí está el resultado de lo que creció en mí con este libro. Pero ya saben, lo que leemos siempre es único; así que lean a Mercedes Abad y reescriban junto a «La niña gorda».

Narradores exquisitos

En Mercedes Abad no importa tanto lo que se dice sino cómo se dice. Con un lenguaje que roza la impertinencia, la autora nos presenta a Susana Mur (o Susan Amur), un personaje completamente curioso con una peculiar vida en la que el drama y la comedia se funden y desembocan en una serie de sucesos que tocan ambos géneros sin aferrarse a ninguno.

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Así comienza esta obra difícil de etiquetar: un libro de anécdotas enlazadas que pueden leerse como parte de una misma historia o como múltiples y aislados relatos. El link entre las partes es Susana Mur, la protagonista de todas y cada una de las historias: una niña con sobrepeso a la que su madre decide llevar al médico endocrino con el objetivo de ponerla a dieta. A partir de ese día la vida de la niña cambia para siempre. A los regímenes de alimentación les suceden una serie de acontecimientos que marcan el final de la infancia y la transformación de Susana en una persona adulta.

Me ha parecido especialmente interesante la elección del narrador en cada una de las partes. Los cuatro primeros relatos, que cuentan hechos de la infancia de esa niña, se encuentran narrados en tercera persona; mientras que a partir de la adolescencia, la historia de Susana Mur se nos presenta en primera persona. Si bien esto puede ser simplemente una cuestión estética absolutamente desvinculada del parecer ideológico de la autora a mí me ha impactado y me ha hecho reflexionar.

Nuestro primer encuentro con Susana nos acerca a una niña llena de contradicciones: que odia su propio cuerpo y, al mismo tiempo, tiene unos deseos intensos de adueñarse de su vida. A lo largo de los primeros capítulos descubrimos su necesidad de hacer todas esas cosas prohibidas, para poder sentirse libre (poder es una palabra que ocupa bastante espacio en los pensamientos de Susana) y abandonar esa existencia supeditada a la voluntad de su madre que la envía a las excursiones que ella decide y que incluso le impone sus amistades. Esa falta de libertad y de control que Susana tiene sobre su vida le impide contarla y por eso, creo, la autora recurre al narrador omnisciente; a través del cual nos invita a adentrarnos en ese universo de Susanita para comprender en carne propia su opresión y su encierro.

Pero a partir de ese verano compartido con las hermanas Bruch, Susana comienza a sentir que su vida adquiere importancia para alguien; su relación con Charlotte le da fuerzas para comenzar a tomar sus propias decisiones, que, aunque algunas se encuentren guiadas por sus obsesiones, son decisiones al fin. Aquí aparece el narrador en primera persona y cambia rotundamente el color y el timbre de los relatos.

Este detalle de la narración, que quizás para muchos pase desapercibido, a mí me ha encantado y lo considero un puntazo por parte de la autora. Creo que es una exquisita forma de pintar el paso de la infancia a la madurez y, quizás, una perspicaz manera de acercarnos a ese torbellino que nos gobierna cuando cumplimos trece años y queremos comernos el mundo.

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«La niña gorda», de Mercedes Abad

Homenaje a la amistad

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Nush te enamora desde la primera sílaba. Esa niña con un padre ausente y una madre depresiva a quien de vez en cuando debe salvarle la vida llamando a urgencias porque ha intentado suicidarse, me resulta el personaje mejor planteado, más redondo y más bello de toda la historia. Nush es una persona fundamental en la vida de Susana. Sin duda, haberla encontrado, significó para ella una nueva forma de saberse necesaria y querida, de encontrar su mirada en la de un par y sentirse menos sola en este mundo.

Debo reconocer que los tres capítulos que más me han gustado de toda la obra son esos en los que se habla de esa extraña relación entre Susana y Nush. En ellos podemos encontrar un inteligente homenaje a la amistad en esos cruciales años. Y, sinceramente, me ha resultado inevitable pensar en la inolvidable pareja de «Tomates verdes fritos», Idgie y Ruth; el clima de estos capítulos se parece muchísimo al de este otro libro.

«La niña gorda», de Mercedes Abad

Puntos de vista sobre la historia

Como historia me ha resultado sumamente entretenida, llena de simpáticos comentarios y guiños a la creación literaria desde la primera página. Creo, además, que es una lectura que nos invita a reflexionar sobre la importancia de ser nosotros mismos cueste lo que cueste y de sobreponernos a las limitaciones que nos imponen los prejuicios sociales.

Pero «La niña gorda» me deja también un sabor agrio. La obesidad en la infancia y la adolescencia es una de las enfermedades más comunes en nuestras sociedades pero, irónicamente, también es una patología a la que se toma con poquísima seriedad. La mayoría de los textos sobre el tema (a excepción de los artículos de corte científico) se abordan desde la superficialidad y el humor, y esto no resulta ser del todo satisfactorio para aquéllos que leen y además deben afrontar el problema en carne propia. Y en ese sentido creo que este libro no es la excepción.

A decir verdad me esperaba que la autora profundizara en los problemas emocionales que contribuyen con el desarrollo de la enfermedad; específicamente, en la relación de Susana con su madre y con su entorno familiar y social. Sin embargo, este arista flojo (No, no debería usar este término, ¿qué obligación tiene un cuentista de ser comprometido?) se equilibra con una narración absolutamente fluida y de una gran riqueza lingüística; razones más que suficientes no sólo para leer a Mercedes Abad sino también para releerla varias veces.

Cada libro tiene algo para ofrecernos que no podemos intuir. En cada obra aprendemos cosas de la literatura, de la vida y de nosotros mismos. Porque un libro no vale tanto por cómo haya sido escrito sino por cómo es leído. Así que, lean la reseña pero no se queden con ella; vayan a por «La niña gorda» y saquen sus propias conclusiones. Hagan su propia lectura, que seguro será mucho más útil para ustedes que la mía, y disfruten de lo que Mercedes Abad puede aportarle a cada uno.

«La niña gorda», de Mercedes Abad



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