«Andar sin ruido», de Carlos Frontera —Páginas de Espuma—

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Hay libros que comienzan de forma contundente. Otros, van entrando más despacio (en un ocupar lento la superficie que creíamos nuestra) y nos despachan extraordinarios dardos cuando ya nos encontramos a medio camino (que no a salvo). «Andar sin ruido» de Carlos Frontera (Páginas de Espuma) entra en este segundo grupo. No porque tenga un arranque flojo sino porque se guarda las mejores historias para el postre. Como soy una obsesiva de las citas, cuando leo intento dar con una frase que me sirva para condensar la esencia de cada libro —una frase-frasquito que al abrirla, ¡buuum! me devuelva a las sensaciones y los matices de la lectura—. Al comenzar a leer «Te Q» supe que esas líneas (las que encabezan este texto) eran la bandera de este libro. Esta frase que te hace ¡paf! y te deja semiinconsciente cuando la lees, está estrechamente relacionada con lo que encontramos a lo largo de la obra: el amor que se apaga, la difícil decisión de aceptar el paso del tiempo, el desamor que hiere (y nos hiere), las incoherencias de esta torpe vida que llevamos como podemos. Es este un primer libro (y sigo sin creerme que lo que sea) monstruoso, escrito con acierto y con un propósito creativo que va de lo lúdico a lo reflexivo, que ningún apasionado del cuento debería dejar de leer.

Cómo hacemos para sobrevivir(nos)

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«Andar sin ruido» se adentra en lo turbio sin dejarse fuera lo lumínico de la vida. Inquiere con sorpresa sobre la costumbre humana de romper relaciones y empezar de cero como única alternativa ante el sufrimiento, a la vez que nombra las mil formas que tenemos de evadirnos del daño. La mayoría de los relatos se hallan impregnados de presente, de esa aparente racionalidad con la que parecemos (o creemos) movernos. Y escarban en este mundo nuestro en el que luchar por lo amado parece un desatino, y lo cursi y lo romántico no caben junto a las fotos de perfil coloridas y la abundancia en los platos —esa ficción que hemos transformado en realidad gracias a nuestras pantallas y nuestra ansiedad de futuro, como dice Remedios Zafra—.

Preguntas, inquietudes, heridas, atraviesan los cuentos, maquillados con un lenguaje cercano y a ratos humorístico. Y casi aquí, la razón que me obliga a recomendarles este libro: el uso de frases hechas, el rescate de formas coloquiales y regionalismos que nos obligan a mirar al sur y a entender que el secreto para escribir cuentos deslumbrantes reside en saber caminar sobre el lenguaje, extender su vida al estilo del verdadero Cervantes —que se nutre del lenguaje vivo, que salpica, sangra y espera—, y usarlo como vaso comunicante entre personas, historias y realidades.

Explicar la muerte, la herida, el hueco, desde la fragilidad del que ha salido ileso parece el mensaje y la búsqueda filosófica y literaria de nuestra era. Por eso descubrir autores que aún se preguntan acerca del porqué del miedo y qué ha quedado en ellos del niño que fueron, del padre que no hubo (o hubo demasiado), de la violencia calcinada de hogares desmembrados (o llenos de miembros que indican y obligan al silencio), resulta alentador y justifica un poco el naufragio de nuestro tiempo. Porque sin catástrofes no necesitaríamos de las revoluciones.

Catástrofes como la que se esconde en el maravilloso relato «Andar sin ruido», que da nombre al libro y explica quizá la necesidad que radica en el fondo de cada cuento y los abismos compartidos que se multiplican en estas historias: la soledad íntima que tanto urge como atemoriza descubrirla. Una historia de pérdida donde infancia es un mundo de violencia y futuro, la posibilidad de torcer los ojos o de reafirmarse sobre los mismos miedos y las exactas costumbres heredadas.

En este libro, por lo tanto, podemos encontrar numerosos caminos (que no atajos) para reconstruirnos, a través de historias que se nutren de lo cotidiano pero apuestan por una mirada universal, donde sólo cabe un final feliz si hay intención de reescritura. Y, como estamos ante un libro con empeño realista, más que colores encontramos grises, más que finales descubrimos cruces, y en lugar de puertas, ventanas.

 

La piedad y la literatura

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«Obrar bien» es para mí uno de los cuentos más interesantes. Un relato durísimo construido desde la ironía (esa acidez que sólo puede engendrarse desde el dolor más profundo, desde la desolación de saberte abandonado o prescindible), que puede servir de tónico para muchos de nosotros. Sin duda lo ha sido para mí, que lo he leído con fruición primero, luego con detenimiento, y más tarde con la sensación de que nunca antes había habitado un cuento como aquel. Buscamos en la literatura lo que no podemos tener en la vida. Una hija despidiéndose de su padre. No desde el amarillismo de las voces convencionales sino desde lo más íntimo, que es la memoria. No desde la utopía filial donde hija perdona y padre muere en paz, sino desde la realidad de las relaciones humanas, donde muchas veces no hay perdón que cure ni representa éste una opción para salvarse.

En el peso de vivir en sociedad, y la herida (más abismo que hueco) que dejan nuestras relaciones se centran muchos de los relatos como «Qué carajo le pasa al amor», «Transparente y no» y «Todas las familias felices», y en todos ellos Frontera nos invita a reflexionar en algo más, lo que se esconde debajo de la piel de la realidad.

Pieles muertas, ceniceros que quedan inmóviles, suspendidos visiblemente en el aire y transformando el ambiente, pájaros que nos avisan hacia dónde estamos dirigiéndonos. En este un libro escrito desde la ternura y la búsqueda estética, que indaga en los misterios de nuestra psique para ayudarnos a explicar y explicar(nos) mejor.

No hay piedad con los que caen, en un mundo donde todos huimos desesperados, contando escalones e intentando que no se nos note la tristeza del pasado. No hay piedad, porque cuando de pronto somos conscientes de ella, de la herida, de la vulnerabilidad, caemos en picada. Y allí, la soledad, allí la arritmia, la sensación de ser los únicos que no entendemos de qué va la cosa. La soledad como un espacio de reflexión donde nunca conseguimos adivinar por qué las cosas deben-quieren ser tan complicadas si lo único que pretendíamos era tener un sitio al que llamar hogar. Sin duda, leer «Andar sin ruido» nos incomoda en lo más profundo, y nos recuerda que esa es la función principal del humor y, evidentemente, de la literatura.

Un primer libro-milagro

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De frases contundentes está lleno este libro, pero las mejores son esas que disparan hacia un remate impredecible, y dejan flotando la inquietud en torno a la intención que encubren, como es este comienzo de «Todas las familias felices».

Si bien es cierto que un guiño a Tolstói puede dar prestigio a una obra, si lo haces tomando una frase de su novela más conocida y haces sobre ella un giro para aterrizar en el territorio de lo jocoso, es posible que lo que estés buscando sea otra cosa. Y ese algo que habita en lo noescrito de los cuentos de Frontera es otra de las cosas que vuelve fascinante su lectura.

Decía que hay libros que avanzan lentamente y nos atrapan para siempre. Volveré a este «Andar sin ruido», estoy segura. Porque intuyo en él una escritura que surge de la pasión y que busca la imposible explicación de la vida a través del lenguaje. Y eso me puede.

Resumiendo. Es este un primer libro que habla de un escritor maduro. Lo que nos lleva a pensar dos cosas: 1) que esperar siempre es provechoso para la escritura. 2) que debutar con «Andar sin ruido» debería ser el sueño de todo cuentista (el mío ya lo es). Y una más: que un buen libro puede cambiarnos la vida para siempre, si lo dejamos (y me refiero a permitir la herida, no al abandono).

¡Lean «Andar sin ruido» y pisen fuerte, rompiendo hojas y silencios!


 
ANDAR SIN RUIDO
Carlos Frontera
Páginas de Espuma
978-84-8393-221-6
160 páginas
Papel: 15,00 €
Digital: 5,99 €



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