Carlos Frontera: «No son simples portadoras de significado, ciertas palabras»

Foto: Isabel Wagemann

Yupi, dice Carlos Frontera y a mí me sorprende que exista otra persona aparte de mí que use esa expresión, en este mundo taan rabiosamente moderno en el que las palabras no duran. Somos de otra época. Una época muy bien descrita en su libro «Andar sin ruido» (Páginas de Espuma), donde las criaturas pese a saber que la felicidad es sólo una palabra, no se cansan de buscarla. Ñoños personajes persiguiendo espejismos. En esta segunda parte de la charla conversamos sobre familias disfuncionales, amores que se pudren y cómics, tres elementos característicos en este pedazo de libro que acaba de sacar este autor sevillano. Aquí puedes leer la primera parte.
 


 
P—Frases breves, gritos, onomatopeyas… ¿a qué se debe esa necesidad de apoyarte en lo más fragmentario y a la vez vivo del lenguaje para detonar la tragedia en tus cuentos?

R—Por su concisión, por su fuerza, por su rotundidad. Porque en ocasiones un simple ay expresa mejor lo que siente el personaje que cualquier explicación. Porque en la vida muchas veces la tragedia viene precedida de eso que comentas, de una frase breve, de un grito, de una onomatopeya. ¿Por qué no trasladar entonces eso a la literatura?

P—También buscas hacer uso de frases coloquiales muy de Andalucía, ¿una forma de darle más credibilidad a las historias? Háblame sobre qué has buscado en este detalle que da tanta personalidad a tu libro.

R—Pudiera ser una reivindicación del habla coloquial y de las frases hechas, tan denostados en los talleres y manuales literarios. Y con razón, no digo que no. De tan usadas, muchas expresiones han perdido su significado, han acabado convertidas en simples muletillas, algo frío y muerto. Pero conservan, en mi opinión, algo que les confiere un gran valor: carga emotiva. Me explico: muchas de estas expresiones, empleadas con frecuencia por nuestros padres, forman parte de nuestra raíz emocional, por así decirlo, nos remiten de sopetón a un recuerdo, a un olor, a una sensación, nos provocan cosquillas, molestia, nos dan calor o nos abrasan. No son simples portadoras de significado, ciertas palabras. Por eso he querido reivindicarlas. Ahora, creo que la clave para que funcionen en un texto es emplearlas con moderación y, a poder ser, no en el contexto en que se esperaría. Si lo he logrado o no forma parte del misterio, o quizá de la suerte.

P—He leído que como lector eras más de cómics hasta que llegaste a la narrativa. ¿Es ahora cuando me dices que también has hecho alguna tira gráfica?

R—En efecto, hasta casi los 20 años, leía más cómics que otra cosa. Mi hermano gemellizo y yo dibujamos al menos dos cómics y diseñamos algunos juegos de ordenador en papel, pintarrajeamos un porrón de folios dibujando a los protagonistas de los juegos y esbozando sus movimientos. Y sí, en la actualidad dibujo tiras gráficas, tengo un par de cuadernos repletos de ellas, pero es algo que sólo hago en la intimidad, como aquel con el catalán.

P—Tap, tap, tap. Volvemos a las onomatopeyas, pero esta vez para fusionar relato y cómic. ¿De qué forma surgió “Conquistar más cotas”?

R—Surgió a lo loco. Quiero decir, casi siempre escribo partiendo de una imagen o de una frase y tirando millas sin saber a dónde me va a llevar, una especie de escritura automática. De este desvarío resultan cosas infumables, claro, pero en ocasiones aparece algo que me resulta potente, que me interpela de algún modo, y es entonces cuando me siento a escucharlo, trato de ver qué me ha querido contar e intento armar un cuento. Me sucede no pocas veces que, mientras escribo de este modo, me vienen secuencias, imágenes muy nítidas que acabo transformando en palabras porque es lo que se espera cuando uno escribe. Con este cuento me deje llevar del todo. Si se me presentaban esas imágenes con tanta claridad, qué demonios, por qué no dibujarlas. Y así hice. Lo que se me aparecía como texto, como texto lo escribía; lo que surgía como imagen, como imagen se quedaba. Debo reconocer que lo hacía casi como un divertimento, pensando que si finalmente de aquello resultaba un cuento o un germen de un cuento, los dibujos acabarían siendo sustituidos por palabras. Pero de pronto me encontré con que no era capaz de sustituir esas imágenes por palabras, no conservando exactamente el sentido original de las viñetas, y me dije qué coño, si el cuento ha surgido así, quién soy yo para reconvenirlo, y conservé la idea de las viñetas hasta sus últimas consecuencias. Me dejé llevar en la escritura de este cuento. Si de disparatar se trataba, que fuese sin cortapisas. Lo que no me imaginaba es que iba a haber un editor tan locuelo como para publicar eso. Pero lo hubo, vaya si lo hubo.

P—En ese mismo cuento, otra vez la fantasía que se fusiona con la realidad para volver sobre las relaciones familiares. Me interesa ese rasgo despreocupado con el que te acercas a problemáticas muy del presente, las analizas y das en el clavo. Me interesa saber cómo surgen y cómo las vas desarrollando creativamente.

R—Lo he comentando más o menos en la respuesta anterior. Básicamente, se trata de disparatar en una primera fase pensando lo menos posible, escribir a lo loco con los menos tabúes y remilgos posibles. Luego, una vez soltado todo, lo releo varias veces y veo si me provoca algo, si me remueve o me deja más bien frío. En caso de que algo se mueva dentro, entonces sé que tengo un cuento y es cuando vuelvo a releer lo escrito, escucho el texto y trato de averiguar qué me ha querido decir. No siempre lo logro, no siempre entiendo el cuento pero sí que lo construyo en base a lo que me haya susurrado —a veces veo claro de qué va— o a lo que me haya provocado, y procuro conservar esa idea o esa sensación hasta el final. Este método de escritura es puñetero, en el sentido de que acaba hurgando en lugares incómodos de uno mismo, duele, a qué negarlo, pero una escritura complaciente y amable conmigo mismo me puede interesar como divertimento pero no para formar parte de un libro.

P—¿Qué cosas del cómic te gustan y crees que son más necesarias (e igual poco exploradas) en la narrativa?

R—Uf, vaya pregunta. Nunca me había parado a pensar en eso. Quizá su economía narrativa y, a la vez, su condensación. En el espacio tan reducido de una viñeta se tienen que contar muchas cosas abarcables en un solo golpe de vista, y eso no es moco de pavo. Las onomatopeyas que uso son clara influencia de los cómics. Recuerdo viñetas en las que sólo había una onomatopeya, en letras bien gordas y coloridas, eso sí, y eso bastaba para entender lo que estaba ocurriendo o cómo se sentía un personaje. Era algo fantástico, contar tanto con tan poco. También el gusto por detalles tontorrones, insignificantes, que no son necesarios pero que enriquecen la lectura. Me pirraban las viñetas de Ibáñez, con esas colillas aplastadas en sus esquinas, o esas ratas asomándose por alcantarillas al margen de la acción principal, o el modo en que insertaba su firma, a veces en un cartel que colgaba de una avioneta muy al fondo, o, también al fondo y sin que tuviera que ver con la historia, la silueta de alguien saltando de un edificio. Me pasaba horas buscando estos detalles. En mis narraciones inserto a veces cosas así, objetos o personajes circunstanciales que no juegan ningún papel en la historia pero que, como autor, me divierten y, de algún modo, enriquecen los cuentos. Al menos para mí. Suelen ser guiños a mí mismo.

P—Dime que no eres un lector de Cortázar. ¡Atrévete! De lo contrario, cuéntame qué cuento suyo te ha volado la tapa de los sesos.

R—Cortázar es unos de mis referentes, desde luego, un autor que no me canso de leer. Pues mira, supongo que es el cuento que mencionará casi todo el mundo cuando habla de Cortázar: “Casa tomada”. Y te diré por qué. Como he dicho, hasta casi los 20 años leía fundamentalmente cómics. A la narrativa llegué poco a poco y mal, a través de los best-sellers que ofrecía el Círculo de Lectores, tiene guasa. No voy a negar que algunos me entretuvieron, pero nada más allá. A los veintipocos, no recuerdo la edad con exactitud, hice una escapada con mi pareja de entonces a Mérida. Recuerdo que, tras pasar un rato viendo ruinas y estatuas mutiladas, todo muy romano, nos detuvimos en una plaza a tomar un café. No sé por qué, echamos un vistazo a un kiosko y mi pareja me señaló un libro, uno de esos que daban con algún suplemento. Se trataba de una recopilación de cuentos de Cortázar. Yo no había leído nada suyo, es probable que ni siquiera hubiese oído hablar de él, y fue ella la que me dijo que debía leerlo, que no veas qué maravilla. Total, que compré el libro con periódico adjunto, nos sentamos a tomar ese café y le eché un vistazo al cuento que abría el volumen, que resultó ser “Casa tomada”. Qué impacto tan brutal me produjo. Me leí el cuento del tirón y quedé fascinado. Miré entonces a mi novia y la quise no más, porque era imposible, pero sí todo. Coño, eso no tenía nada que ver con lo que había leído hasta la fecha, eso era otra cosa, completamente otra cosa, maravillosamente otra cosa.

P—Muchas gracias por tu tiempo. Un abrazo.

R—Muchísimas gracias a ti por el interés, por la lectura de mi “Andar sin ruido” y por estas preguntas que me han hecho darle a la sesera y sudar la gota gorda. Otro abrazo.



Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.