Astrolabio Seis

Desde la entrada a la ciudad, el verde serpentea sobre las pupilas. A veces me imagino nadando en esas viejas calles de mi infancia y bebiendo en la copa del viento el hilo del horizonte en su cuerpo de Arcángel. La vieja película de mi infancia dispara al arbitrio. Los espejos pululan desperezando las vocales casi a ritmo de una transfusión bestial. Los pájaros no tienen la ternura del arco iris que se perdía en los océanos de las pupilas. El río, ahora, uno se lo puede echar sobre la espalda dentro de una alforja de añoranzas.

En medio de estos cerros, la ciudad apenas se ve en la hondonada. Ciudad de mi infancia llena de encantos, de recuerdos trágicos y amores truncados, de miedo a la noche entre grillos y luciérnagas, de pisadas de caballos chirriando sus herraduras en la carne de las piedras, de lechuzas respirando olor medieval.

En este suspenso de contemplación por mi ciudad, gozo impregnado de melancolía las estaciones que viví en ella: el invierno, alados crepúsculos en rebaños, veredas de la fantasía, acequias coronadas de pegasos, nubes de ajuate nevando las casas, rosario de lluvias desquiciando las calles como espadas cayendo del cielo sobre la cúpula de la iglesia y los viejos techos de barro cocido y paredes de adobe fabricado por los misioneros franciscanos.

Era tanta la inmensidad de los campos en aquella época de mi infancia que la vida no dejaba de verse pequeña. Las viviendas tenían ese aleteo nervioso de las matas de huerta y las sonrisas del sol en los mangales donde los pájaros impertinentes afinaban sus instrumentos musicales. Abrían la pinza de sus bocas con tanta religiosidad que parecía, sin duda alguna, una escena de orquesta, una sinfonía que se deslizaba sobre las hojas de la tarde pueblerina.

Ahora, todo el paisaje tiene ese dejo de sufrimiento. Desaparecieron las orquídeas con ese encanto húmedo de las diversas tonalidades que producían los morrales. El río da hoy la impresión de una calle empedrada y aquellos bosques plantados en su ribera, parece hoy, la corteza madura del ocote.

Toda esa grandeza bucólica desapareció. Nuevos pobladores serpentean sobre las calles. Hasta la iglesia de antaño perdió su sencillez y grandeza. La plaza y los portales están llenos de indiferencia. De ellos emerge un camino espantoso, una danza de herrumbre descendiendo a los abismos del silencio.

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Comentarios4

  • Daysi Hernandez

    Que lindo! Que rico leer esto y poder transportarse a ese pueblito....Mil gracias por compartir! Gracias sinceramente

  • MARTHA LIGIA MEJIA

    Me has recordado mi infancia y sin dudarlo me transporto a ella con la nostalgía de volver a vivir esos maravillosos años.

    Recibe un abrazo y espero deleitarme de ahora en adelante con tus poesías.

    Martha.

    PD. Me gustaria mucho que vieras mi libro de mensajes de amor, apenas estoy buscando como publicarlo y cuando lo tenga, sería grato que me dieras tu opinión.

  • nico

    hola...muchos saludos y felicitaciones por la pagina...
    tengo una consulta....
    alguien ha leido el libro de Marcela Serrano, "Nosotras que nos Queremos Tanto"; porque debo hacer un trabajo sobre ese libro, que consiste en buscar un poema o cancion relacionada con el libro o alguno de los personajes...


    por favor, necesito su ayuda...:D
    si pueden responerme con alguna sugerencia a mi mail...nicoyak_hvt@hotmail.com

    gracias

  • kmila

    quiero saber si Marcela Serrano a escrito poemas o poesias si pueden me podrian contestar y cuales son porque tenemos que hacer una tarea y elegimos a Marcela Serrano para nuestro trabajo

    CAMILA Y PATRICIA



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