Antonio Fernández Lera

Poemas de Antonio Fernández Lera

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Antonio Fernández Lera:

Neurosis

Máquina de muerte,
máquina de muerte:
Sonríe.
Sólo puedo ver mis ojos,
reflejados en el cristal de la máquina,
segundos antes del chispazo que me ciega.

Quiero gritar
por el puro placer de gritar
–¿y por qué no?
Pero no voy a darles el placer de gritar
–a los otros, o a vosotros,
que atentamente, como lechuzas,
y agazapados como lagartijas pacientes y al acecho
esperáis mis gritos
o más bien algo parecido a mis gritos:
un cierto nerviosismo, crispación apenas perceptible,
movimiento de la mano –ya sabes, cualquier cosa
que por pequeña que fuera sabrían descifrar.
Pero no les voy a dar ese placer.
Yo sé gritar en silencio,
comer en silencio,
sufrir en silencio,
vomitar en silencio,
menospreciar en silencio,
fornicar en silencio,
sonreír y acariciar en silencio.
Mi silencio no tiene precio:
nunca sabrán si es el silencio
de la muerte o el silencio
del amor (yo tampoco).

El eco de tu voz: 1

Pronto –y entre nosotros– hablaremos
y nuestra voz se perderá en el vacío

de palabras como silencios;

las miradas y los gestos: todo;

y el tiempo, suspendido como un soplo de brisa,

y solos,

hasta que otra voz se aproxime y nos diga
lo que somos –una mota de polvo–, y nos diga:
"podéis hablar ahora, es vuestro turno.
No más tarde ni antes: ahora"; y hablaremos
–con prisa y con melancolía.
Nuestras propias palabras parecerán extrañas,
como las voces de otros.

El loro de Lady Macbeth

Comer,
olvidar,
matar.

Imágenes: desiertos y habitaciones.
Cachorro de hocicos enrojecidos.
Sangre hasta las orejas.
Festín de la naturaleza,
malestar en el pecho.
No tristeza: malestar físico.
Por el placer ante la sangre,
por los brindis en medio de los muertos,
por las canciones a través de los bosques:
por el fuego.
Malestar por el cansancio,
por el abuso de las palabras de siempre.
Composición exquisita de las imágenes:
vómitos,
paz,
espacio vacío,
felicidad,
felicidad,
felicidad.

Ahora te sientes el creador de la muerte:
sabes que no quedará nadie
para escuchar tu última risa
o tu último bostezo.

Dormir.
Dormir.
Dormir.

Venus

Ven aquí, olvida el decorado,
siluetea mi cuerpo con tus ojos.

Voy a restregar estas flores
en tu barba de dos días.

Y aunque pienso que antes debieras afeitarte,
trataré de olvidar el daño que me harás.

Me imagino los pétalos rojos en tu boca,
mis uñas en tus nalgas,
tus dientes en mi lengua,
tus ojos tan abiertos
en el tiempo compartido

y sé
que vas a despeinarme.

Bestiario

Desde la sombra,
y en la noche
[pero al final te acostumbras a todo]
todo es diferente. Me pregunto
si alguien me oye.
¿Me oís vosotros?
¿Estáis ahí?
[No soy mas que una voz, una sombra].
Si no me oís no soy nada.
¿Estáis ahí?
[Silencio]
Tengo que seguir hablando.
Me pagan para seguir hablando,
[Que cuanto más corras
más te duela
y que cuando pares revientes].
Esto es como trabajar en la radio para siempre
y hablar
y hablar
y hablar
y hablar
y hablar.
O como trabajar en un periódico y escribir
y escribir
y escribir
y escribir
y escribir.

Disecado y con todas las plumas:
verde, rojo y amarillo.
Protegido del polvo y del aire,
silencioso
como un pájaro muerto.

Amor sagrado y amor profano

Superficie partida, invisibles triángulos
dispuestos para su entrada en el ojo. Lástima
que debajo del triángulo principal
que forman los pezones y el ombligo,
centro mismo de un esplendoroso campo de carne, se oculte
la selva de su pubis, el sexo imaginado, su olor y su pelo revuelto
y satisfecho ahora, en el descanso. Lástima
que haya que desviar la vista un poco más, hacia una piedra gris,
para ver otros cuerpos más desnudos aún
y tocándose bajo una extraña niebla.

Pero no sé qué hace ahí en medio, por cierto,
ese niño gordo con la mano en el agua
mientras la otra mujer, pulcra y remilgada, se hace la sorda:
¡si al menos fuese posible imaginar
el enjambre del sexo debajo de sus faldas!