Epístola de Antínoo

Teresa Ortiz

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«Había mucho de angustia en mi necesidad de herir
aquella sombría ternura que amenazaba complicar mi vida.»

M. Yourcenar, Memorias de Adriano.


Tenía mi juventud, mi niñez casi,
y toda la belleza de la vida que empieza.
Libertad sin saberlo.
La tristeza de un sol que se apaga al ocaso
para volver de nuevo sobre montes y valles
más brillante, más dulce.
Tú eras el poder: hombres, legiones, reinos
a ti se doblegaban.
Tuyo era el placer, los amantes, la intriga
hasta llegar al crimen, a la sangre, la guerra.
Yo admiré todo eso, también tu inteligencia,
y me sentí halagado cuando tú me elegiste
para hablarme de amor,
de cosas ignoradas y apenas presentidas
cuando me entretenía en el vuelo de un pájaro
o en el canto de un grillo al caer de la tarde.
Cuánto aprendí contigo, amigo padre, amante.
Sólo empecé a temerte al descubrir tu miedo.
Supe que estabas solo. Habías elegido
hace mucho un destino: el que te condenaba
a ser dios, soberano;
el mismo que te trajo aquel día en Bitinia
a una fuente, a un patio, y hasta mi vida en fin.
Ya pasado algún tiempo odié tu indiferencia,
cuántas veces fingida, por el mundo, los hombres,
la adulación o el tiempo.
Ese afán de mostrarme de la vida lo oscuro,
la mentira, traiciones... Lo que yo presentía
y tan sólo se aprende al correr de los años.
Me estabas preparando para tu propio miedo.
Sentí piedad por ti.
Y te quise mostrar que podía enseñarte
algo que no sabías o ya no recordabas.
Lo que yo te ofrecí era el mejor regalo
y quizá el más terrible.
Porque tengo certeza de que al menos un tiempo
yo seré el soberano y tú tan sólo el hombre,
el amante que espera solo el postrer consuelo,
la hora del olvido.
No fue sólo soberbia. Yo te quise y lo sabes.
Con mi muerte renuncio a una tristeza áurea.
Huyo así de mi miedo y también de tu olvido.
De esa vida que tú me mostraste y presiento,
de los días sombríos, los míos y los tuyos.
Renuncio a todo eso, y aunque ahora te duela
y en medio del dolor me llames o maldigas,
en el futuro un día, cuando ya seas viejo,
recordarás a un joven que te amó y que quiso
recordarte que hay seres que aman y renuncian
sin esperar por ello fidelidad o gloria.
No, no es sólo soberbia. Es algo que te entrego
sabiendo de antemano que es terrible y precioso
porque es mi propia vida. No podrás rechazarla
tú que todo lo puedes.
Y con ella en tus manos olvidarás el miedo.

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Comentarios2
  •  
    Rafael Merida Cruz-Lascano Preciosa epìstola. Conlleva un profundo agradecimiento, que me emosiona y me lleva a la reflexion.


    Rafael Mèrida Cruz-Lascano.
    Futamala, C.A.
  •  
    ariandhrod Un Amor Eterno!
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