Raúl Contreras

Raúl Contreras fue un poeta y dramaturgo oriundo de El Salvador, nacido en la ciudad de Cojutepeque el 3 de mayo del año 1896 y fallecido en Madrid, España, el 2 de diciembre de 1973. Además de la creación literaria, se dedicó durante las últimas dos décadas de su vida a trabajar en la diplomacia; fue gracias a esta ocupación que viajó al continente europeo, tanto a España como a Francia. Cabe mencionar que algunas de sus obras poéticas fueron firmadas con un seudónimo femenino: Lydia Nogales, más precisamente las publicadas a finales de los años 40. Entre sus actividades destacadas en el ámbito de la promoción literaria y artística, se cuenta su participación de la fundación de la Casa de la Cultura salvadoreña. Asimismo, se implicó muy de cerca en la construcción de diversos centros turísticos y parques populares, tales como el parque Los Chorros, donde yacen sus restos.
Con respecto a su obra, se considera que posee raíces románticas fusionadas con un carácter posmodernista, y el nombre de Raúl Contreras es merecedor de mucho respeto entre sus pares. Algunos de sus poemarios más conocidos son "Armonías íntimas" y "Presencia de Humo". Su poema "El huésped" y otros de su autoría están presentes a continuación.

Poemas de Raúl Contreras

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Raúl Contreras:

Soy lo que soy

Mi mundo es irreal. Cumplo mi suerte.
Y soy uno de tantos tejedores
Que, por ir separando los colores,
La tela dura del dolor no advierte.

Débil acaso, pero acaso fuerte,
Le pido hilos de plata a los albores.
La luna vio mis claros bastidores
Bordar un traje azul para la muerte.

Porque me aparto del telar ajeno
Algunos dicen que soy loco. Bueno.
¿Tejer o destejer? Todo es lo mismo.

Soy lo que soy. Mas lo que nadie sabe
Es que en la luna mi telar no cabe
Y que mi lienzo lo tejió el abismo.

Angel en mí

Te estoy hablando bajo, muy bajito,
Sin voz, como se le habla a los querubes.
Pero sé que me entiendes y que subes
Del fondo de mi sangre hasta mi grito.

¿Grito? ¿Por qué? Si mi dolor contrito
Se percibe sonriendo entre las nubes.
¡Si estoy aguardando a que te incubes
En la sed de mi hondón, ángel proscrito!

Ángel en mí, lejos de mí. Tan leve
Que ni a nombrarte la ilusión se atreve,
Y, sin embargo, la ilusión te nombra...

Ángel en mí, lejos de mí... Que existe
Sin existir. Porque mi carne triste
Bebió tu luz para alumbrar su sombra.

Holocausto

Luz que en la soledad madura el hielo.
Cauce de sed y curva que se inicia.
Imán de perfección, que alza y propicia
El faro inaccesible de mi anhelo.

No sé si, en mi holocausto, el goce es duelo,
Dardo que hiere o ala que acaricia...
¿Vértice de la luz? ¿Alba novicia
Tatuada de horizontes para el vuelo?

Ardiente en la raíz, mi son intacto
Filtra un claror de lámpara futura
En cada espina del rosal abstracto.

Y en vértigo de abismos y de altura,
Se me quema el dolor, sellando el pacto
de la ceniza con la brasa pura...

El viaje inútil

Todo era azul en la primer salida
Azul la embarcación, azul el puerto.
El corazón, hacia la luz abierto,
Soñaba con la tierra prometida.

Y en el retorno, con pavor de huida,
Anclo en mi propia soledad y advierto
Que, tras de mí, se iluminó el desierto
Y que en la luz se me quemó la vida.

Aquel azul... ¿era un azul de aurora?
Bajo la niebla, el corazón ahora
No atisba las señales para el viaje

sin término, sin rumbo, sin destino.
¡Aquel azul me alucinó el camino...
y fui... y estuve... pero nada traje.

Divino amor (I)

Si el Amor está en mí, ¿por qué la ausencia
Ronda mi corazón y lo alucina?
Y si lejos está, ¿por qué se obstina
En cegarme de luz con su presencia?

Igual que el vaso que perdió la esencia
Una angustia de sed me desatina.
¿Cómo beber la sangre de la espina
Y mi barro colmar de transparencia?

Amor, que me persigues y me huyes,
Buscándote y buscándome: ¿no intuyes
La senda clara y el seguro abrigo?

Tras del párpado leve que te esconde,
Sé que es tu voz la que a mi voz responde
Y que, no estando en mí, tú estás conmigo.

Un visitante

Alguien abrió con el mayor sigilo
mi puerta, de seguro mal cerrada.
Le vio, sin forma apenas, mi almohada,
el paso muelle y la palabra en vilo.


No, no era nadie que buscara asilo
ni que quisiera demandarme nada.
Con la primera luz de la alborada,
salió en silencio y me dejó intranquilo.


Eso fue todo. ¡Nada más! No espero
saber la causa ni atisbar los fines
de esa visita inesperada. Pero

esta mañana oí sonar violines.
Nada tampoco... ¡Amaneció mi alero
cubierto de hojas rubias y jazmines!

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