Marilina Rébora

Poemas de Marilina Rébora

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Marilina Rébora:

LA MUSICA


Dan ritmo a la faena los trozos musicales;
combate la tristeza la suave melodía;
cuando preocupaciones asedian, habituales,
cantares apaciguan la mente, todavía.

La música es así, remedio de los males,
inagotable fuente a escanciar cada día;
sosiego de palacios, templanza de arrabales,
y placidez del alma, armonizante guía.

Si acaso preguntaras, qué en la hora postrera
ansío oír de nuevo, mi gusto no vacila:
Aurora, de Panizza -Canción a la Bandera-,
y la muerte de Isolda, el aria de Dalila,
también de Mefistófeles el dantesco monólogo
o el Coro de los Angeles, divinizando el Prólogo.

MIEDO A LA VIDA


Tengo miedo, Señor, pero no de la noche,
tampoco de la sombra, menos de la tiniebla;
es miedo de la aurora -refulgente derroche-
como miedo del mundo, cuando el mundo se puebla.

Tengo miedo, Señor, no por valerme sola
ni por triste aislamiento o apartado retiro,
tengo miedo a la gente, a la imponente ola,
el vaivén de los seres en asfixiante giro.

Tengo miedo, Señor, de enfrentarme a la vida
con tantas exigencias, compromisos, deberes;
de no cumplir Contigo, no ser agradecida,
dejándome llevar de errados procederes.
Y temiendo en el día naturales contiendas,
te ruego: oye mi voz para que me defiendas.

A LA MUERTE


I

Muerte,
fatal término, ausencia por siempre.
Sólo el campo yermo que nos recibe,
de su tierra, nuevo abono.

Nunca más la fragancia de la brizna de hierba
ni el arder de encendidos leños;
tampoco la fina llovizna de la ola rompiente
en el rostro de frescura ávido.

II

«Era nuestra madre», dirán después los hijos
con ternura en los ojos.
El dolor de la ausencia, olvidados objetos
mañana joyas auténticas.
«Ella decía...», repetirán las frases
antes molestas
a causa de desgano
o ansias de silencio
o sueños de libertad.
Sílabas musicales enhebrarán palabras en recuerdos imperiosos,
desesperación de volver a vivir en el tiempo...
Tarda respuesta a un canto de amor.

«¿Recuerdas aquel gesto?
»¿Y su sonrisa triste?
»¿Y su pensamiento fijo en nosotros?
»¿Sus manos, suavidad de alas rozando nuestros rostros?
»¿El paso quedo junto a nuestro lecho en la alta noche
y el murmullo de plegaria para encomendarnos a Dios?»

III

Poco a poco el ausente
más lejos cada vez en el recuerdo
-que alguien siempre lo reemplaza-;
sus cosas van perdiendo la fragancia que de él se desprendía,
impregnándolas;
la manera de inclinarlas no es la misma
y en el tiempo
va cambiándoselas de sitio.
Cada día su nombre acude menos al labio.
Las lágrimas en manantial ya no brotan;
tan sólo de a una
que se enjuga furtiva.
Hasta que todas secan
agotada la fuente de dolor.
Un velo cubre entonces la imagen en la retina,
la maleza oculta la antes nítida figura en todo paisaje,
visten los ambientes colores de seres distintos
que distraen,
va el alma tras vivencias nuevas.
Y un día
se llora el olvido.

(Tú, Muerte tan temida,
sólo eres un pretexto:
el olvido es más cruel que tu guadaña.)

DE LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO


Durante aquella hora, quien se halle en el terrado
no retorne a buscar sus muebles bajo el techo,
pues -de dos en un campo- uno será librado
y el otro abandonado. (O de dos en el lecho.)

Dos mujeres moliendo, bien que trabajen juntas,
una será elegida, la otra rechazada.
Huelgan disquisiciones e inútiles preguntas
porque el Señor lo ha dicho: Su Palabra está dada.

(Soñamos el milagro: la que elige el Señor
apresa de la mano -por llevarla consigo-
a la otra en abandono, y pone tal fervor
en librar aquel ser del eterno castigo,
que Dios, al verla, dice: -La ha salvado tu amor.
Puedes venir con ella. Y ella venir contigo.)

ANSIEDAD


Ansia de estar un día en un puente de mando,
recibir en el rostro el castigo del viento;
sin ninguna arribada, por siempre navegando,
sin dudas ni temores, cansancio o desaliento.

Y no saber siquiera, en qué forma, ni cuándo,
ha de concluir el viaje -en milagro de cuento-;
ni cuándo retornar a éste mi lecho blando,
ni a la antigua ventana, ni al dorado aposento.

Acres de sal los labios, ruda racha en la frente,
perdido el horizonte, sin destino la nave,
sin nada que la guíe, sin nadie que la oriente,

mecida por las olas, columpiada en la cresta,
apenas sobre el mástil las alas de algún ave;
sólo el rumor del mar, y Dios como respuesta.

NO LE DIGAS A CRISTO


No le digas a Cristo:
-He de ir, mas espera.
Me falta, todavía, algo que me he propuesto;
el mundo me reclama, complacerle quisiera.
Ten paciencia, he de ir. Un poco y ya me apresto.

No le digas a Cristo:
-He de ir, aunque espera
solamente a que acabe lo que tengo dispuesto;
me conoces devota y me sabes sincera.
He de ir. Sí; después que termine con esto.

No le digas a Cristo:
-Espera, o bien: -Aguarda.
¿Hay algo más urgente que Sus pasos seguir?
¿No es, El mismo, la fuerza que te conforta hoy?
(¡Pobre alma confundida! Sabiendo que retarda
el encuentro con El -tan sólo por vivir-,
decirle que se espere en lugar de ¡Ya voy!)