Juan Gustavo Cobo Borda

Juan Gustavo Cobo Borda nació en Bogotá (Colombia) en 1948 y es un prestigioso escritor latinoamericano que ha cultivado entre otros géneros el periodismo, la poesía y la crítica. Además fue un hombre absolutamente abocado a la divulgación de la cultura; tal es así que dirigió durante mucho tiempo la Biblioteca Nacional.
Se lo ubica dentro del grupo llamado Generación sin nombre, cuyas principales características es presentar una poesía disconforme con la realidad, tal es así que algunos especialistas también suelen llamar a esta generación del desencanto.
Su obra presenta un tono de delirio y sensualidad, cualidades presentes sobre todo en sus primeras publicaciones, que se titularon "Salón de té" y "Ofrenda en el altar del bolero". Posteriormente su poesía adquirió un carácter más intimista; de esta etapa podemos citar "Dibujos hechos al azar de lugares que cruzaron mis ojos" y "El animal que duerme en cada uno".
En nuestra web podrás leer algunas de sus creaciones, tales como "Autógrafo", "Poesía y naturaleza: relaciones oblicuas" y "Roncando al sol, como una foca en las Galápagos".
Cabe mencionar que como periodista colaboró con importantes revistas del mundo de las letras, tales como Eco y Gaceta. En la actualidad forma parte de la Academia Colombiana de la Lengua.

Poemas de Juan Gustavo Cobo Borda

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Juan Gustavo Cobo Borda:

Poética

¿Cómo escribir ahora poesía,
por qué no callarnos definitivamente
y dedicarnos a cosas mucho más útiles?
¿Para qué aumentar las dudas,
revivir antiguos conflictos,
imprevistas ternuras;
ese poco de ruido
añadido a un mundo
que lo sobrepasa y anula?
¿Se aclara algo con semejante ovillo?
Nadie la necesita.
Residuo de viejas glorias,
¿a quién acompaña, qué heridas cura?

Autógrafo

A los poetas de antes
les pedían, generalmente, un acróstico.
Sólo que ahora,
cuando el rencor es la única palabra
que sé pronunciar,
¿con qué enrevesada caligrafía
(letra palmer, ¿no?)
lograré transmitir el profundo desprecio
que hay en mí?
Aprieto los dientes, y sigo,
exento de todo romanticismo:
mi tarea consiste
en redactar notas necrológicas
dos o tres veces al año.
A quien se debate, también,
entre el abandono y la lástima:
tal podría ser la grandilocuente dedicatoria,
y luego los prolijos catorce versos,
llenos de almíbar.
Qué decirte
que no te hubieran dicho ya,
la muchacha de la casa, la tía solterona:
resignación y experiencia.
A los libros, quítales el polvo;
ordena el closet, y consigue aquellas matas
que siempre has querido para el balcón del
apartamento.
(La tragedia consérvala en secreto).
                                                  

Nudos

Encadenados a otros ojos,
presos de una risa,
cautivos de la esperanza,
los condenados
dilatan cualquier celda
con un único gesto válido.
Bien puede ser un pan
comprado juntos
o lo que comentan
sobre sus respectivas jaulas.
Mientras tanto
los cepos se cierran sobre sus ansias
y los guardianes
apenas advierten su fuga
en el globo libre de unas pocas palabras
con premura intercambiadas.
Abrazados en el aire
ni siquiera escuchan el coro
que repite con dulce serenidad extática:
“Nada me basta. Todo me sobra.
Sólo te quiero a ti: anudados”.

Una parábola acerca de Scott

Las mansiones de moda en Long Island están en nuevas manos.
Allí Gatsby había muerto, luego de amar una mujer.
Quedaba el dolor, tan solo, como una presencia fraternal
y los afectos superfluos, aferrándose al cuello.
'Dilapidé mis esperanzas
en las pequeñas carreteras
que llevan al sanatorio de Zelda.'
Apelaba a frases pastosas, y los hermosos rostros
del año pasado dejaban advertir su vacuidad.
Entretanto, en los guiones, el productor tachaba
giros innecesarios: era el final.
Frasco vacío, boleto para una función que ya pasó,
faltaba el postrer ultraje.
Agradeciendo el tibio vino de la compasión
supo que tenía derecho a morir en paz.

De viva voz

El amor es monstruoso.
Ya no recordamos
si alguna vez
fuimos otro distinto
de quien sólo existe
para escuchar una voz,
una exigencia brutal,
la dulzura inenarrable
de un 'te adoro, te adoro, te adoro',
un sarcasmo helado,
un sol bajo el cual
todo florece de nuevo.
(Cuando ella gritaba 'loco'
y la espuma de su vientre
desbordaba fresca y ávida).

El amor es mortal:
te congela los pies
si huyes de él.

Roncando al sol, como una foca en las Galápagos

Es tan deleznable toda poesía amorosa,
tan llena de ripios,
que no puedo dejar de escribirla.
Tú subviertes mi flácida rutina
y aun así desfallezco en cada línea.
Todo me incita a la modorra de los sentidos.
Única certeza
en estos tiempos de oprobio y ruido
tu lustrosa energía.
Especie a punto de extinguirse,
en la arena del sueño juego contigo.