Heberto Padilla

Heberto Padilla fue un poeta de origen cubano, nacido en la provincia de Pinar del Río el 20 de enero del año 1932 y fallecido en Estados Unidos el 24 de septiembre de 2000. Luego de haber finalizado sus estudios secundarios, se trasladó a La Habana para cursar periodismo a nivel universitario. Una vez recibido, realizó varias labores en los medios de comunicación; fue enviado especial a Norte América y la Unión Soviética durante algunos años, como reportero de la agencia informativa Prensa Latina. Asimismo, ejerció la docencia y la traducción; era destacable su gusto por los idiomas, y se conoce que hablaba alemán, griego y francés, entre otros.
Sus ideas políticas, nacidas de una incansable investigación y enriquecidas por los diversos viajes que realizó en su vida, eran consideradas antinacionalistas en su Cuba natal, donde su obra fue motivo de controversias en varias ocasiones, llevándolo incluso a ser detenido por las fuerzas de seguridad.
Los títulos de algunas de sus publicaciones, entre los que encontramos el poemario "Provocaciones" y el ensayo "La mala memoria", hablan de la naturaleza revolucionaria de este escritor, que no reparó en compartir sus ideas con el mundo, sin temer las consecuencias. Su poema "Exilios", un término infaltable en las vidas de quienes atravesaron épocas tan duras de la historia, es un claro ejemplo de la profundidad de sus versos.

Poemas de Heberto Padilla

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Heberto Padilla:

Autorretrato del otro

¿Son estremecimientos, náuseas,
efusiones,
más bien esas ganas
que a veces tiene el hombre de gritar?
No lo sé. Vuelvo a escena.
Camino hacia los reflectores
como ayer,
más veloz que una ardilla,
con mi baba de niño
y una banda tricolor en el pecho,
protestón e irascible
entre los colegiales.


Es que por fin
lograron encerrarme
en el jardín barroco que tanto odié
y este brillo de ópalo
en los ojos
me hace irreconocible.
El gladiador enano (de bronce)
que he puesto encima de la mesa
-un héroe cejijunto y habilísimo
con su arma corta y blanca-
y su perra enconada
son ahora mis únicos compinches.
Pero cuando aparezca
mi tropa de juglares
limaremos las rejas
y saldré.
¡Puertas son las que sobran!


Bajo la luna plástica
¿me he vuelto un papagayo
un payaso de náilon
que enreda y trueca las consignas?
¿O no es cierto?
¿Es una pesadilla
que yo mismo pudiera destruir?
¿Abrir
de repente los ojos
y rodar por el sueño como un tonel
y el mundo ya mezclado con mis fermentaciones?
¿O serán estas ganas
que a veces tiene el hombre de gritar?


Las Derechas me alaban
(ya me difamarán)
Las Izquierdas me han hecho célebre
(¿no han empezado a alimentar sus dudas?)
Pero de todas formas
advierto que vivo entre las calles.
Voy sin gafas ahumadas.
Y no llevo bombas de tiempo en los bolsillos
ni una oreja peluda -de oso.
Ábranme paso ya
sin saludarme, por favor.
Sin hablarme.
Échense a un lado si me ven.

Fuera de juego

A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia.


¡Al poeta despídanlo!
Ése no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar.

A ese tipo, ¡despídanlo!
Echen a un lado al aguafiestas,
a ese malhumorado
del verano,
con gafas negras
bajo el sol que nace.
Siempre le sedujeron las andanzas
y las bellas catástrofes
del tiempo sin Historia.

Es
incluso
anticuado.
Sólo le gusta el viejo Armstrong.
Tararea, a lo sumo,
una canción de Pete Seeger.
Canta,
entre dientes,
La Guantanamera.
Pero no hay
quien lo haga abrir la boca,
pero no hay
quien lo haga sonreír
cada vez que comienza el espectáculo
y brincan
los payasos en la escena;
cuando las cacatúas
confunden el amor con el terror
y está crujiendo el escenario
y truenan los metales
y los cueros
y todo el mundo salta,
se inclina,
retrocede,
sonríe,
abre la boca
'pues sí,
claro que sí,
por supuesto que sí...'
y bailan todos bien,
bailan bonito,
como les piden que sea el baile.
A ese tipo, ¡despídanlo!
Ése no tiene aquí nada que hacer.

Puerta de golpe

Me contaba mi madre
que aquel pueblo corría como un niño
hasta perderse;
que era como un incienso
aquel aire de huir
y estremecer los huesos hasta el llanto;
que ella lo fue dejando,
perdido entre los trenes y los álamos,
clavado siempre
entre la luz y el viento.

En tiempos difíciles

A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una época difícil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lágrimas
para que no contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Le pidieron sus labios
resecos y cuarteados para afirmar,
para erigir, con cada afirmación, un sueño
(el-alto-sueño);
le pidieron las piernas,
duras y nudosas,
(sus viejas piernas andariegas)
porque en tiempos difíciles
¿algo hay mejor que un par de piernas
para la construcción o la trinchera?
Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño,
con su árbol obediente.
Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros.
Le dijeron
que eso era estrictamente necesario.
Le explicaron después 
que toda esta donación resultaría inútil
sin entregar la lengua,
porque en tiempos difíciles
nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.
Y finalmente le rogaron
que, por favor, echase a andar,
porque en tiempos difíciles
ésta es, sin duda, la prueba decisiva.

El justo tiempo humano

¡Mira la vida al aire libre!
Los hombres remontan los caminos
recuperados
y canta el que sangraba.

Tú, soñador de dura pupila,
rompe ya esa guarida de astucias
y terrores.
Por el amor de tu pueblo, ¡despierta!
El justo tiempo humano va a nacer.

Exilios

Madre, todo ha cambiado.
Hasta el otoño es un soplo ruinoso
que abate el bosquecillo.
Ya nada nos protege contra el agua
y la noche.

Todo ha cambiado ya.
La quemadura del aire entra
en mis ojos y en los tuyos,
y aquel niño que oías
correr desde la oscura sala,
ya no ríe.

Ahora todo ha cambiado.
Abre puertas y armarios
para que estalle lejos esa infancia
apaleada en el aire calino;
para que nunca veas el viejo y pedregoso
camino de mis manos,
para que no sientas deambular
por las calles de este mundo
ni descubras la casa vacía
de hojas y de hombres
donde el mismo de ayer sigue
buscando soledades, anhelos.

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