Giovanna Pollarolo

Giovanna Pollarolo es una escritora peruana de ascendencia italiana nacida en Tacna el 21 de agosto de 1952. Posee tres títulos académicos, que obtuvo en distintos centros y universidades; primero se recibió de profesora en el Colegio Santa Ana de su ciudad natal, y más adelante se graduó en Literatura Hispanoeamericana y se licenció en Lingüística y Literatura, siempre a través de facultades de Perú.
A lo largo de su vida, ha incursionado en la poesía, el periodismo, la narrativa y el guión cinematográfico; de este último género destacan títulos como "Caídos del Cielo", "La boca del lobo", "Tinta roja" y "Pantaleón y las visitadoras". También es de su autoría la obra teatral llamada "Donde mis ojos no te vean".
Actualmente, asegura sentirse más cómoda como escritora de novelas, y expresa claras diferencias con la poesía, que depende de un grado de inspiración más difícil de alcanzar. De hecho, a pesar de que en los últimos años no haya publicado ningún poemario, en sus comienzos se destacó por sus poemas; algunos de ellos están disponibles a continuación, como ser "A veces ocurre", "De vuelta a casa", Él llegó con la luna llena", "Las letras de tu nombre" y "Segunda declaración, de rodillas".

Poemas de Giovanna Pollarolo

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Giovanna Pollarolo:

A veces ocurre

te despiertas a medianoche
enciendes la luz y la luz no se enciende
caminas a oscuras, adivinando. 
O te quedas pensando
tratando de olvidar que tienes sed.
O frío
tanto, tanto frío
sabes que necesitas una frazada pero no te levantas
prefieres no levantarte
esperas que venga el sueño. Esperas, esperas.
El sueño tarda pero termina por llegar.
Y al día siguiente
sin saber por qué
aprietas el interruptor
y el foco se enciende
recuerdas el frío y ves una frazada, estaba a la mano
ahí, a un paso.
Puede ser que te preguntes
¿qué me habrá pasado?
o no te preguntes nada porque ya es de día;
dices: ya pasó la noche y no quiero pensar
pudo haber sido un sueño.
Y te lo echas a la espalda, como todos los sueños.

Las letras de tu nombre

Decir "las letras de tu nombre no me dejan ver
no me dejan verme'
puede parecer una metáfora útil para empezar un poema
una frase que anuncie con dudosa belleza algo así como:
"por pensar en ti camino a tientas'. O "sin ti
    no puedo vivir, no sé quién soy, no sé qué hacer'.
No.
Decir que las letras de tu nombre no me dejan ver
no me dejan verme
es tan literal como decir
que escribo en un cuaderno cuadriculado
a las 11 de la mañana, con plumón rojo
el pelo mojado, recién salida de la ducha
esta mañana de agosto, 29.
Me explico:
desde que te fuiste, cada mañana escribo tu nombre
en el espejo. En la soledad del baño lleno del vapor 
que todo lo empaña, en lugar de limpiar el vaho con un trapo
o un pedazo de papel, me dedo recorre la superficie del espejo 
y escribo tu nombre.
Sí. Tu nombre,
seguido de alguna breve declaración.
Esas cosas que se escriben en las parees de los baños,
    en los cuadernos, en servilletas de papel
yo las escribo en el espejo empañado
obedeciendo a una cábala que inventé
cuando supe que no regresarías.
Y entonces
cuando debo peinarme, lavarme los dientes,
    pintarme los ojos
disimular mi palidez
las letras de tu nombre en el espejo no me dejan ver
no me dejan verme.

El principio

Esa navidad le regalé una almohada.
Una almohada no es más que eso: un regalo.
Pudo haber sido un libro
una corbata, un perfume, un reloj. Pero le regalé 
    una almohada.
Esa navidad él me contó
que yo ya no estaba en sus sueños:
había visto muchas puertas y oscuros callejones.
También me advirtió de la inmensa pena
que le daba tener que decirme
sus infinitos deseos
de acariciar otro cuerpo
mirar otros ojos
la ilusión de esperar a alguien
y la ansiedad de no saber 
las ganas
de besar, abrazar, tocar, cantar, lamer, sonreír,
    reír, silbar, bailar.
Y yo le regalé una almohada.

De vuelta a casa

Luego que chupó vinagre, dijo TODO ESTÁ 
    CONSUMADO

Te llevaste la almohada
que te regalé el día de navidad
el televisor
un par de libros
tu ropa.
De ti me queda, en la cama
el ligero olor de tu perfume
a punto de desvanecerse.

Aparta de mí este cáliz

Caminando llego al río. Me gusta el olor. Las hierbas, los
matorrales raquíticos, ese verde medio seco que tal vez el
agua de este año hará retoñar.
          Bendigo el silencio, la soledad de esta mañana de vera-
no. No es un río caudaloso este tímido Sama de aguas co-
lor marrón que sólo de cuando en cuando llegan hasta el
mar y empañan el azul transparente. Se cruza de lado a la-
do, el agua apenas a los tobillos. No canta ni susurra ni
suena. Me siento y miro. Cojo una piedra y la lanzo con
rabia. Pienso: si alcanza la otra orilla, él y yo contempla-
remos juntos este río Sama una mañana de verano. Pero
cae en el agua, cerca. No vale, digo. fue sólo un ensayo. Y
sigo ensayando, aprendiendo el tamaño de cada piedra, su
peso, la fuerza de mi brazo. Hasta que lo consigo. Vendrá
uno de estos días, ahora lo sé. Y entonces me atrevo, sin
pensar. Cojo al azar una piedra y digo en voz alta: si llega
donde debe llegar él me amará como antes; volvremos
a ser amado y amada, seré la amada en el Amado transformada.
Pero antes de que la enorme piedra termine su trayectoria,
le doy la espalda presa del pánico.

Presagio

Fue casual, sin querer
mi mano tropezó con la botella de vino.
Sonreí recordando el tiempo de los almuerzos familiares
cuando una copa derramada
al azar
significaba
"felicidad' "felicidad'.
Humedeciendo nuestros dedos los llevábamos a 
    nuestras orejas
como si el vino fuera perfume
hasta mi madre ignoraba la mancha del mantel;
ella, que rezongaba cuando ocurría lo mismo
con el agua de un vaso
musitaba "felicidad' "felicidad' sonriendo.
Tiempo atrás se me derramó el café sobre la alfombra
    y lloré.
Hoy he sonreído, como mi madre y como yo cuando
    era niña.