Fina García Marruz

Fina García Marruz nació en La Habana (Cuba) el 28 de abril de 1923 y es una importante poetisa de esta tierra. Ha sido premiada en reiteradas ocasiones; entre algunos de los galardones más importantes pueden mencionarse el Pablo Neruda en el 2007, el Nacional de Literatura en 1990 y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en el 2011.
Su obra tiene la particularidad de encontrarse llena de imágenes y de ser una verdadera innovación artística de su país; ha sido traducida a numerosos idiomas, hecho que le ha permitido conquistar cierta popularidad no sólo dentro de su país, sino también en todo el Continente Americano.
Ha colaborado con importantes revistas literarias, tales como La Gaceta de Cuba y la Revista de la Biblioteca Nacional; además trabaja como investigadora en el departamento de las letras de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y tiene su propia fundación. Cabe mencionar que es una apasionada de la obra de Martí y que junto a su asociación intenta divulgar aún más la obra del poeta cubano.
Entre algunas de sus obras publicadas pueden mencionarse "Las miradas perdidas", "Los Rembrandt de l'Hermitage" y "¿De qué silencio eres tú silencio?". Te recomendamos que leas algunos de sus poemas, como "Uno vuelve a subir las escaleras" y "El huésped", para acercarte todavía más a la obra de esta importante escritora.

Poemas de Fina García Marruz

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Fina García Marruz:

De qué silencio eres tú silencio

               ¿De qué silencio eres tú silencio?



¿De qué silencio eres tú silencio?
¿De qué voz, qué clamor, qué quién responde?
Abismo del azul, ¿qué hacemos en tu seno,
hijos de la palabra como somos?
¿Qué tienes tú que ver, di, con nosotros?
¿Cómo si eres ajeno, así nos tientas?
¿Habría sed de no haber agua cierta?
¿O quién vistióme de piedad los ojos?
¿Puedo poseer, pequeña, don inmenso
que faltase a los cielos y a las aguas?
Y él ¿podría morir, sobreviviendo
menor que él, todo el fulgor del cielo,
quedar la tierna luz indiferente
al fuego que, irradiando, ha suscitado?

Uno vuelve a subir las escaleras

Uno vuelve a subir las escaleras
de su casa perdida (ya no llevan
a ningún sitio), alguien nos llama
con una voz querida, familiar.
Pero ya no hace falta contestarle.
La voz sola nos llama, suficiente,
cual si nada pudiera hacerle daño,
en el pasillo inmenso. Una lluvia
que no puede mojarnos, no se cansa
de rodear un día preferido.
Uno toca la puerta de la casa
que le fue deparada a nuestras manos
mortales, como un tímido consuelo.

El huésped

Qué raro es el amor, qué raro
aun entre amantes
que se aman, aun en el seno
de la casa materna,
la entrañable,
qué instante
tan raro aquel en que él irrumpe
de otro modo,
súbito como un golpe,
el amor dentro del amor,
qué raro ese minuto
de compasión total, pura,
sin causa,
sin posible respuesta
ni duración
posible, qué raro
que a nadie hayamos
amado, acaso, más,
que a ese niño ajeno, en México,
que a ese que pasó hablando
consigo mismo,
que a aquella odiada mujer,
porque, de pronto,
su bata de casa nos miró desolada,
un fragmento de su espalda
nos hizo llorar
como la más arrebatadora música,
qué extraña
crecida sin palabras.
Hemos corrompido
de mentira y de uso
la palabra
amor,
y ya no sabemos 
cómo entendernos: habría
que decirlo de otro modo,
o callarlo, mejor,
no sea cosa
que se vaya, el insólito
Huésped.

No, no, memoria...

No, no, memoria del pasado día
vengas sobre este sol y césped santo.
No vuelva yo a invocar refugio tanto
de lo que así se crece en despedida.

Quédeme tu intemperie y mi porfía
de caer, de volver de nuevo a alzarme,
no la raída pasamanería
que alza mi polvo y que tu luz deshace.

No me hartes de mí que hartazgo tanto
no soporta mi poca luz vencida.
Mas mi ayer fue tu hoy: no halle quebranto.

Volver a lo pasado no es mi ruego...
¿Pero y aquel aroma de la vida?
Retenga su promesa, no su fuego.

La banda gigante

A Lichi, su cantor



La banda gigante, como los alones de su sombrero provocador al frente, quiere romper, inaugurar lo enorme. (Lo enorme, cariñosamente, brilla). ¡La banda gigante, como las ligas gigantes, el teipe en la pelota, el batazo en lo azul un descampado de Domingo! ¡La banda gigante, como la risa blanca del negro boxeador, como un knock out! ¡La banda gigante, como el volumen alto del radio pequeño que se enciende de golpe! ¡Escuchen, oigan, ese piano serio, del todo vaciado de languidez, de lagos y desvaríos cómplices! ¡Escuchen, oigan, ese bajo absoluto, de pocas notas parcas, asombrosamente rítmicas, por las que irrumpe, estremeciendo, la paila, para celebrar a Generoso! Y su voz, su rara voz única, que saca toda afuera, con pureza de trompeta al mediodía, y “vuelve al nido” del corazón, su voz que jamás saca su intimidad de susurro o quejumbre sino de ese mismo “fuera” y “hasta afuera” del popular elogio, y desde allí nos dice nuestro secreto a voces, aún más hondamente, y en la cruda y mucha luz se esconde, destacándose oculta, desierta palma de intemperie. ¡Oye el clarín radioso, el gallo de la guerra, ondeando al aire! Silencio y bulla a un tiempo, oye el bullir, oye el clamor, sin queja. “¡Qué bueno, pero qué bueno!” Marcha a la muerte, pero antes, enciende, mete ruido, alegra, huye. ¡Huyes! ¡Que no te vean morir! Flor cubana, patria mía.

Nociones elementales y algunas elegías (60)

Ah, sabias cucharas,
tenedores de madera, nobles jarros,
aprenda vuestras texturas,
vuestras fieles y viejas amistades
con el fuego de la tarde
y los aposentos más íntimos de la casa,
ah, mis sobrevivientes,
os miro, extrañamente consolada
por esa fidelidad que nos olvida.