Delia Domínguez

Delia Domínguez es una poetisa chilena, nacida en la ciudad de Osorno el 11 de agosto de 1931. Perdió a su madre a los 5 años y debió estudiar en un internado religioso; se sentía muy sola y no lograba adaptarse a las reglas allí impuestas, por lo que pasaba largas horas encerrada y castigada. Sin embargo, las dificultades de su infancia la guiaron, de alguna manera, hacia su realización literaria: mientras cumplía uno de los tantos ratos de penitencia, leyó en una revista que tendría lugar un concurso de poesía, y decidió participar; para su sorpresa, dada su falta de experiencia y conocimientos, obtuvo el primer premio.
Comenzó a cursar Derecho, pero interrumpió sus estudios para mantener el negocio familiar. Entre sus diversas colaboraciones con medios de comunicación masivos, destaca su trabajo en la revista Paula, donde alcanzó el puesto de jefa de redacción y crítica literaria, y su participación como panelista del programa radiofónico Carretera Cultural.
Desde el año 1955, ha publicado más de una decena de libros, como "Simbólico retorno", "La gallina castellana y otros huevos", la antología de poesía y prosa "El sol mira para atrás" y "Huevos revueltos", el cual la hizo finalista del Premio Altazor de Poesía 2001.

Poemas de Delia Domínguez

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Delia Domínguez:

Esta es la casa

Quien quiera saber lo que acontece
a las lluvias en marcha sobre la tierra,
véngase a vivir sobre mi techo, entre los
signos y presagios.
Saint-John Perse.




Esta es la casa
aquí la tienes con la puerta abierta
Aquí vivo
conjurada por la noche de campo
y los mugidos de las vacas
que van a parir a la salida del invierno.
Entra en las piezas de sentimiento antiguo
con manzanas reinetas
y cueros claveteados en el piso.
Esta es la casa para ser como somos,
para contar las velas de cumpleaños
y las otras también,
para colgar la ropa y la tristeza
que jamás entregaremos a la luz.
Este es el clima, niebla y borrasca,
sol partido entre los hielos
pero encima de todo:
un evangelio duro
una pasión sin vuelta
una carta de agua para la eternidad.
Esta es la zona: Km. 14, Santa Amelia,
virando hacia el oeste,
con todas las jugadas de la vida
y todas las jugadas de la muerte.
Esta es la casa raspada por los vientos
donde culebreaban los inviernos
de pared a pared
de hijo a hijo
cuando nos aliviábamos con ladrillos caldeados
para aprender las sagradas escrituras
que la profesora de la Escuela Catorce
sacaba de un armario
o de los dibujos de un pañuelo.
Esta es la fibra fiel de la madera
donde calladamente me criaron
entre colonos y mujeres
que regresaron a su greda.
Aquí vivo con la puerta abierta
y este amor
que no sirve para canciones ni para libros,
con mi alianza sin ruido a Santa Amelia
donde puedes hallarme a toda hora
entre las herramientas y la tierra.

Los cómplices

Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los
malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso
no necesita escribirse.

Ropa limpia

Un día
uno sale a encontrar la muerte,
sin equipaje,
sin muda para la otra semana
con la única camiseta blanca
que quedaba
del tiempo de colegio.
Un día
uno se apura como malo de la cabeza,
como si tuviera que llegar
a todos los trenes
y saludar a medio mundo.
Un día
uno no sabe quién diablos
tendrá suficiente amor entre las manos
para arreglarle
esos asuntos particulares
que siempre quedan flotando
después de la catástrofe,
o quién diablos
va a cerrarle los cajones del velador
con las fotografías secretas
de esa edad
en que la musculatura orgullosa y dorada
era toda la potencia con que contábamos
para vivir.
Un día
uno no vuelve más
por ropa limpia.

Nocturno con los pies helados

Tengo los pies helados
y nadie va a llegar con calcetines de lana
a hacerme compañía
porque ayer me cruzó la lechuza
de sur a norte en el camino
y sobrevoló hasta la medianoche
-como buen pájaro agorero-
a dos metros de la camioneta roja
donde traía los víveres del pueblo.
Tengo los pies helados
y corrieron por ahí
que desertaste por un canto de sirena.

Papel de antecedentes

Yo católica                    mestiza
minimalista y campesina.

Yo perrera y caballera                    de ombligo amarrado a
la telúrica                    madrecita tierna de
nunca acabar.

Yo de sesenta para arriba y para abajo
mes  de corrido los Diez Mandamientos,
El Ojo (o-j-o)                    y la Pastoral de L. van Beethoven.

El sol mira atrás


 En el cielo

El sol mira para atrás

Porque tiene que llamar agua,

Y tú conoces las señales

Los sagrados olores de la tierra

Y empiezas a lustras tus botas

La escopeta del 16

Que el abuelo colgó en el comedor

En este otoño de su muerte.

Y en el morral huequeado por antiguos

Reventones de pólvora,

Hay un juego de naipes gastados

Como esa risa que fuimos perdiendo

Cuando nos vendaron los sueños

Para que creciéramos

Más tranquilos, más ciegos,

Y no preguntáramos

Por qué el sol miraba para atrás

Desde el umbral sonoro de la lluvia,

O por qué los que amábamos

No volvieron jamás

Para justificar su eternidad

A nuestro lado,

Y tú

Y yo

Tuvimos que ir guardando las sillas vacías

Pasando llave

En el óxido de las chapas antiguas

Pasándonos una costura en la boca

Para quedarnos

Con las palabras estrictamente necesarias

A nuestro sencillo amor.

El sol mira para atrás

Porque tiene que llamar agua

Y se ilumina la copa de los manzanos

Y nos entra un frío por las rodillas

Avisándonos la primera señal.