LA MUJER DEL DEL ESCARABAJO.

juan sarmiento buelvas

 

Me enamoré perdidamente, de su cara, de su esbelta silueta, de su temperamento, y de su escarabajo tambien.

 

Tenía la pretensión de convertirme en el hombre que manejaría su Volkswagen, se lo tanquearía cada que me lo pidiera, le haría cambio de aceite las veces que fuera necesario, me convertiría en su conductor personalizado, le mostraría nuevos caminos, nuevos atajos, exploraríamos túneles y selvas vírgenes, pero ella lo pensó muy detenidamente y rechazó mi oferta, me dijo que todavía no era el momento, que todavía no había llegado ese tiempo en que alguien le llenara el depositó de combustible a su escarabajo 🤔🤔

 

Rechazó mi pretensión de ser su chófer elegido en las buenas y en las malas viajando al paraíso de lo aún; no experimentado 🙉🙉.

 

Pasaron veranos, otoños he inviernos, y un atardecer cuando mi pretensión había caído casi en el olvido, llegó la esperanza de esa tardía primavera ofertada en un lejano pasado, nuestros vehículos casi colisionaron en una glorieta, pero ella hizo un segundo giro a la rotonda, me siguió y me alcanzó en el siguiente semaforo, me lanzó un agónico s.o.s. sus luces parpadeban incesantemente, yo la vi por el retrovisor y seguí su rastro como palomo que vuela detrás de su tórtola, ella se detuvo en un motel como paloma que llega a su nido, descendimos y degustamos algunos refrigerios, hablabamos como lo que fuimos, viejos y conocidos amigos de un explendoroso pasado, me comentó su felicidad de haber consumido el asfalto de tantas carreteras en solitario sin que nadie le introdujera una manguera en su escarabajo para tanquearlo. 

 

Despues de muchas cervezas al filo de la tarde, nuestras vidas se iluminaron con estrellas de un pasado aplazado pero no olvidado, ingresé al laberinto de su universo, abrí la puerta de su paraízo, ausculté a su cabina y esploré su interior, aun estaba completamente ajustado, sus sellos eran originales y no había escape de aceite ni por el carter ni por la culata, el esplendido brillo de su cabina era reluciente, mas no sucedió lo mismo con el negro azabache del color de su terciopelo, había sido victima del característico color gris plomizo que aparece después de sobrevivir muchas primaveras y veranos viendo acercarse el otoñal atardecer.

 

Después de introducir mi llave maestra en la chapa de su guantera, he ingresar a ese oscuro y húmedecido laberinto cual baúl que jamas hubiera sido violado su interior, viajé por su carretera y exploré túneles virginales hasta se momento inesplorados.

 

La alborada de una nueva mañana me despertó de un sueño en que nos bañabamos desnudos en una cristalina laguna de tibias aguas donde felizmente nadabamos entre almohadas y blancos cubrelechos escuchando a través de la ventana el canto de aves que apagaban el mundanal ruido de autos en la carretera.

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