Del libro Cuando florecen los girasoles por Francisco Pérez Bueno

Francisco Pérez Bueno

LXXXII

Bajo la sombra de aquella higuera,

en las horas de más calor del día,

se escucha el piar de una cría,

sobre hojas secas de alfombrera.

Y solo el silencio rompe la armonía,

la magia especial de ese momento,

donde el sonido se une al viento

y conduce notas de sinfonía.

En el suelo, caído de su cubil,

un débil pájaro asustadizo,

que recojo bajo el sol plomizo.

Acalorado, lo sitúo en su nidal,

donde inquieta, ya le espera

y aguarda, en la higuera del corral.

 

LXXXIII

Jugué en plazas, calles y aceras,

nunca fueron a casa los deberes.

En el colegio, dejé los enseres,

en las clase, bajo las cajoneras.

El tiempo lo agrandé, entre leer

un cuento, un libro o un tebeo,

jugar y aprender del ajetreo.

Disponer de cuadernos y querer.

Hoy se exige con Internet, un móvil.

donde todo, sabido y hecho está.

Solo palpar, esa tecla inmóvil.

Vi que soñando me dije... ¡ojalá,

que un libro pueda leer, y jugar

y dejar de estar en el sofá.

 

LXXXIV

 

De casa, voy a quitar los espejos,

donde te acicalaste para mí,

tras aquellos hermosos azulejos

de aterciopeladas flores de alhelí.

El corazón me habla y me conmoví.

Mirando en el suelo, aquellos trozos

de espejos, que en mis manos recogí

y miraba triste, con ojos sollozos.

Como en una pintura de esbozos

la imagen que entre los restos vi.

De mis sueños, cautivo, en calabozos.

Ágil y libre, a mi alma sentí.

Amontonaba sobre aquellos trozos...

los malos soplos, que pasé junto a ti.

 

LXXXV

Mis labios a tus labios, acerqué.

Sellados, en el sueño mis ojos...

con mis frágiles manos te rodeé.

¡Flores de romeros y en manojos!

Provocaron, hermosas caricias,

temblores de espasmos en mis sentidos.

Sobre mis venas, sentí las primicias,

del despertar... ¡silencios atrevidos!

En mi aventura... sudor seco noté;

ofendido y temblando... ¡desperté!

Bajo la oscuridad de mis anteojos.

A la orilla de la cama, me senté,

percibí en mi espalda, los enojos...

y de mis labios secos... ¡porqué!

 

LXXXVI

Te dí la mano y me acerqué, con miedo

a que dijeras… ¡no! Y a tu indiferencia.

En tu mirar… llamas de adolescencia

prende mi alma rota, con tu credo.

Vas abrasando las pocas ilusiones,

que sobre la débil batea derramas.

A mi favor... el aire y sus misiones,

sacudían, los árboles sus ramas.

Rompes, de ese silencio el cortejo,

con tu frágil compás, tu melodía.

Vas dando, tenues lances de festejo.

Con discreción… ilusión de poesía,

raudas, en nuestros corazones, parejo

brotan, esperanzas de gallardía.

 

LXXXVII

Pétalos de rosas, entre tus manos

llevas, sonriendo... con delicadeza.

Fresca flor... olfateas con fijeza

enmascarando, rostros artesanos.

Y regalas pétalos, pletórica

de fragancia, de un respetuoso color.

Callas y avergonzada... la hermosa flor

de voz linda, llenas de retórica.

Palabras sumisas que el mismo viento

siempre, recoge… con su dulce silbar.

Alegres pasiones, con aspaviento.

Amores... que de joven, hizo sisear,

tus risas… mis risas por el acento.

Mi dolor... tu dolor, sin explicar.

 

 

LXXXVIII

Sois... las más lindas flores del Jardín.

Margaritas y blancas Azucenas,

Lirios Amarillos en las arenas...

verdes Geranios, junto al Jazmín.

La Alegría... de las Buganvillas.

De las flores de Lavanda aromas...

Azahar, de Hortensias... sus rizomas,

sobre el Clavel, de las Gitanillas.

Van los Gladiolos y el Crisantemo,

junto al Don Diego de Noche, la Dalia.

La Flor del Cerezo en su extremo.

Cerca el Jacinto y la Begonia,

la Gerbera... como color supremo,

colma de Rosas... tu ceremonia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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