Los dos frascos de cristal, cuento

Pedro Perez Vargas

Era una fría mañana de invierno y el sol dormía. La oscuridad, que aún era dueña de la madrugada, se hacía acompañar de una fina llovizna. Se escuchaba la respiración de las aves dormidas en sus nidos y uno que otros reptiles que se arrastraban debajo de las hojas secas que cubrían el inmenso patio de una casa que lucía abandonada en las afueras del pueblo.  Era evidente que los años, con el transcurrir del tiempo,  habían estampado  sus huellas en lo que en algún momento fue una hermosa mansión, a juzgar por el enorme jardín y los frondosos árboles que adornaban su fachada, ahora oculta por el crecimiento desordenado de las ramas de unos arbustos que no había sido podados en décadas.
Sin que nadie supiera,  en aquella vieja casa que parecía una ruina, vivía  un señor muy viejo, quien también llevaba grabado en su cuerpo las cicatrices provocadas por años implacables de eterno sufrimiento. 
Esta vez, otros pasos diferentes al de los reptiles pisaban por primera vez las hojas secas que yacían, a manera de alfombra, cubriendo cada centímetro cuadrado de lo que un día fue un hermoso jardín.
Eran los pasos de un niño que no lograba sobrepasar los siete años de edad y que por motivo desconocido se encontraba vagando a esas horas de la madrugada,  caminando como quien no tiene rumbo y sin saber hacia dónde se dirigía.
Al ver aquella ruina oculta detrás de las enormes ramas de una copiosa vegetación, llegó a su memoria un viejo cuento de hadas que escuchó en boca de su abuelo, quien solía hacer historietas fascinantes de aventuras que él mismo había vivido cuando era niño.
Joselito,  cuya curiosidad era más grande que el miedo que un niño de su edad pudiera tener a la oscuridad,  caminó sobre lo que algún día debió ser el camino que conducía a la puerta de una enorme casa que hoy luce embrujada. Al ver la antigua ruina, sintió que había llegado el momento de vivir su primera aventura y con pasos decididos se dispuso a entrar a la vivienda, mientras sus pasos sobre las hojas secas anunciaban su presencia, lo que alertó a la única persona que aún habitaba en aquel lugar.
Se trataba de un señor muy viejo, quien probablemente estaba viviendo su novena década de la vida y que aparentemente estaba allí esperando la muerte, que de alguna manera se había olvidado de él.
El viejo, al sentir los pasos de Joselito, decidió mirar por la única ventana que aún conservaba cristal y que estaba en frente de la casa. Así pudo ver el primer visitante que recibía en más de cuarenta años; sin embargo, no se extrañó.  Era como si lo estuviera esperando.
Cuando Joselito llegó a la puerta, no fue necesario tocar porque la misma estaba abierta. En ese momento sintió que alguien lo invitaba a pasar, por lo que de manera natural penetró al interior de aquella casa oscura; esto sí,  sin sentir miedo.
-Te esperaba, le dijo el viejo con una voz lenta y calmada, como moldeada por la experiencia de casi 100 años de vida.
-Sabía que ibas a venir algún día,  porque eres la única persona que no me ha abandonado,  y te llevo en mis recuerdos desde que yo también era un niño y tenía tu edad.
-Pero si yo sólo tengo siete años, ¿cómo me recuerdas desde que eras un niño?
-Cuando transcurra mucho tiempo...y llegues a tener casi cien años cumplidos,  lo entenderás y recordará este día como el primer día.
Joselito se quedó callado durante algún tiempo con mirada de intriga, pero convencido de que el anciano decía la verdad.
Ya casi amanecía y los primeros rayos de luz entraban por la ventana. En ese momento empezó a iluminarse la sala de la casa. Joselito abrió los ojos como quien queda perplejo al observar tantos años de historia guardados y cubierto por polvo y telaraña. Era evidente que todo cuanto había allí, estaba colocado en ese lugar desde hacía muchos años. De inmediato supo que cada objeto en el lugar había permanecido ahí sin que nadie lo hubiese tocado desde entonces.
Con mirada curiosa recorrió cada rincón del lugar.  Era extraño, pero sintió que conocía muchas de las cosas que veía, como si alguna vez hubiese estado allí parado, observando lo que con sentido de nostalgia contemplaban sus ojos.
Pronto vio sobre una vieja mesa, algunos papeles manuscritos.  Aunque Joselito no sabía leer aún, porque en aquella época, los niños no iban a la escuela hasta cumplir 7 años, y justo se estaba preparando para asistir a su primer día de clase, sintió curiosidad por lo que había allí escrito.
- ¿Qué son esos papeles? ¿Qué hay ahí escrito?
-Sabía que ibas a preguntar eso. A tu edad también me interesó la literatura.  Sólo que no aprendí a leer hasta los 7 años.
- ¿Qué hay ahí escrito y por qué lo conservas durante tantos años?
-Son poemas, la historia de un amor que nunca se olvida...
-Luce fascinante.  No sé qué es un poema, pero por el brillo que veo en tus ojos, me imagino que debe ser algo lindo.
-Un poema es una hermosa pieza literaria que convierte en belleza el dolor, la pena, la tristeza y la melancolía.
- ¿Cómo puede ser bello el dolor, la pena y la tristeza?
-Esos sentimientos son bellos, incluso antes de convertirse en poesías.  Su hermosura radica en que surgen luego de que nace el sentimiento más hermoso que un humano puede sentir. Ese sentimiento es invisible a muchos ojos, y en ocasiones, sólo lo puede percibir quien lo lleva por dentro y la persona a quien se ama.
- ¿Por dentro? Como llevamos los intestinos y los pulmones... ¿En qué parte de nuestro interior es que se localiza el amor?
-Se lleva en el alma, un lugar inmenso donde guardamos todas las cosas que nos motivan a vivir. Ahí guardamos el amor, los recuerdos, las risas, la tristeza, el llanto y muchas cosas más que nunca se olvidan.
- ¿Y qué tiene eso que ver con la literatura y la poesía?
-El poeta tiene un alma diferente a todas las demás personas.  El poeta usa su propio sufrimiento para crear bellezas para el disfrute de otros.
- ¡Que interesante! Cuando aprenda a escribir, quiero ser poeta y convertir en belleza todos los sentimientos que lleguen a mi alma.
-Estoy seguro de que lo serás.  Un día te vas a enamorar de una mujer hermosa, de larga cabellera, de piel canela y la mirada más dulce que podrás imaginar. Entonces te nacerá el deseo de compartir con el mundo ese sentimiento. Serás un poco tímido y encontrarás en la escritura la única forma de expresar lo que lleves en tu corazón, aquellas cosas grandiosas que te sucedan y que guardarás en tu alma.
- ¿Cómo lo sabes?
-Sólo lo sé, es como si trajeras a mi memoria algún recuerdo.
- ¿Qué pasó con esa mujer hermosa?
El anciano guardó silencio y trató de no responder a esa pregunta, pero Joselito no se lo permitió.
-Tienes que decirme. De alguna manera siento que cuando conozca una mujer como esa que describes, también me enamoraría de ella. Quiero saber por qué un amor tan lindo fue la razón por la que escribiste tantos poemas.
-Era una mujer realmente bella. Desde el primer día que la vi aprendí a quererla, e inmediatamente me di cuenta de que estaría en mi alma toda la vida.
- ¿Dónde está ella? ¿Por qué vives aquí solo?
-No vivo solo. Vivo con su recuerdo. Su imagen vivirá en mi alma hasta mi último día de vida. Cada mañana la llamo por su nombre, aunque sus oídos no me escuchan. Cada vez que me acuesto, acaricio su recuerdo ya que no puedo acariciar su cuerpo; tal como lo hacía cada día, cuando acariciaba su espalda y ella se quedaba dormida en mi pecho. Aún escucho su voz, aunque sus labios han dejado de pronunciar mi nombre.
- ¿Qué pasó con ella? ¿Dónde se fue?
-Una tarde inolvidable, mientras me abrazaba, me dijo que el deber le llamaba y que había llegado la hora de partir. Ambos pensamos que era algo pasajero y que, al transcurrir algún tiempo, quizás tres o cuatro años, ella iba a poder regresar y volver a convivir conmigo como lo hicimos durante muchos años.  Resulta que ambos fuimos sorprendidos por las múltiples dificultades que desde el primer día tuvo que librar. Lentamente se fue sumergiendo en un abismo profundo donde dejó de escuchar mi voz, a pesar de que cada día la llamaba con más y más fuerza. Cada día se presentaba una nueva batalla, que la alejaba más y más de mí.
- ¡Una batalla! Como las historias de guerra que me contaba mi abuelo.
-No. Era algo peor que la guerra, porque en la guerra se respetan códigos de honor por razones humanitarias y a ella le tocó librar una batalla que no respetó sus sentimientos.  La obligó a separarse de sus seres queridos, a darle la espalda al amor, a no escuchar cuando mi voz la llamaba. Cada día se fue sumergiendo en una especie de acantilado profundo, donde mis pasos no pudieron seguirla. La idea era transformar su forma de pensar, hacerla creer que ahora se debía a sus nuevas obligaciones y que debía avanzar en un camino que cada día la separaba más y más de mí.  Así fue como se fue haciendo invisible. Cada paso la llevó a un lugar más lejano.
- ¿Por qué no la detuviste? ¿Por qué dejaste que se fuera?
-Las personas, en ocasiones tienen un ideal que conquistar. Su vida carece de sentido si no logran alcanzar su meta. Cuando les llega el momento, tienen que partir sin importar lo que dejan atrás.  Quien ama a esa persona no debe ser egoísta.  Debe dejarla libre para que pueda avanzar.  Durante mucho tiempo traté de retenerla lo más cerca de mí que pude, pero rápidamente me di cuenta de que mi actitud hacía que su batalla fuera más dolorosa. Comprendí que ella necesitaba el tiempo que compartía conmigo para dedicarlo a su lucha. En ese momento tuve que resignarme y dejarla ir definitivamente. Desde entonces, cada noche rezo una plegaria para que Dos la proteja donde quiera que ella esté.

Ya el sol iluminaba por completo cada rincón de la sala donde Joselito escuchaba atentamente a un hombre que se había pasado casi toda la vida recordando un amor que no iba a desaparecer de su alma ni aún en cien años.
Esta vez Joselito no hizo pregunta para no interrumpir al anciano, mientras quedaba impresionado al contemplar cada objeto que había en el lugar. No resistió la tentación de tocar algunos de ellos por la gran curiosidad que le provocaban; sin embargo, aun así, no hizo preguntas.  En un rincón de la sala divisó un viejo baúl que contenía muchos objetos. Sin pedir permiso abrió lentamente el cofre y encontró una vieja fotografía a blanco y negro, que parecía haber sido tomada con una cámara de principio de siglo.  Era la foto de un niño de unos ocho años y que de manera inexplicable se parecía mucho a él.  Aunque quiso preguntar, siguió callado escuchando atentamente al anciano.
Sintió que por alguna razón debía conservar esa foto y la sostuvo en sus pequeñas manos como quien atesora algo de un valor incalculable.
Ahora, ayudado por la luz del sol, siguió contemplando cada objeto curioso que había en el lugar. Pudo divisar dos frascos de cristal que, al contrario de cada otro objeto que había visto, lucían impecablemente limpios, como si alguien se encargara de pulirlos cada día para que el polvo y la telaraña no lo devoraran. Uno de los frascos lucía vacío, mientras que el otro contenía un viejo papel manuscrito. Había llegado el momento de romper el silencio y volver a preguntar.
- ¿Qué son esos frascos? ¿Qué conservas en ellos? ¿Por qué uno de ellos está vacío?
-Ese que luce vacío, está realmente lleno; y aquella otro, realmente está aún vacío.
-No comprendo. Explícate mejor.
-El primero está lleno de recuerdos. Los mismos que guardo en mi alma.  Cada mañana tomo el frasco en mis manos, lo destapo y así puedo escuchar su voz. Siento que ella me habla desde el interior.  Ahí guardo cada uno de los besos que le di, mis abrazos, mi entera dedicación y abnegación hacía ella. Guardo la promesa que me hizo de que iba a regresar.  Guardo el silencio que ahogó mi llanto durante su partida. Guardo cada una de nuestras conversaciones y aquellas que no tuvimos cuando sus oídos dejaron de escucharme. Ahí guardo mi compromiso de amarla para toda la vida, guardo su ausencia. Guardo la expresión de su rostro cuando mi cuerpo la amaba cada día.  Guardo una hebra de su larga cabellera que quedó enredada entre mis dedos durante el último abrazo que le di.  Ahí guardo un millón de momentos felices que viví a su lado. también guardo mi tristeza, la pena que me embarga por no poder verla. En fin, en ese frasco conservo todos los recuerdos de los días más felices y tristes de mi vida.
-Pero, por qué el frasco luce vacío.
-Porque las cosas del amor sólo son visibles para un corazón enamorado.
- ¿Y ese papel que hay en otro frasco, acaso es uno de tus poemas? Por último, ¿Quién es el niño que está en esta fotografía?
-El niño de la foto soy yo, al cumplir ocho años; y ese papel no es un poema.  En ese viejo papel escribí mi último deseo. He pedido que ahí sean colocadas mis cenizas cuando yo muera y que alguien se encargue de limpiar estos dos frascos cada día para que el polvo y la telaraña no lo hagan pasar al olvido.  Se que algún día ella regresará y aquí encontrará lo más limpio y puro que ella tuvo: mi amor y mi vida.

 

 

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Comentarios1

  • candela27

    Menuda llorera!



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