De transcendencias y paraísos

Luis 091

Ya la luz guardada comienza a doler
y es normal anochecernos un poco.

Hoy recuerdo esa tarde en una isla del sur de Japón
empujando una barcaza junto a unos exhaustos
y sorprendidos pescadores nativos -parecíamos
bronceados semidioses reflotando el arca del diluvio-

En agradecimiento me llevaron gratis a otra isla
donde me alojaba y bebía cervezas asahi
y dragones negros como si fueran agua.

En una capital caribeña vi a la mujer más bella de América.
Trabajaba en un casino por un escatológico sueldo
y se ofreció a llevarme al paraíso a cambio de 20 dólares USA
Nunca pagué por sexo (pero esa vez estuve a punto,
lo reconozco)
Fuera del casino la noche tropical sudaba su febril reggae
como si no existiera un jodido mañana.

Abdul, un marroquí que me hacía una obra en el piso,
me invitó a conocer el humilde paraíso de donde venía.
-Familia inacabable, caballos en arena fina, paredes blancas,
verdes árboles frutales y verdes plantaciones de marihuana,

y a lo lejos siempre el mar-

Un día de febrero a principios de los 90,
mientras en el viejo Maastricht se cosía la nueva Europa,
yo llevaba al implorante Toni a comprar su dosis de polvo
de mariposa marrón a la costa de los muertos vivientes.

No había nada paradisiaco en aquella costa de barro,
flores intravenosas y delgadez horrenda
(ese día certifiqué la trampa de los paraísos exprés)

Paraísos para recordar y no volver.
Paraísos solo para valientes, locos o kamikazes,
que se esfuman cada amanecer
escapados de entre los dedos
en un breve o largo instante,
como se mueren los ángeles rotos y los sueños.

No hay nada transcendente en los paraísos de este mundo
¡y para qué!
La transcendencia es un tren que siempre llega vacío y con retraso,
los paraísos ignoran vías y nunca regresan.

"La transcendencia es la mentira más cómica
de todas las mentiras,
y los paraísos solo existen a modo de anticipada y fugaz
indemnización por los infiernos por venir"


... me lo juraban Mark y Laura hace mil años
en aquel bar nocturno de Zaragoza,
filosofando como antiguos griegos borrachos
mientras compartíamos humo, rayas, rock y birras,

una pareja encantadora con acordes grunge
y el mejor rollo de España,
les había conocido un par de bares antes.

Él se marchó al lavabo.
Laura y yo nos miramos en silencio
(de negro cósmico sus ojos)
Entonces la besé y ella me besó.
Labios y lenguas pegados alrededor de un minuto.

¿Y esto? me preguntó.
No sé, -contesté-
Sonrió.
Luego regresó Mark y brindamos con tres chupitos de tequila.

Creo que se querían. Me gustaban.
Continuamos charlando -y riendo-
sobre la gloriosa imperfección (y levedad) de los paraísos
cuatro o cinco bares más,

hasta el último rayo de luna.

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