Los ocasos rosas de Malasaña

Luis 091

Trozos de memoria son hoy despintadas cicatrices
desde cunas percutidas: hologramas de zombies,
sementales, divinas y caqui, desfilando
por los ocasos rosas de Malasaña.

Y entre los cráteres dentados que bostezaban
espectros de fenol: rojeces vítreas y torpezas
de cebada. Urgían urgencias innobles sobre
aquellas aceras encendidas donde cada madrugada
alternaban sin pudor tigres y mariposas.

Residuos del ayer, enterrados bajo el ámbar
opaco del asfalto, burbujean hoy entre el coral
de la decadencia. Simbades eunucos en scooter,
escotes de neón y sus horizontes infinitos.
Transgresores del canon y el subconsciente.
Albos y demacrados kamikazes esquivando
amaneceres en los irretornables andenes del vacío.

Ya sucumbieron las arrogantes cuerdas de romper
el viento. Volaron hasta la Osa Polar
las oxidadas palomas, tras nebulosas azules
y labios de fuego con sabor a refugio, leyenda o sandía.

Entes que embadurnaban de poesía los urinarios
del corazón anidando en aglomeraciones de soledad,
regurgitaban el dulce agave de la juventud inédita
sobre mármoles de manzana y hollines plastificados.

Polen de luna mutado en pólvoras de aguja.
Esqueletos de luz adheridos al alcohol de ladrillo
que destilaban las viejas fábricas con vistas
al infierno. Despegaron en alfombras voladoras
y cuarteadas crines hacia Pacíficos convulsos
y definitivos.

En aquel jurásico de vinilo y peppermint cayó
un meteorito escoltado por glamurosos rayos de éter
y marfil. Arca de dragones multicolor luciendo sienes
de diamante líquido. Cáncer digital. Inmunodeficiencias
del tiempo, devoraron a sus mitos y vástagos
en la clausura de los sueños.

Yacen hoy sus sombras en las globalizadas
calas de la desubicuidad junto a los podridos
dinosaurios del neobudismo y sus ergofóbicas
hembras de fulares apátridas.

En mausoleos de alquitrán envejecen los herederos
de la noche blanca.
Llaman a las puertas de un cielo a cobro revertido
y sin respuesta. Autoestopistas del verso libre
oteando soles fríos en un desierto de escamas
y cenizas submarinas. Gurús del underground,
engendros de la utopía y su estela de humo púrpura,
recorren hoy deformes,
indiscernibles, las riberas del olvido.

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En la buhardilla donde encallan los relojes
y florecen los alacranes,
la princesa arrugada desamarra una estrella
desde la galaxia de sus ojos
y,
escoltada por su séquito de adiestrados brillos,
entreabre el cristal de su epígrafe;
disemina por la ciudad los efluvios de un subrepticio
y felino susurro a modo de lágrima,
(la ciudad le revierte un eco de muda oscuridad)
La princesa bella duerme para rememorar
la llama, el beso inaugural y genuino que un día
prendió el silencio,
y duerme su destierro de luces,
y duerme su destiempo de alas.
Y duerme...

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