Ícaro

Recuerdo aquella ave…
Volando encima del olimpo,
crepitando entre estrellas,
en clave, sueño inconcluso.
Extendiendo ala tras ala:
La reina de las aves,
como un ángel,
encarnado en la naturaleza,
animal y libertina,
con la mirada encajada en mis ojos,
el viento escoltando su plumaje.
Llevándose mi último suspiro,
sobre sus aleteos,
incitando la muerte,
la dulce muerte del silencio,
el estallar del beso.
Muerte pretexto.

Cada nube en pasillo,
aclamando su ritmo,
en el suelo, un mortal,
con la mano tendida,
las cadenas de humanidad,
el brillo en las pupilas,
la noche hecha día.
No sé  si fénix,
más sí su nombre  terrenal,
parecido a nombre de mujer:
idéntico.
Yo supe de su aroma,
de su temporal,
domando mi sed,
aquella noche, de frente,
bajo las celestes bóvedas,
sin un pulmón. Y yo…
Sentí que volaba con ella,
más arriba del firmamento,
encima de lo eterno.
Pero olvide…
Que soy un hombre,
hoy recuerdo,
recuerdo esa infamia,
recuerdo el dolor,
un llanto seco,
la pluma entre mis brazos,
tendida como una lagrima,
en el suelo de su ausencia,
avistamiento mitológico,
encuentro sin aliento.

Siendo un hombre,
me invente alas,
envolviéndome en plumas,
cruce la noche que ella miró.
El ave debajo del sol,
otro planeta,
una flor imposible en el viento.
Yo llegaba,  llegaba, y llegaba,
ella se alejaba en un trueno,
me faltaban alas…
Volaba tan alto,
con el destello de la belleza.
Y yo detrás, sin alas.
Volé como ningún otro, roce su cuerpo,
estruendosamente, quemé mi nombre,
quemé mi esencia, apagué mis alas, caí.
Porque… ella volaba y se elevaba,
era ave de todos los sueños de los vivos.
Yo fui el hombre,  nunca el ave,
fui el hambre desesperada,
el pájaro marchito.
Pero los hombres…
los hombres no tienen alas,
no vuelan solos. No vuelan,
intentan, yo intente, y ella…
fue tan alto, que ahora lo sé:
Es un ave, no hay duda.