Dulce despedida.

Arsenio Uscanga

Miércoles 26 de febrero.
"Cómo la necesito. Dios había sido mi más importante carencia. Pero a ella la necesito más que a a Dios.

La tregua, Mario Bennedetti.

Con esas líneas siento el alma resquebrajarse, los ojos ahora colmados de esa palidez que provoca el propio abandono han comenzado a tupirse de pequeñas lágrimas que desesperadas buscan salir incurriendo en pequeñas argucias para lograr su cometido, así, me recuerdan nuestro primer encuentro y cómo quede paralizado ante su entonces ignota belleza, ella sólo me tomó de la mano y me hizo sentir especial, bien amado, en libertad absoluta de construirnos a mano y sin periodos de tiempo un amor incandescente, entran de nuevo al cuerpo para buscar allá arriba en la covacha donde atesoro recuerdos, los más dulces momentos que me he gastado a su lado, para con obuses de melancolía atacar mi ahora tambaleante serenidad, pero no cedo, porque me he prometido no llorar más por esta pausa que nos privó del derecho a permanecer en nuestras vidas, ella en la mía y viceversa, o nos somete al menos, a comportarnos como ajenos, no lloro porque es la manera más estupida con la que cuento para brindarle un homenaje decente a ese esqueleto errante llamado "nosotros" que algún día fuimos, por la promesa de no recordarle de manera triste y pusilánime, ¿algún día habrá de perdonarme? Sé que debe perdonarme por motivos que yo sé, pero ella misma desconoce, o que tal vez ya debe dilucidar, y quizá por ellos y solo por ellos no puede, ni quiere volver a mi lado.
No, sé que lo primero que pensarán es en una aventura fraguada al calor de las copas, pero quiero aclarar que jamás le fui infiel, no tuve y jamás tendría los arrestos, además lejos del arrojo necesario jamás tuve el innato deseo de recurrir a alguien que no amaba solo por las ofrendas de su sexo, en ella lo hallaba todo, y no hacía falta buscar agua en pozos exangües, pero ella se fue infiel conmigo, ¿ven? Primer motivo para perdonarme. A veces los agravios se llevan a cabo contra la persona que amamos, aún cuando no pretendamos elaborarlos.

Escribo porque hoy me he sentido particularmente miserable, el ambiente de paz y estabilidad que ayer disfrutaba producto de la resignación a su ausencia, se desvaneció esta mañana con el buen clima que ayer bañaba a las aíres en su incesante vuelo, analogías que esconde la vida, bastó un viento huracanado con su mote susurrando a cada cuadra de camino al colegiado, bastó que entre la gabardina se colara un insignificante pero gélido viento para recordarme lo frío de esta soledad a medias, al menos cuento conmigo, pensé, logrando así sobreponerme y triunfar en el primer asalto de la melancolía.

Entrado a la primera enseñanza, me sumergí en el parsimonioso estado de observar cada herida que el tiempo logró curar pero inmortalizó en la reacia piel, allá afuera discutían de política y sepa Dios qué carajo, adentro y alejado de ellos, observé a detalle aquella a quien yo llamaba mi cicatriz fantasma que a causa del pasar de los años fue tornándose de un transparente carnal hasta volverse casi irreconocible, sin embargo hoy la hallé de pronta manera, parecía estar presta a ser escudriñada, radicaba en la base del dedo índice arañando algunos terruños de esta palma en la que alguna vez aprisioné su mano con toda ternura, su origen es una de esas cosas insignificantes qué tal vez le gustaría saber, tal vez fue aquella ocasión en que un guajolote persiguió a mi hermana en el rancho de la abuela en ese patio de tierra bañado con el aroma de las hojas del cuajilote, mientras yo cobardemente salté el alambrado, o tal vez fue una noche en el muelle, en medio del trabajo arduo pude haberme hecho daño, y solo tal vez, habría de sonreír ante aquel relato cobarde, o abrir esos divinos ojos como platos, ante la reseña del peligro pasado. Tal vez, sonreiría cómo solo ella sabe, iluminando por completo la sala de estar, para finalmente ir durmiendo en mis brazos aletargada, tal vez, solo tal vez debo dejar de pensar en "nosotros".
Volví a esa monotonía de escuchar, resolver ejercicios y escuchar opiniones, cuando la voz del profesor preguntó por mi estado, -Te noto preocupado- exclamó en un tono paternal. -Todo bien, muchas gracias. Mentí como mienten aquellos que no quieren enfrentarse a su realidad.
Participé con brío para al final del día recibir un grato reconocimiento de aquellos que me rodeaban.
-Eres muy bueno, solo te falta ser más constante. Dijeron en un tono que me tocó e inyectó el alma con ínfulas de una grandeza moderada.
-Lo sé, estoy luchando con la idea de no abandonar cuando se compliquen las cosas o me hastié de ellas. Exclamé en un tono que pareció convincente a todos ellos que me arropaban.
¿Verdad qué sabrás perdonarme el hecho de no ser constante? Al momento de quererte, de mejorar, de acercarnos cada día.

Retorné a esa melancolía, mientras me hallaba de vuelta a casa, entró en mi ese sentimiento de sentirme ajeno, de sentirme monótono y repetitivo, como el dejavú de una vida grisácea, sé que faltan tres años para cumplir con este miserable requisito de obtener un cojudo papel que me pueda ayudar a aspirar a un empleo mejor remunerado, con más valor curricular, y todas esas putadas que someten a los adultos a una vejez miserable y preocupada. Sé que faltan tres años para correr a cualquier parte del mundo en que se encuentre, y establecerme a su lado, pero en el fondo, su silencio lacera las ilusiones, ese silencio insoportable que deja su sutileza de no pretender dañarme, aunque sus actos repitan a cada instante que ya es ajena, por lo menos al nosotros.

Y no dejo de pensar en lo felices que fuimos, y la manera en que disfrutábamos del placer de nuestra compañía, hasta esa maldita noche que volví a dudar, y le llené de dudas inquisidoras, desatando el comienzo del ocaso. Fue repentino, de golpe, parece que comprendió que jamás mejoraría nuestro estado irresoluto, nuestra manera de querernos y discutir por esas trivialidades que mermaron lo que fuimos, que por más amor que tuviera aquello era un sinsentido. Y me dijo de golpe: "Te amo, pero debo irme. Porque es más el amor que tengo por mí, espero que puedas hallar a aquel hombre maravilloso del que me enamore, pues yo no pude rescatarlo".


Y comprendí así el motivo de mi melancolía, estuve a nada de rescatar a ese hombre, a ocho días de salvar el amor de mi vida, de hallarme en el camino y pretender un reencuentro prolongado por los constantes vaivenes, por esa promesa rota de reconstruirlo todo cuando las cosas se complicarán, y de pronto dos lagrimas acariciaron mis mejillas en busca de darme consuelo.

¿Verdad qué sabrás perdonarme el no cumplir con mis promesas?

Y me cruza por la mente aquella frase innmisericorde de la Rayuela de Julio Cortázar: "No puede ser posible que estemos aquí para no poder ser". Y dos lagrimas más escapan de su blandengue prisión.

  • Autor: CALV. (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 7 de enero de 2017 a las 22:59
  • Categoría: Triste
  • Lecturas: 46
  • Usuario favorito de este poema: Victoria08.
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Comentarios3

  • Victoria08

    simplemente wow, me capto desde el primer momento, citas a dos escritores poetas grandiosos y mis favoritos. Muy bueno, excelente 😀

    • Arsenio Uscanga

      Muchas gracias Victoria, espero poder seguir haciendo lecturas que agraden..

      • Victoria08

        Igualmente 🙂

      • Fabio Robles

        Interesante relato completa descripción de momentos de la vida que finalmente acaban en una triste despedida. Muy bonito, saludos amigo

        • Arsenio Uscanga

          ¡Un saludo amigo, muchas gracias!

        • anbel

          Me ha encantado leerte. Un abrazo.

          • Arsenio Uscanga

            Me agrada que siempre me leas Anbel querida, un abrazo de vuelta.



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