El enamorado

José Antonio Vilela Medina

De madrugada

la aurora casi rayana

 en un cuarto de tantos,

un hombre de bata blanca.

 

Albo, la tez y paredes,

sentado en el camastro,

era el mismo de día que de noche.

 

Su mirada fija en el vacío

en la mano izquierda una carta

y en la diestra una papel de rosa

por ratos oteaba la misiva,

musitando al vacío,

como respuesta, la cabeza asentía.

               

Levanto su rosa y la ofreció

y por el ventanal enrejado

una halo de luz de velo y armiño

alumbro su rosa, rosa de papel

no era roja, no era blanca

era rosa a María.

 

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