EL SOL Y YO (Relato con sabor a nostalgia)

Rafael Rec



Alguna vez descubrí que el Sol estaba allí, aunque ya ambos habíamos estado en el mismo mundo desde mucho antes, yo desde hace varias décadas y él, según los expertos, desde hace unos 5 mil millones de años. Y desde el primer contacto visual que tuve con él, me fascinó.

Al principio, no me acerqué mucho a él o más bien a sus efectos; no sabía lo cálidas, reconfortantes y agradables que podrían ser las caricias de sus rayos. Pero menos sabía que esos mismos rayos que comienzan acariciando podrían provocar daños muy probablemente irreversibles, como quemaduras, cáncer de piel o heridas en el alma. Sí claro, el eterno problema de no saber cuándo se cruza el justo medio de las cosas y de ser benéficas pasan a ser dañinas. Toda una hormesis.

Por lo tanto, ignorante o inconsciente de todas estas características contrapuestas finalmente me acerqué después de un tiempo de descubrirlo y lo primerísimo que recibí, vaya, casi toda una impronta indeleble, fue lo cálido, reconfortante y agradable de las caricias de sus rayos.  Durante un tiempo razonable, pero que a mí nunca me fue suficiente, disfruté como algo novedoso de esos beneficios. Por supuesto para mí fue casi una tregua que Dios me concedía en el camino de mi vida al conocer algo que, al menos en mi historia, era nuevo y verdaderamente inédito.

Pero como las improntas también son negativas, aunque no en sí mismas, sino según las circunstancias, también ocurrió que la emoción misma de la novedosa sensación de las caricias de sus rayos, comenzó a tener visos de que algo no andaba bien. Comencé a notar que tenía unos brillos extraños y después sabría yo, por la autorizada opinión de los expertos, que eran explosiones en su superficie y que cuando éstas ocurrían, se despedían altos niveles de radioactividad, sí, esa misma que podría provocar quemaduras, cáncer de piel o heridas en el alma. Sin embargo, yo no podía hacer nada por evitar esa actividad dañina en su superficie pues era algo que casi desde que comenzó su historia, ya poseía y que fue desarrollando en el transcurso de sus años.

Opté por evitarlo, pues ya comenzaba a tener en la piel algunas huellas de sus quemaduras. Fue difícil, pues la cálida suavidad de sus primeros rayos sobre mí me había despertado las más puras y verdaderas sensaciones de bienestar y de placer.  Por lo tanto, haciéndome el ofendido, busqué que el Sol se mudara a otro espacio en donde al menos no estuviera yo bajo el efecto de sus rayos suaves ni de sus quemaduras hirientes. Sin embargo, siguió estando ahí cerca, pues no logré que se fuera más lejos. Casi olvidé que mucha de la luz que recibía yo durante el día era producto de él mismo. Sin embargo, la relativa distancia física que puse de por medio me ayudó mucho a dejar de depender del brillo de sus rayos. Y así funcionó un buen tiempo. Había días completos que no lo veía, aunque quizá él sí me veía sin que yo me diera cuenta. Y otros, yo llegaba a observarlo sin que él se diera cuenta.

Después de un corto tiempo y cuando ya lo sentía  muy lejano y casi había cauterizado con el fuego del tiempo las heridas que llegó a provocarme con sus rayos, pasé unos días de mucho frío al grado de sentir dolor en los huesos y no poder caminar. Y fue entonces cuando sucedió: una mañana, de manera totalmente inesperada, recibí brevemente un rayo de su luz, de su calor, de su tibieza, de su suavidad, de su calidez, de su generosidad. Fue breve, pero él no tiene idea de cómo le agradecí ese contacto. Volvió a ocurrir lo mismo una vez más y yo, al ver que no se había olvidado de mí, me sentí reconfortado en el alma, más que en la piel y en los huesos.

Pero el tiempo que estuvimos distanciados había hecho estragos. Ya no sería posible estar otra vez en contacto, pues él –ahora lo sabía yo con claridad- era tan benéfico como dañino y yo debía buscar otras formas de obtener calor, de tal modo que no fuera mayor el daño que el beneficio.

Hasta la fecha, pienso en lo tibio de sus rayos más de lo que él se imagina. Hay días en que prácticamente no pienso en él –lo reconozco-, pero hay otros días en que, ya sea porque lo veo de lejos o porque sé que anda por ahí cerca, pienso mucho en él, con una nostalgia serena que aun ahora se debate entre el gozoso placer de sus rayos tibios y suaves, y la dolorosa sensación del daño potencial que contienen esos mismos rayos, junto con la impotencia que sentí muchas veces de no poder hacer nada por ayudarlo para que dejara de hacer daño a quienes tenían contacto con él. Llegué demasiado tarde a su existencia.

Ahora lo veo de vez en cuando. Todavía a veces lo sorprendo mirándome de reojo, aunque ya no siento mucho la tibieza de sus rayos; es probable que ya se esté olvidando de mí. A veces es él el que me sorprende mirándolo y yo finjo que no lo veo o que no me importa verlo. Sin embargo, me dejó unas marcas mayormente benéficas que dañinas y sigo recordándolo con la todavía facilidad de saberlo ahí, cerca de mí. Sólo necesito dar unos pasos, y sé que puedo encontrarlo para seguir sintiendo el placer de verlo y disfrutar su presencia, aunque sea de lejos. Y él… creo que él también sabe que estoy ahí y sabe que dejé de necesitar sus rayos suaves, pero lo sigo apreciando, más que a muchos otros regalos de la naturaleza aunque siempre tenga el potencial riesgo de provocar quemaduras, cáncer de piel o heridas en el alma.

 

 Derechos Reservados de Autor ® Rafael Rendón Contreras SafeCreative.org  

Código de registro: 1607278456707     Fecha de registro: 27-jul-2016 13:58 UTC

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Comentarios5

  • Myriam Estrella B

    No se si es una historia o es verdad.
    pero es tremenda y me da miedo por que a mi el sol me quema mucho.casi no salgo a la calle y cuando lo hago me arde mi carita.
    Un saludo y bendiciones.

    • Rafael Rec

      Poco escribo relatos y este es eso simplemente: un relato con sabor a nostalgia. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia. Saludos mi estimada Myriam. Un abrazo.

    • sanzsant

      Espléndido relato que bien expresa la condición y la importancia aunque en ocasiones traiga inconvenientes de esa estrella de vida para todas las especies de la tierra.
      Un placer leer Rafael.
      Feliz día.

      Sanzsant.

      • Rafael Rec

        Qué bueno que te gustó Santiago. Pero qué mejor que te detienes a leerlo.
        Gracias y un abrazo afectuoso.

      • Aliciacarolinag

        Que hermosas palabras, estoy mas bella al leerlas jajaj Muchas gracias por compartirlas, me sentí identificada. Saludos

        • Rafael Rec

          Muy bien Alicia, de eso se trata, de que lean y disfruten mis palabras. Saludos.

        • Edmundo Rodriguez

          Querido Amigo Rafael ,
          Experiencias con el sabor de la sabidurìa .
          Me agradò .
          Un gran Abrazo .

          • Rafael Rec

            Gracias por tu valiosa opinión Edmundo. No suelo escribir relatos así que me agrada que les agrade. Un abrazo.

          • María C.

            Extenso relato pero con agradable lectura todo el rato
            SALUDOS RAFAEL

            • Rafael Rec

              Muchas gracias por tu lectura compañera. Y gracias por tu opinión. Saludos.

              • María C.

                Ay para eso estamos poeta, para compartir lo que se siente
                Gracias



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