LA MAÑANA ERA BRUMOSA

J.Marc.Sancho

 

La mañana era brumosa y en la lejanía

débilmente, se avistaba un buque mercante.

Desde la orilla su insistente bocina se oía

directo, a la bahía del puerto de Alicante.

 

Las olas y el viento aún dormían en la ensenada

y el sol rutilante, como láminas de hojalata plateaba

la mar callada. Horas llevaba Tabarca iluminada,

y las pisadas, nuestra presencia delataba.

 

Paseábamos por las claras y finas arenas

de esta playa ilicitana, de Arenales del Sol.

Deleites de amor, iban buscando esbeltas sirenas

bronceadas de moreno ardor y de intenso arrebol.

 

Nos acomodamos en las dunas más cercanas

con el ligero céfiro de la mañana, aún sin calor,

ella y yo, buscando la paz de estas horas tempranas

disfrutando de la soledad y relegando del dolor.

 

Un par de veleros surcaban las tranquilas aguas

y unos buzos, de espaldas en la mar se adentraban,

acompasadas se deslizaban unas piraguas

y la umbría de las algas, desde nuestro rincón se divisaban.

 

Avanzaba la mañana, iba despertando el levante

las olas se iban rizando y llegan despacio, casi a tientas,

la blanca espuma rozaba tímidamente los pies del caminante

y como algodones, del cielo se apropiaban cuatro nubes cenicientas.

 

Absorbidos por el trasiego de las olas

por el vuelo estático de una gaviota,

por el olor marino, tan grato como un prado de amapolas

o como, la tabarquera navega y a las aguas derrota.

 

Allí solos, olvidamos la pena

la inquietud de este futuro en quiebra,

como la de tantos otros que sin culpa se condena

a este placentero infierno, que sin fin tiene la hebra.

 

Si el destino me ha dado la desdicha

de arrebatarme de un zarpazo, donde realizar mi labor,

para apaciguar mi dolor, me ha compensado con la dicha

de tener muchas horas a mi lado, a mi amor.

 

Ella, mi solitaria amapola, mi afligida amiga

mi fiel esclava, mi compañera erguida,

la entereza de la privación y la fatiga

la razón, la sensatez ante esta vida prostituida.

 

La que me arranca el escozor

la que me llena el pulmón y me cubre como un pronombre,

la que me aparta del trayecto del arco flechador

ella, que me da su corazón y llena su boca de mi nombre.

 

Sí es aquí, donde olvidamos todo

en esta radiante playa, que nada tiene que ver con la desolación

que nos infringe la poca razón, y nos hunde en el lodo.

Sí aquí, es la natura, la que nos libera de la humillación. 

 

Ya es medio día, cuando el sol roza su máximo esplendor

rebosante la retina, y la mente de existencia repleta,

recogemos y nos retiramos del calor

al hogar, donde la vivencia es verso para este que soy yo, el poeta.

 

J.Marc. Sancho

José Sancho Javaloyes

 

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Comentarios1

  • El Hombre de la Rosa

    Un bello relato en prosa y verso para el deleite de los buenos poetas que lo sepan apreciar amigo J. Marc. Sancho
    Saludos de amistad y de afecto.



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