Sara de Ibáñez

Sara de Ibáñez nació el 10 de enero de 1909 en Tacuarembó (Uruguay) y falleció el 3 de abril de 1972. Fue una prestigiosa autora de estas tierras, a quien autores como Octavio Paz la llamaron cariñosamente Gran Sara. Otros autores que valoraron mucho su obra fueron Pablo Neruda, quien la comparó con Sor Juana Inés de la Cruz, y Gabriela Mistral.
Sara se caracterizó por llevar una vida privada muy recogida y, pese a haber comenzado su producción literaria siendo todavía niña, no publicó ningún libro hasta pasados los 30 años de edad. Una de sus costumbres era escribir dos libros a la vez, de temáticas y estilos completamente diferentes.
En su obra encontramos mucho misterio y un gran hermetismo, lo que ubica su estilo muy cerca del de grandes poetas del simbolismo francés; algunos de los temas reincidentes en la misma es el suicidio y las batallas, donde también se percibe una inmensa angustia por la existencia, el abandono y la muerte.
Entre sus poemarios podemos mencionar "Canto a Montevideo", "Artigas", y "Las estaciones y otros poemas". En nuestra web podrás leer algunos de sus poemas, tales como "Combate imposible", "Callar" y "No puedo".

Poemas de Sara de Ibáñez

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Sara de Ibáñez:

La página vacía

a Stéphane Mallarmé


Cómo atrever esta impura
cerrazón de sangre y fuego,
esta urgencia de astro ciego
contra tu feroz blancura.
Ausencia de la criatura
que su nacimiento espera,
de tu nieve prisionera
y de mis venas deudora,
en el revés de la aurora
y no de la primavera.

Callar

a A. Rimbaud


Rigor de esta ciencia rara
que en relámpago indiviso
del infierno al paraíso
quiebra el color de mi cara.
Que ya no me desampara
su asistencia abrasadora,
la palabra me devora
si me aviva el pensamiento,
y en callada flor del viento
mi antigua canción demora.

Atalaya

Sobre este muro frío me han dejado
Con la sombra ceñida a la garganta
Donde oprime sus brotes de tormenta
Un canto vivo hasta quebrarse en ascuas.
Yo aquí mientras el sueño los despoja
Y en sueños comen su mentida baya
Para erguirse en las venas de la aurora
Pábulo gris de su sonrisa vana;
Yo aquí mientras los sabios inocentes
Y los tranquilos de crujiente casa
Durmiendo abajo, y aprendiendo el frío
De sus angostos mármoles descansan;
Yo aquí volteado por el viento negro
Que el olor de la noche desampara,
Los cabellos fundidos en raíces
Que van abriendo turbulentas lamas;
Yo solo entre planetas condenados
Que en busca de sus huesos se desmandan
-la edad del mundo en esta pobre sangre
que entre las quiebras de su historia clama-
yo aquí turbado por la paz bravía
que con sagaces témpanos me aplaca,
sintiendo entre las médulas ausentes
el duro frenesí de las espadas;
yo aquí velando, los desiertos ojos
quemado por el soplo de la nada,
las negras naves y los negros campos
vacíos de sus oros y sus lacras.
Yo aquí temblando en la vigilia ciega
Rodeado por un sueño de cien alas,
Vestido por mi llanto me arrodillo
Mientras vuela mi sangre en nieve airada.

Sobre este muro frío me recobran.
Oigo el rumor de los medidos pasos.
Canta la noche en fuga por mi muerte,
Y el alba sale de mi rostro blanco.

No puedo

No puedo cerrar mis puertas
ni clausurar mis ventanas:
he de salir al camino
donde el mundo gira y clama,
he de salir al camino
a ver la muerte que pasa.

He de salir a mirar
cómo crece y se derrama
sobre el planeta encogido
la desatinada raza
que quiebra su fuente y luego
llora la ausencia del agua.

He de salir a esperar
el turbión de las palabras
que sobre la tierra cruza
y en flor los cantos arrasa,
he de salir a escuchar
el fuego entre nieve y zarza.

No puedo cerrar las puertas
ni clausurar las ventanas,
el laúd en las rodillas
y de esfinges rodeada,
puliendo azules respuestas
a sus preguntas en llamas.

Mucha sangre está corriendo
de las heridas cerradas,
mucha sangre está corriendo
por el ayer y el mañana,
y un gran ruido de torrente
viene a golpear en el alba.

Salgo al camino y escucho,
salgo a ver la luz turbada;
un cruel resuello de ahogado
sobre las bocas estalla,
y contra el cielo impasible
se pierde en nubes de escarcha.

Ni en el fondo de la noche
se detiene la ola amarga,
llena de niños que suben
con la sonrisa cortada,
ni en el fondo de la noche
queda una paloma en calma.

No puedo cerrar mis puertas
ni clausurar mis ventanas.
A mi diestra mano el sueño
mueve una iracunda espada
y echa rodando a mis pies
una rosa mutilada.

Tengo los brazos caídos
convicta de sombra y nada;
un olvidado perfume
muerde mis manos extrañas,
pero no puedo cerrar
las puertas y las ventanas,
y he de salir al camino
a ver la muerte que pasa.

La palabra

De pronto el viento que movía
Las vestiduras y las almas
Borra en un sueño de ala inmóvil
Su rumorosa torre de alas.

Cada mujer y cada hombre
Solo en su sola huella marcha,
Y se ignoran secretamente
En el desnudo de la plaza.

Todos esperan, convocados
Por un silencio de campanas;
Todos esperan, sombra a sombra,
Que por sus ojos hable el alba.

En cada gota de la sangre
Preludia un mar de lenta escama,
Y el peso antiguo de la nieve
Las vigilantes lenguas cuaja.

Todos tiemblan y nada saben:
Algo se triza, algo se alza.
Todos escuchan ateridos,
Un rumor de médulas blancas.

¿Quién se detiene y es cruzado
Por mil heridas destelladas?
¿Quién ha medido ya su muerte
Sobre las losas de la plaza?

Bajo las piedras cristalinas
Bellos demonios verdes braman,
Y entre los árboles de humo
Gemas agónicas estallan.

Las soledades se han quebrado:
Se llena el aire de ventanas.
Rechinan dientes en lo oscuro.
La miel de llanto se dispara.

Corren venenos amarillos
Por las venas de los fantasmas.
Fuentes suicidas se clausuran,
Y desiertos su arena mascan.

Se arrodillan vivos y muertos
En sus túnicas solidarias,
porque hay uno, entre todos uno,
que fue mordido de la llama.

Los dulces pies del alcanzado
Lumbre en la tierra azul derraman.
La ciudad hunde sus raíces
En la tersa furia del alba.

Hasta esa boca mensajera
Sube una flor desesperada.
Todo el jardín de Dios se encoge
Tironeado por las entrañas.

Porque hay uno, entre todos uno,
Glorioso pasto de la llaga.
Rey sin ventura. El inocente:
El que ha traído la palabra.

Liras (IV)

¿Por qué me duele el cielo
su luz de llaga que olvidó la muerte?
¿Por qué este oscuro duelo
que mi lengua pervierte
y en mi propio verdugo me convierte?

Voy a vivir la estrella
voy a tocar su frente de alegría.
Voy a matar la huella.
Voy a estrenar el día.
Voy a olvidar la gran palabra fría.

Voy con el agua entera
llena de pechos vivos y rumores;
la mansa, la viajera
de los largos temblores,
la de los infinitos ruiseñores.

Voy por la savia oscura.
Voy a crecer con cedros y palmeras.
Voy por la rosa pura,
por las enredaderas,
por los pausados musgos de las eras.

Por la vena de oro
suelto mis minerales sensitivos.
Gastaré mi tesoro,
mis panales altivos,
la silenciosa luz de mis olivos.

Voy a escapar... Ya siento
flotar mi gran raíz libre y desnuda!
Pero no... Me arrepiento
y tuerzo el ceño, ruda,
amarga, amarga amarga, amarga y muda.

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