Luis Alberto Arellano

Poemas de Luis Alberto Arellano

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Luis Alberto Arellano:

Nací a la orilla del desierto...

Nací a la orilla del desierto. Hijo de la sal y el vértigo, miembros anquilosados por la lengua de arena que nos forma. Somos todos prófugos del viento. Aquí ocurre que no hay agua, sino estéril sed y sonoro silencio. Ocurre que la falda de una mujer suda la materia de nuestros ruegos. No viene la sombra con su pálido insomnio, con su rosa fugitiva y los cristales enemigos del sueño.
Huimos como todos los que regresan. Más desviados pero más perdidos.

Erradumbre

El comienzo fue la espera
el silencio
el rumor de trenes arribando a la noche y sus gritos

El grito fue la lanza
el silencio
que se parte atravesando las calles

La calle fue la hembra
el silencio
siempre alerta de las golondrinas

La golondrina fue traición y desencanto
el andar cansado de caín y su quijada
la humedad de un río llamado eva

Y una grande mariposa amarilla

Cuando muera seré japonés
de digna figura bajo el manto
o un albatros
de rotas alas
Seré un romo silencio de bordes finos
una lluvia de ceniza en Sydney
un alcatraz gobernando el mundo
cuando yo muera

Cuando ella muera, mi bestia negra
en la espuma negra de sus 36
será un engrane de titanio
un lamento murmurado a gritos
o un tirio a mitad del báltico

será una ortiga que llora el relámpago

Cuando muera Dios, si es que hubo dios
será un edificio en llamas
un ángel de alas pequeñísimas
cayendo
una fronda de raíces enanas
Cuando muera Dios, sabiendo que ha vivido
tendrá las pupilas rotas
de los necios
el frío de las focas en los belfos
la saliva espesa de los hombres
que nada temen
Será Dios, una libra de carne en la Habana
un dedo extendido en la calle
o un contorno de estrellas negras
que grite por lo bajo lo callado de su ausencia

Una roca por mitades

Tiembla
cielo
han llegado
son los bárbaros que asoman
al horizonte de la acrópolis.

Han venido de tan lejos, distinta tierra
a la que nombramos madre
con sus batallas deslizándose en la niebla
con sus caballos de formas extrañas, sus magos que todo
lo crean, con sus cacharros y sus vicios
con el cruel hábito de los vientres unidos
en mutua soledad
hembra y macho olvidando
en otra boca.

Son ellos, los bárbaros, después de tanto desenlace
ellos sabrán qué hacer
con nuestros dioses, mudos y furiosos
los desbocados augurios
y el silencio sospechoso de las aves.
Ellos podrán, lo sabemos, aliviar
los despojos de nuestra ruina.

Ha ya tiempo que nuestros hombres
solo miran placer en otro hombre
que las féminas se desquician solitarias
como la roca partida por mitades
llorando agua
como los avisos
de líquidos minerales que se dejan escuchar
en boca de los ciegos o las vírgenes.
Ellos, los otros, vendrán cargados de sus hijos y sus madres
llevando a cuestas el hogar y las cenizas
sus muertos, la peste, el fuego.

El vigía en torre grita paciencia
que no son ellos. Los harapos y el desánimo
son nuestro viejo rey y la corte
el polvo que les cubre es de esta tierra
por muy lejano que haya sido el viaje.

Él partió a su encuentro siendo joven
hubo quien juraba haberles visto.
Ahora regresa y la ciudad tiene puertas selladas.
Creímos que eran ellos, lo juro
pero es sólo la maldita costumbre de esperarlos.

La doctrina del fuego

Habrá Dios enfurecido y marcando las cartas
lanzado su fúrica mano sobre la mesa
sin importarle demasiado los comensales
y otros reunidos para el pokarito
que han dicho ese Alberto qué calamidad
mira que perder con tercia en un lugar de mala muerte
y mirando a Dios en su berrinche
- terrible pataleta de scholar ante los proverbios-
murmuran ahora es que Arellano está en problemas
más vale correr y no mencionar su nombre
solo apellido que eso confunde
negarle tres veces antes del alba enrojecida

Hay que ser afecto al vodka antes que a la vida
para gritarle así, como si tal cosa
Soy acaso yo guardián de mi hermano
y reír acremente, Pedro desde aquí veo tu casa
eres piedra y sobre ti construiré mi iglesia
una cama, una cómoda cocina, un arbolado espejo

Ahora ya no importa demasiado
ese necio pagará bien la cuenta antes
de retirarse en un mutis oportunamente alegre

Es menester que salgamos en silencio todos del casino
e ignoren este penoso accidente
que al Señor Dios le retiren la bebida
que se olvide ese bruto embrutecido de rimar
cosas que a nadie valen
Y por favor, alguien avise prontamente a su madre
que es sin duda hora de su muerte.

Te miro mirarte en mi cuerpo...

Te miro mirarte en mi cuerpo, ser el eco de mis miembros. Atrevo el contorno de tu sexo. Nada puede vencer la crudeza del silencio. Nada puede el fragor de la carne ni el húmedo roce, nada la memoria del estruendo. Nada puede el silencio en contra del silencio. Es esta la materia del Deseo: Cifrar el sonido que baten las olas en la orilla. Vértice es un hueco que se aleja; la
lluvia, una pacífica labor de lo divino, que se aviene con el alma fatigada.