Marmóreo, altivo, refulgente y bello, 
corona de su rostro la dulzura, 
cayendo en torno de su frente pura 
en ondulados rizos el cabello. 
Al enlazar mis brazos a su cuello 
y al estrechar su espléndida hermosura, 
anhelante de dicha y de ventura 
la blanca frente con mis labios sello. 
Contra su pecho inmóvil, apretada, 
adoré su belleza indiferente, 
y al quererla animar desesperada, 
llevada por mi amante desvarío, 
dejé mil besos de ternura ardiente 
allí apagados sobre el mármol frío.
Volver a Juana Borrero


 
                     