Hoy los miré tan cerca 
como la uña a la carne; 
eran hueso y pellejo;
con pedazos de insomnio 
salían de unos huecos, 
tosían,
recogían cáscaras de frutas, 
desperdicios,
ennegrecidas telas.
A la hora del almuerzo 
hacían cualquier cosa 
menos comer
y en la noche aguardaban
que del cielo arrojaran a las charcas 
los podridos luceros.
Masticando silencio
hoy salían y entraban a mi pecho.
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