Relatos para revivir

Delfina Acostapor Alfredo Pérez Alencart (*)

El escritor -especialmente el poeta- es un ser de revelaciones. Entonces escribe pulsando los compartimentos de la memoria, como para ahuyentar al impuro mediodía del tiempo presente. Y vuelve al Paraíso de la infancia más fiel. Sucede de forma similar en cualquier escritor, sea de Salamanca, Sebastopol o Asunción, la ciudad donde varios años recaló el escritor salmantino Luis Frayle Delgado.

Este ardiente regreso hacia los territorios de la infancia; este revivir a través de los relatos que se destilan desde la Memoria, le ha tocado ahora a Delfina Acosta, excelente poeta a la que mucho leo. Ella también es periodista (son conocidas sus crónicas literarias en ABC Color) y, por lo que podremos apreciar, narradora de cuentos a tener en cuenta de aquí en adelante, por su libro Guía del cementerio (2009). En Alemania acaban de traducir y publicar un relato suyo en el libro Cuentos latinoamericanos, a cargo de C. C. Buchner.

Varios de sus relatos me han conmovido: los que transcurren en Villeta. Pero me centraré en el titulado «Mi primo y yo«, por motivos de espacio. Sólo decir que en determinados pasajes es un poema en prosa de una intensidad que se pronuncia desnuda. Quiero que lean una cata del mismo, a modo de aperitivo: «Me hallaba enamorada. Mi corazón era un árbol dentro de una casona, un árbol cuyas ramas crecían rompiendo tejas y aleros para terminar por crucificar sus nervios en el pararrayos. Sus frutas eran el mismo incendio pues las cortinas desaparecían, bajo el fuego, hasta que sólo quedaba una ventana desde la que observaba, melancólica, un horizonte, una línea crepuscular de pájaros negros en huida. Me gustaba hablar conmigo misma en un lenguaje que era la mismísima niebla. O el nubarrón del que salían las tijeretas bulliciosas. Pensaba en mi primo como se piensa en la llovizna, en las hojas llevadas por los pasos apresurados de la gente, en el viento de la lluvia arrastrando una carta desconocida, en la oscuridad de la habitación presa de su clausura donde parpadeaba la luz fosfórica de una repentina presencia». Al final, vemos una prosa descarnada revelándonos la crudeza del paso del tiempo y cómo algunos sueños no llegan a cumplirse.

Delfina Acosta ha escrito un libro memorable, que yo saludo.

(*) Profesor de la Universidad de Salamanca.



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