Un recorrido por el pasado de un fotógrafo aventurero

Indudablemente, el escritor Alejandro Hernández y von Eckstein tiene un conocimiento puntilloso y amplio de la historia, no solamente de la nuestra, sino también de la europea. Con cuánto detenimiento en el florecimiento de la industria, en la expansión de la cultura, el arte y los inventos de una época determinada nos deleita. Sin lugar a dudas, la minuciosidad y una profunda como admirable entrega a su labor literaria rubrican el nombre de este escritor-historiador nacido en Buenos Aires, en 1966, pero radicado en el Paraguay desde 1985.

El proyecto de la Mandyju Porã se llama el libro que ahora acerca al lector. El material fue publicado por la editorial LINA S. A.

Pues bien, el autor nos invita a seguir los pasos del itinerante Gustav Demczszyn, un fotógrafo que llegó con su maleta de sueños al Paraguay, en 1887, y contrajo nupcias con una paraguaya llamada Azucena.

Cuánto mundo y cuántas experiencias marcaron sus viajes, ciertamente. En el Brasil se encontró, en plena recepción, con un plato de feijoada, que nada tenía que envidiar al célebre potaje de Doña Pura, la esposa de Don Ildefonso Bermejo. También trabó amistad con el marqués Fernão, un abolicionista que había perdido a una mulata, María Luisa, a quien entregó su corazón en Minas Gerais. Mas el inefable Gustav habría de interceder y luchar por volver a unir a aquellos jóvenes que se habían enamorado en una época del Brasil durante la cual ser esclavo significaba poco más o menos que ser un simple insecto. Rescatando a María Luisa de un proxeneta llamado Vinicius Alves, devolvió la alegría al marqués Fernão. Claro que tuvo que pasar por cientos de peligros, que vomitó al observar cómo un muchacho de nombre Shangao partía en dos mitades la cabeza del proxeneta.

Vaya un ejemplo de la manera como Gustav Demczsyyn no perdió la vida, cuando en el prostíbulo la violencia se tradujo en tiros o disparos: “Sobresaltado me palpé la zona señalada y sin sentir dolor revisé el interior de mi bolsillo interno del chaleco, sacando de este el pequeño saco cerrado con una cinta de seda blanca que me había entregado Mae Chica y que parecía contener algo en su interior que no había notado cuando la mujer me lo obsequiara. Con la curiosidad natural que este hecho produjo en mí, procedí a desatar la cinta blanca encontrando en el interior del pequeño saco una bala incrustada en una pequeña medalla de oro con la imagen de Cristo”.

Sin embargo, solamente a un personaje fuera de serie como a Gustav pudieron ocurrirle tantas cosas juntas. Luego de regresar exitosamente de semejante travesía, se dirigió a su esposa Azucena dispuesto a abrazarla. Grande fue su sorpresa o su susto pues ella le propinó un golpe de puño que lo dejó tumbado en el suelo. Es que la dama no podía entender que solamente un fin noble había llevado al héroe de esta saga a un prostíbulo. Por suerte, las cosas entre los esposos se arreglaron y, junto a Madame Lafaiette y la causante de su ojo en compota, posó para una toma fotográfica con el vapor Tyne de fondo.

Impenitente viajero y deshacedor de entuertos, Gustav abordó un buque que lo llevaría a Loma Tarumá.

EL EXTRAÑO CASO DE LA MORA ENAMORADA

El fotógrafo vivió una experiencia extraña que atrapará al lector, cuando su esposa le va relatando que ha soñado con una mora envuelta en llamas. La mujer del sueño había sido acusada de bruja y llevada a la hoguera por la Santa Inquisición instaurada en Portugal, en 1536. Empezó, empujado por Azucena, a embarcarse en el proyecto de llegar hasta la última morada de aquella joven que había contraído nupcias con un comerciante de fe cristiana. El alma de esa mártir, llamada

Qatha, buscaba entregar un manuscrito a la dama que llevara un medallón. Y resultó que por esos laberintos del destino, la esposa de Gustav Demczsyyn vino a descubrir que su apellido, Ruiz Gato, tenía correspondencia absoluta con la mora y el cristiano. Yendo de aquí para allá, buscando las cenizas de la mártir, guiados por la pasión de dar un final feliz a tan triste historia de un hombre y una mujer que se amaban y fueron víctimas de la barbarie de la Santa Inquisición de la Iglesia Católica, Gustav y Azucena lograron reunirlos después de la muerte. Se habría de cumplir fielmente lo escrito sobre la tapa de un ataúd de mármol negro: “Ni el fuego ni la muerte podrán matar nuestro amor. Te aguardaré hasta el día que regreses a mí”.

Otro pasaje del libro: Qué maravilloso encuentro en un bar entre Gustav y Charles Dickens, el autor de célebre novela David Coperfield, en Londres. No puedo pasar por alto el pequeño y gran detalle relacionado con el novelista que se acerca al héroe de esta saga para pedirle prestado un cuchillo con el cual afilará su lápiz. Ante la sorpresa y admiración desmedida de Gustav, Charles Dickens le dice estas verdades: “Soy una persona como usted, o como cualquiera de los parroquianos de este bar. Todos tenemos un don que Dios nos ha dado y que debemos ejercitar y brindar a los demás. El haber tenido la gracia de ser reconocido por mi trabajo no me pone en un pedestal ni me quita estar sujeto a las mismas necesidades o pasiones que usted, la camarera o cualquiera de esta ciudad. No soy un ser superior, soy un simple mortal que ha tenido la suerte de que su trabajo sea considerado”.

Invito a los lectores a acompañar a Gustav a través de este libro escrito con mucha puntillosidad y solvencia.



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