El maleficio y otras maldades del mundo

El maleficio y otras maldades del mundoSon los cuentos de Gilberto Ramírez Santacruz, breves y con finales dignos, algunos. El escritor cuenta que oyó contar a sus abuelas, hechos trágicos de las guerras, revoluciones y episodios nacionales. Tiene pues, la memoria del pasado. En cuanto a lo escritural, debe pulir y mejorar su lenguaje, para honrar, como se debe, al género narrativo.

Posee memoria y registro de muchos personajes de nuestro país, y utiliza a tales personajes, cómodamente, dentro del ambiente usual de la narración. Un poco más de chispa y de ingenio sugiero, particularmente, al autor de El maleficio y otras maldades del mundo.

EL CELADOR

Sin querer un día escuché el relato de un conocido cantor del Paraguay que, cuyo nombre prefiero omitir por su lastimosa reputación ciudadana, famoso en el Río de la Plata por la difusión de las polcas y guaranias en la primera mitad del siglo pasado, refería que durante una actuación con fines solidarios, en el auditorio lleno de internos de un Hospital Neurosiquiátrico de Montevideo, observó que un señor del público, sentado en la primera fila, asistía al recital pero no aplaudía ni parecía tomar parte de la bulliciosa concurrencia que celebraba efusivamente al final de cada una de las canciones interpretadas.

El cantor, después de constatar la indiferencia del singular concurrente, comenzó a dirigir cada canción a este inconmovible señor que sólo atinaba a mirar de reojo de vez en cuando a los excitados internos que festejaban cada canción como si fuera la última. El desconcertado intérprete de la música paraguaya desgranaba los mejores matices de su colorida y dulce voz en cada polca y guarania, buscando despertar de su inquietante letargo o ensimismamiento preocupante.

Y nada.

Entonces, el cantor al concluir su actuación, en medio del griterío y desenfreno de los demás internos por la alegría de haber disfrutado en directo del popular artista, tan difundido por todas las radios, se dirigió al imperturbable señor que ya estaba levantado y un poco recostado contra la pared que daba al pasillo de salida.

Sin mediar palabras, el cantor le interrogó:

– Señor, ¿no gustó de mis canciones?

El hombre contestó, sin inmutarse, secamente:

– Por favor, no me confunda, señor, no soy internado, sino el que cuida de ellos.

GILBERTO RAMÍREZ SANTACRUZ



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